Soldaditos de plomo de alto riesgo: una consideración

La mayoría de las armas que emplea el crimen organizado en México provienen de Estados Unidos.

La mayoría de las armas que emplea el crimen organizado en México provienen de Estados Unidos.  Crédito: Specna Arms | Pexels

Dice un viejo refrán que las armas las carga el diablo. Pero no la diabla. Entre las diversas características comunes a todos los artífices de masacres nunca se destaca que no hay mujeres que las cometan. ¿Tendrá algo que ver la testosterona? El problema de las armas, por otro lado, recuerda en sus excusas al de la sartén: ¿quién fríe los huevos, la sartén o el cocinero? Hay que agarrar la sartén por el mango.

¿Qué hace un joven civil de 20 años con un arma de asalto? ¿Por divertimento? Para eso están las consolas. Si se insiste en tener armas físicas, se podría contemplar su fabricación con un inhibidor, igual que con los celulares. ¿Se quiere arriesgar alguien a que su avión sufra un accidente? Más vale prevenir que lamentar.

¿Tenemos derecho a saber si nuestro vecino, o vecina, tiene armas? Si podemos saber si es un pederasta, ¿por qué no poder saberlo? Cuando se lleva a jugar a un hijo a la casa de uno de sus amigos, es casi obligado preguntar si hay armas en la casa y si están a buen recaudo.

Para los que hablan de desajustes mentales del portador de armas, ¿nos comportaríamos igual con nuestro vecino en una disputa si estuviera loco y tuviera un arma? Parece difícil controlar la locura, pero lo segundo es factible. Al loco se le da la razón, del loco armado se huye. Las armas dejan de ser propiedad privada cuanto te encañonan.

¿Deberían señalizarse los carros en que hay armas? Sería disuasorio. No sería la primera vez que en una trifulca de tráfico alguien saca un arma. Solía decir el director de cine mexicano Indio Fernández que la policía no debería existir, que él llevaba su arma al cinto y eso le bastaba. Si nos atenemos a la cantidad de armas disponibles en nuestro país: más de una por habitante, así pareciera que ocurre. Las milicias son razonables, recordémoslo, en países sin ejército. No es nuestro caso.

No se sabe por qué las armas de asalto y las corrientes deben estar en un saco diferente. Entre morir cincuenta o tres mejor que no muera nadie. El objetivo debería ser que el año próximo hubiera un millón de armas menos en circulación.

Los permisos para portar armas deben ceñirse a espacios y actividades específicos fuera de los cuáles las armas quedaran automáticamente inutilizadas. Sin servicio, como los teléfonos.

Las armas se deben regular pensando tanto en el soldadito de plomo como en el tablero de juego. Esto implica declarar zonas libres de armas los lugares donde haya aglomeraciones o actos públicos. Y sobre todo, no se debe ver como un negocio. 

Luis Silva-Villar, profesor de Lengua y Lingüística

lenguaporoficio@gmail.com

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