Papa Francisco: ‘Recen para que Dios lave mis suciedades’
El pontífice lavó los pies a 12 detenidos en Roma

El papa Francisco lavó y besó los pies de 12 reclusos de Roma. Crédito: EFE | EFE
ROMA
En señal de servicio y evocando lo que hizo Jesús durante la Última Cena, el papa Francisco le lavó ayer los pies a 12 detenidos -seis hombres y seis mujeres- de la cárcel romana de Rebibbia.
La llegada del Papa a la cárcel fue conmovedora, en medio de aplausos el pontífice saludó, uno por uno, a las decenas de reclusos de diversas nacionalidades que lo esperaban detrás de un vallado, que no iban a poder estar en la misa en la capilla de la cárcel, donde cabían solamente unas 300 personas. Antes de realizar este rito tradicional del Jueves Santo por tercera vez fuera del Vaticano, en un sermón breve, directo y conciso, el papa Francisco explicó el por qué de este gesto de humildad y servicio.
“Jesús nos amó, nos ama, sin límites, siempre. El amor de Jesús no tiene límites, no se cansa de amar, nos ama a todos. Es tanto el amor, que se hizo esclavo para purificarnos, curarnos”, dijo.
Tal como había hecho el año pasado, el Papa explicó que en tiempos de Jesús era una costumbre lavar los pies de quien llegaba a un hogar, porque las calles eran polvorientas. “Pero eso no lo hacía del dueño de casa, lo hacían los esclavos”, recordó.
“Yo también necesito ser lavado por el Señor. Recen para que Dios lave mis suciedades y para que me convierta aún más esclavo en el servicio”
“Tenemos que tener la certeza de que cuando el Señor nos lava los pies nos purifica, nos hace sentir su amor”, siguió, y lo definió como un amor tan incondicional como el que tienen las madres por sus hijos. “Yo lavaré los pies de 12 de ustedes, pero en estos hermanos y hermanas están representados todos los que viven aquí”, aseguró, al referirse a la cárcel de Rebibbia, de las afueras de Roma, que aloja a unos 2000 detenidos. “Pero yo también necesito ser lavado por el Señor”, advirtió. “Recen para que Dios lave mis suciedades y para que me convierta aún más esclavo en el servicio”, pidió.
Acto seguido, ayudado por algunos colaboradores y en un evidente esfuerzo debido a sus 78 años, Francisco se fue arrodillando doce veces ante seis hombres y seis mujeres de diversas nacionalidades, entre los cuales algunos africanos, de Ecuador y Brasil. Les lavó los pies -utilizando una jarra y una toalla- y luego se los besó. “Gracias”, les decían tímidamente los elegidos para este gesto, a quienes el Papa les devolvía una sonrisa.
La emoción era evidente en el rostro de los doce reclusos. Una de las imágenes más fuertes fue cuando el Papa le lavó los pies a un bebe de color y luego a su madre, que estaba en lágrimas.
Con olor a oveja
El sermón que Francisco ofreció en la Basílica de San Pedro giró en torno del cansancio de los sacerdotes. “¿Saben cuántas veces pienso en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y rezo por los que trabajan en medio de lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo. Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre”, dijo.
Exaltó luego el cansancio del sacerdote con olor a oveja, que diferenció totalmente de aquellos sacerdotes “que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba”. “Si Jesús está en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, ni pastores aburridos sino alegres y con olor a oveja”.