Editorial: Trump debe entender que no está por encima de la ley

Trump ahora no es el empresario todopoderoso que despedía a personas en un show de televisión

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Crédito: NICHOLAS KAMM/AFP/Getty Images

El presidente Donald Trump cree que es el jefe ejecutivo de una empresa familiar en donde sus deseos son órdenes. Todavía no asumió que es un funcionario público a cargo de hacer respetar la misma ley que él debe obedecer.
El mandatario no parece haber hecho la transición de su compañía inmobiliaria, en la que ni siquiera tenía una junta de directores a quien responder, a un gobierno con millones de accionistas. Ya no es el ejecutivo todopoderoso televisivo de cuando cada despido teatral es celebrado por una audiencia.
La instituciones democráticas, la separación de poderes, el respeto a la ley y las formalidades del poder se convierten para esta Casa Blanca en obstáculos a superar, en vez de ser realidades con las que debe convivir. Son un marco en cuyos límites debe operar el Presidente para avanzar su agenda.
El despido de la secretaria del Departamento de Seguridad Interna, Kirstjen Nielsen, mostró la incapacidad del mandatario para reconocer los alcances de su autoridad. Trump está convencido que la separación de familias inmigrantes es la respuesta al desafío migratorio. La funcionaria le quiso explicar que los tribunales lo prohibieron. Decir no le valió la puerta.
La negativa a presentar sus impuestos es otra área que choca con los procedimientos acostumbrados.
Ya se sabe que en su momento el Presidente prometió dar a conocer su declaración. Luego dijo que no lo hace por estar siendo auditado, para finalmente explicar que no lo hará porque ganó la elección. Trump quiere ser la excepción a la norma por el solo hecho de ser Trump.
Es sabido que a todos los presidentes se los audita. Eso no les impidió hacerlos públicos. En cambio presiona al Departamento del Tesoro para que no responda a la solicitud del Congreso. Eso esta mal. Le da más argumentos a los legisladores para que se les demuestre que el Presidente no está interfiriendo con la Oficina de Recaudación de Impuestos.
Su estilo administrativo es el de un dictador que sorprende a todos desde su Twitter con decisiones caprichosas sin consulta ni evaluación responsable.
Trump se refiere a los integrantes del gobierno federal como “su gente” y a los militares los llamó más de una vez como “sus generales”. Los contribuyentes, no el Presidente, son los pagan sus salarios. Si bien varios de ellos responden a la administración que los designó, su lealtad es al cumplimiento de las leyes y la Constitución.
Se ha visto que en la Casa Blanca y en el gabinete hay aduladores que no temen hacer el ridículo alimentando el ego presidencial. El mejor favor que le pueden hacer al Presidente, y al país, es recordarle que él no está por sobre la ley.

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