Emprendedores en tiempos de COVID (Parte 1): De chofer de Uber a repartir frutas y verduras

Daniel Solano y su familia le dieron un giro a su negocio y a su vida

Gabriel Solano y Brecidey Robrero, parte del equipo que actualmente trabaja en la repartición de alimentos.

Gabriel Solano y Brecidey Robrero, parte del equipo que actualmente trabaja en la repartición de alimentos. Crédito: Gardenia Mendoza. | Impremedia

MÉXICO – Cuando estalló la Segunda Fase del COVID-19, cuando cerraron escuelas y negocios, y las redes sociales no hacían más que repetir una y otra vez #quedateencasa, Daniel Solano supo que sus días como chofer de Uber estaban contados y que lo último que él podía hacer era cruzarse de brazos.

Las solicitudes de viajes a través de la aplicación habían caído de 15 pasajeros al día a sólo uno o dos en el mismo periodo a mediados de marzo, cuando la amenaza por contagio al coronavirus logró lo que se creía imposible en una ciudad de 20 millones de habitantes: coartar la libertad de movimiento.

“Las calles se quedaron poco a poco vacías”, recuerda de aquellas horas dando vueltas por la Ciudad de México con la esperanza de pescar almas atrevidas, pero lo único que lograba era gastar gasolina mientras pensaba en sus deudas, la mensualidad del coche que compró con un crédito, tres bocas que alimentar (la de su mujer y dos niños chiquitos) además de su propia hambre.

Sabía también que el drama no era personal. La pandemia de coronavirus arrasó con la mayoría de los servicios de transporte en todo el mundo debido a la orden de evitar el contacto social y Uber no fue la excepción. En Estados Unidos la demanda cayó hasta en un 70% en algunas ciudades por miedo al transporte colectivo y aunque no existen cifras oficiales en México, se calcula una cifra similar.

Uno de los primeros casos de coronavirus que amenazó a México lo presentó un usuario de Uber, un extranjero de origen chino que habría estado de vacaciones con su familia en la capital mexicana, y por quien suspendieron las cuentas de 240 usuarios y de dos conductores cuando la Secretaría de Salud notificó a la empresa.

Esta información que se difundió ampliamente por diversas vías cohibió a los clientes de Daniel Solano, pero el golpe principal vino con el arranque de la Fase 2, cuando comenzaron a cerrar restaurantes, bares, discotecas, centros comerciales, primarias, universidades…

Reflexionando sobre sus problemas recordó que hacía tiempo ayudaba a un vecino a hacer compras de frutas y verduras para restaurantes y bares y se le ocurrió una variante: los comerciantes de la Central de Abasto seguramente ahora no tendrían clientes y no tenían la infraestructura para vender sus productos a domicilio.

“Eso puedo hacerlo yo con mi Uber”, pensó.

Daniel Solano aprendió a seleccionar los productos más frescos y de mejor calidad en en la Central de Abastos, el mercado más grande del país —ahí se mueve el 30% e la producción hortofutícula de México y acuden a ella alrededor de 370,000 personas al día — esto es un monstruo de variedad que surte a los rincones más recónditos de una de las metrópolis más grandes del mundo.

El auto de Uber cambió de funciones./Gardenia Mendoza.

Saber moverse por las secciones y recovecos; los bodegones y los marchantes; las ofertas y las demandas de la Central de Abastos sería la plusvalía del negocio de Daniel Solano porque él sabe perfectamente dónde encontrar  las “Tres B” (bueno, bonito y barato) precisamente en tiempos en que los mercados y supermercados quieren hacer su agosto.

En las últimas semanas, el secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, advirtió que México está preparado para enfrentar la contingencia sanitaria porque los agricultores en el campo y los ganaderos en los potreros “no van a parar” para garantizar el abasto y aseguró que los precios no se incrementarían ni habría especulaciones, pero la realidad va en otro sentido.

Isidro Pedraza, integrante del Movimiento el Campo es de Todos, documentó que en medio de la pandemia COVID-19 que vive el país, ya se enfrenta el alza en los precios de alimentos de la canasta básica, tortilla, huevo, pollo, chuleta de cerdo, frijol negro, azúcar y arroz.

—El problema no son los productores, sino los intermediarios, los coyotes —advirtió.

