Editorial: Quieren impedir la investigación del Rusiagate

Detrás de las críticas está la idea de tapar lo que ya es obvio. Rusia quería que ganara Trump

Robert Mueller es el fiscal especial por el "Rusiagate".

Robert Mueller es el fiscal especial por el "Rusiagate". Crédito: Alex Wong/Getty Images

Cómo surgió la investigación sobre la influencia rusa en la elección presidencial de 2016 y la posible confabulación por parte de la campaña de Donald Trump, se ha convertido en un tema central en el debate público. Pero ello no debe distraernos de la realidad: sí, hubo nexos entre ambas. Sí, existió una presencia extranjera en el proceso electoral. Y sí, es inaceptable para el proceso democrático.

Los defensores del presidente Trump tratan constante e incansablemente desprestigiar la pesquisa que realiza el investigador especial Robert Mueller. Por ejemplo, aseveran que un documento (“dossier”) que califican de falso tuvo una influencia exagerada en la autorización de una escucha telefónica de un allegado a la campaña de Trump. E infieren de ahí que toda la investigación es una conspiración del FBI contra el mandatario.

Aprovechan las más recientes declaraciones del exsubdirector del FBI Andrew McCabe, para clamar que hubo un intento de “golpe de estado” en contra del Presidente. McCabe contó que poco después de que Trump despidiera al director del FBI James Comey, él y el vicesecretario de Justicia Rod Rosenstein, hablaron sobre aplicar la Enmienda 25 de la Constitución. Esta se refiere a los mecanismos de reemplazo de un presidente. Agregó que se mencionó la posibilidad de grabar al presidente en secreto.

La idea de un intento de un golpe de estado es absurda. La conversación dentro del FBI se enmarcó en opciones constitucionales en un momento tenso. Además, recién hoy se supo que McCabe mantuvo informado al “clan de Ocho”, que son ocho senadores, cuatro por partido, de la posible investigación del Presidente que se estaba barajando.

De modo que todo el proceso fue legal y no conspiratorio. Lo que es anormal es que el Presidente despida a quien legalmente investiga posibles su abuso de su poder.

Detrás de las críticas está la idea de tapar lo que ya es obvio. Rusia quería que ganara Trump. Su campaña ya mantenía contactos con allegados a Putin. Y que es incomprensible de otra manera la preferencia del presidente estadounidense a confiar más en su colega ruso que en sus servicios de inteligencia.

Además, el equipo de Mueller ya presentó cargos u obtuvo declaraciones de culpabilidad de 34 personas y tres empresas, según se sabe hasta hoy. Entre ellos hay seis exasesores de Trump.

Hay muchos hechos que primero fueron ocultados, para luego ir cambiando el relato oficial hasta descubrir la realidad. El mejor ejemplo es la reunión de Donald Trump Jr., y los altos mandos de la campaña, con rusos que prometieron trapos sucios de Hillary Clinton y abogaban por levantar las sanciones que pesan sobre el entorno de Vladimir Putin.

Eso es sospechoso como lo es el silencio de varios incriminados que prefieren ir presos a responder preguntas. Es cierto que posiblemente apuesten a que su lealtad sea premiada con un perdón presidencial. Pero vale preguntarse, qué es lo que ocultan con tanto celo.

El equipo de Trump aplica el razonamiento legal falso de que si el origen de la investigación está contaminado, todo lo que resulte de ella es inválido. Todos les vale en su afán de encubrir posibles crímenes.

La investigación está permitiendo que se confirmen las apariencias de que un rival quiso ayudar a la victoria de Trump y que hubo gente alrededor del Presidente dispuesta a aceptarla.

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