Pese a las carencias niños migrantes celebran Navidad

Voluntarios de EEUU visitan albergue de Tijuana para llevar regalos, alegría y esperanza

Un grupo de niños migrantes recibió la Navidad con piñatas y regalos. (Jacqueline García)

Un grupo de niños migrantes recibió la Navidad con piñatas y regalos. (Jacqueline García) Crédito: La Opinion

Ignorando por un momento la realidad que los rodea, un grupo de niños migrantes se abalanzó hacia unos desconocidos que llegaron el domingo por la mañana a un albergue de Tijuana (México) con el objetivo de llevarles juguetes, ropa, piñatas y un poco de alegría.

“Vamos a romper la piñata”, decían emocionados algunos de los pequeños —que en su mayoría llegaron a ese lugar tras semanas de viaje desde Centroamérica. “Nos van a dar paletas”, se escuchó decir a otro menor con la expectativa al tope.

A poca distancia, emocionados y agradecidos, algunos de sus padres veían la alegría temporal de sus pequeños.

Una de ellas era Tatiana Díaz, de 24 años de edad, cuyas dos hijas de 2 y 4 años se encontraban en el grupo de infantes.

La mujer contó que decidió salir de su natal San Pedro Sula en Honduras hace siete años para huir de las pandillas. Agregó que se vio obligada a dejar a dos de sus hijos; uno que se quedó con su madre y otro con su exesposo.

Luego se instaló en Chiapas, el estado mexicano que limita con Guatemala, donde tuvo dos niñas más y está embarazada de un
tercero.

Dijo que su temor ha crecido porque hace un año mataron a su hermano menor de 18 años y hace tres meses asesinaron a su padre, ambos en Honduras. Poco después se enteró que la estaban buscando nuevamente para matarla y por eso decidió huir hacia el norte.

“Hasta me han mandado mensajes de texto diciendo que me voy a morir”, dijo Díaz.

Tatiana Díaz junto a sus dos hijas en el albergue Juventud 2000 de Tijuana, Baja California. (Jacqueline García)

Fue entonces que ella, su pareja y sus niñas decidieron cruzar el país azteca para pedir asilo en Estados Unidos.

“Caminamos por un mes y nos íbamos rodeando los cerros porque no quería que me agarraran”, dijo la mujer. “Tanteábamos por donde estaban las garitas para ver por dónde íbamos y yo le pedía a Dios que nos cuidara”.

Una vez que llegaron a Tijuana, cuenta que comenzaron a buscar un lugar para poder quedarse.

“Un señor nos dijo que aquí en el albergue los trataban muy bien”, dijo Díaz. “Ya nos dieron un número [para pedir asilo] y solo estoy esperando que nos llamen”, recalcó esperanzada.

Mientras tanto ella y sus niñas ocupan una de las varias casitas de campaña que se han instalado en el albergue Juventud 2000 en la ciudad de Tijuana, muy cerca de la frontera.

Un chispazo de alegría

El último domingo, sus niñas fueron de las afortunadas que pudieron recibir regalos navideños y se animaron a pegarle a la piñata.

También cantaron y colorearon con un crayones que trajeron los voluntarios —un grupo de anglosajones que quisieron llevar alegría al albergue.

Entre los pequeños se encontraban tres hermanitos, hijos de los hondureños Wendy Mejía, de 24 años, y su esposo David Enamorado, de 32.

Un grupo de niños migrantes recibió la Navidad con piñatas y regalos. (Jacqueline García)

La madre contó que a su esposo ya le han matado a cuatro familiares en su natal San Pedro Sula y que hace poco la misma policía terminó con la vida de la madre de Enamorado. Por temor a que les hicieran algo salieron huyendo hace cinco meses.

“Primero nos establecimos en Tabasco. Ahí mi esposo trabajó por un tiempo para juntar dinero y después seguimos el camino hacia el norte”, dijo Mejía. “Como nosotros somos cristianos le pedimos mucho a Dios que nos cuidara y así fue”, reconoció.

Agregó que afortunadamente ellos pudieron viajar en autobuses y nunca tuvieron problemas con policías ni retenes. Y eso fue bueno para no poner en riesgo a sus niños de 7, 5 y 3 años.

Cuenta que ya les entregaron un número y que su plan es esperar a que los llamen para revisar su caso.

“Vamos a pedir asilo en Estados Unidos y si nos dejan pasar nos vamos a Ohio donde él [mi esposo] tiene un tío”.

Mientras tanto los inmigrantes centroamericanos continúan esperando y orando para que sus plegarias sean escuchadas. Díaz y Mejía aseguraron que las han tratado muy bien en el albergue pero esperan pronto tener un lugar propio para poder criar a sus hijos.

Ambas coincidieron en que a pesar de todo, lograron pasar una festividad agradable para sus hijos.

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