Mariana Alberto, una ama de casa quien regularmente compra en el Mercado de Medellín, puede dar fe de ello desde su experiencia en la alcaldía Cuauhtémoc donde los vendedores le pasan cara la factura y el riesgo de éstos por no “quedarse en casa”: por el mismo número de artículos está pagando casi el doble, de gastar alrededor de 35 dólares, en el último pedido usó 70 y tantos.

“Por eso empecé a buscar opciones, pregunté a mis amigas y me pasaron varios números de gente que ahora está repartiendo frutas y legumbres que es por lo que más me estaban cobrando”.

El boca a boca ha sido una de las mejores herramientas de mercadotecnia de gente como Daniel Solano. Una vez que tomó la decisión de cambiar de rumbo para sobrevivir económicamente y a pesar de los riesgos que conlleva salir de casa cuando se recomienda lo contrario decidió dejar de ser chofer de Uber y convertirse en comerciante a domicilio.

Daniel Solano (azul) y su hermano Gabriel al momento de empacar las frutas y verduras./Gardenia Mendoza

Invitó a su hermano, a sus padres, a un tío y a la esposa de éste a sumarse al proyecto. La familia puso el capital y entre todos enviaron información sobre sus servicios entre sus contactos de WhatsApp.

La novedad de sus servicios se basó en la experiencia de décadas de la madre de los Solano en la cocina. Daniel le preguntó: ¿Qué legumbres y frutas no pueden faltar en un refrigerador mexicano? Ella soltó de memoria: jitomates, tomates, papas, lechuga, pepinos, ejotes, chiles, calabazas, plátanos, mangos, manzanas, naranjas, limones, guayabas, piñas y, por supuesto, yerbas de olor.

Con esta información crearon paquetes. Vaciaron las legumbres en bolsas de un metro cuadrado donde cabe un kilo de cada producto por $15 dólares que los Solano reparten diariamente en siete de los 16 municipios de la CDMX previo pedido. Un día por cada municipio para ahorrar recursos. El éxito ha sido tal que tuvieron que contratar a más gente y hoy suman10 personas en el negocio.

“Fue todo muy rápido”, destacó Daniel Solano.

La jornada laboral comienza a las 4:00 de la mañana. En cuanto los primeros puestos de la Central de Abastos levantan las cortinas, los Solano entran para apañar lo más fresco, lo más firme de las verduras. Una hora después se mudan a la sección de frutas. Suben en una camioneta todo el producto y se siguen de largo a la casa de Gabriel, el hermano que vive en la colonia Peralvillo.

En esa casa los alcanza el resto del equipo, entre quienes se encuentra Brecidey Roblero, de 38 años, tía política de la familia. Antes de la contingencia, las labores de ella se resumían en dos actividades: atender su casa y familia —tiene dos niños de seis y nueve años —y vender productos por catálogo; ahora, es copiloto en las entregas, se encarga del GPS y de avisar a los clientes cuando están a punto de llegar con horario abierto “antes de las 3:00 de la tarde”.

Así descubrió que lo suyo son las ventas, aún en tiempos del coronavirus, y que puede moverse sol en la CDMX. Oriunda de Frontera Comalapa, Chiapas, llegó a vivir a Netzahualcóyotl, en la zona conurbada después de casarse hace 16 años y conocía muy poco la capital y ahora la está descubriendo, Coyoacán, la Roma, Polanco, Coyoacán, ¡es muy bonito!

“Sé que hay un riesgo, pero tomo mis precauciones, dejó las bolsas en la entrada y cobramos de lejos, estirando la mano con guantes desechables”, describió detrás de un cubrebocas. “Además me siento ayudando a la gente”.

Al llegar a casa se lava las manos, se quita la ropa que deja en el patio para lavarla después y se pone otra muda limpia; entra al baño, hace gárgaras con sal y sólo después de ese ritual abraza a sus hijos.

Para Daniel Solano lo más complicado de su nuevo negocio es garantizar la frescura porque trabaja con productos perecederos, donde cada minuto cuenta, pero, sobretodo, saber que también hay gente que necesita comer y por ello comenzó a regalar algunas despensas a la iglesia, donde reparten entre los más pobres.

Una labor filantrópica de primera necesidad que no hubiera hecho sin una pandemia. “El miedo desaparece cuando hay que comer”, concluye.

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