Colombia: Instrucciones para el posconflicto

Los invitó a darles las gracias a Fidel, Raúl y a los cubanos todos por prestarnos su casa en La Habana donde empezamos a mirarnos de nuevo a los ojos.

Colombianos celebran el acuerdo de paz en Bogotá.

Colombianos celebran el acuerdo de paz en Bogotá. Crédito: GUILLERMO LEGARIA/AFP | Getty Images

Como seguramente encontrarán dificultades en el manejo de la cotidianidad, considero una obra de misericordia inaplazable prestarles pagana asesoría a los ahora alzados en almas de las FARC que acaban de firmar la paz con el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. La ratificación, via plebiscito, está de una oreja.

Para empezar, son bienvenidos porque en adelante tendrán la libertad por cárcel. Además, nadie les podrá aplicar la terrible sentencia del Corán: el que mata a una persona mata a toda la humanidad.

Si a media noche los despierta un zumbido raro, desesperante, sepan que no es el avión fantasma ni el kfir israelí como el que asustó a Timochenko, jefe de la organización, cuando leía su discurso en Cartagena, en presencia, entre otros, del Secretario General de Naciones Unidas, BAn Ki-moon, y del Secretario de Estado norteamericano, John Kerry.

(Cuando se “desasustó”, el jefe guerrillero celebró que el avión expresara “júbilo inmortal” por la paz en vez de descargar bombas sobre sus hombres. Hecha la pilatuna, el avión, muerto de la risa, sarcástico, desapareció. Si hubiera aparecido antes, Timochenko habría tenido que abreviar su kilométrico primer discurso de campaña).

En vez del avión fantasma lo que los puede desvelar en el futuro, lejos de la zozobra de la selva profunda, puede ser un zancudo que busca su maná. Decía Gandhi que los mosquitos no saben de ahimsa, no violencia, doctrina que ahora forma parte del menú “fariano”.

Exguerrillos, nada de enamorarse de cilindros de gas para lanzarlos sobre la población civil. No los necesitan.

Tampoco tienen que ponerle la mano al metro como hizo este pecho cuando lo conoció en Estocolmo. En el adn de estos “ascensores acostados” está detenerse en las estaciones.

Hay una ceremonia burguesa llamada pedicure. En ella podrán tener acceso a la única arma autorizada en el posconflicto, el cortauñas, que utilizan las profesionales de ese oficio.

No todo será un jardín de rosas: cambiarán la ecológica selva del mosquito, el jaguar y la anaconda por las detestables congestiones vehiculares de las ciudades.

Prepárense para el estrés. En este campo, les aconsejo adoptar esta jurisprudencia de un cómico alemán: El estrés es mi capital.

Los invitó a darles las gracias a Fidel, Raúl y a los cubanos todos por prestarnos su casa en La Habana donde empezamos a mirarnos de nuevo a los ojos. Bueno, en la “civilización” la gente no se mira a los ojos, mira una pantalla que nunca trae la noticia que esperamos.

Rico saber que en la Colombia sin guerra podremos morir de nuevo de neumonía, no de una plomonía. Que viva el pacífico paz-paz-paz, en lugar del cacofónico pum-pum-pum.

Pidámosle a los noruegos que ni se les ocurra “darnos” el Nobel de la paz, como ha comenzado a insinuarse. En este momento, premios de esos son de mal agüero. Que lo digan árabes e israelíes.

Dejo constancia de que no votaré por “lafar” en las próximas elecciones. A estas septuagenarias alturas estoy convertido en un inofensivo conservador. Y ahora que se venga la negociación con el ELN la otra vieja guerrilla. De llegarse a un acuerdo con ellos, sería la cereza en la copa de la paz que añoramos los colombianos. Con o sin plebiscito.

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