El demoledor impacto que tiene la pandemia de coronavirus entre los latinos de Nueva York
A la estela de muerte dejada por el COVID-19 en la comunidad latina de Nueva York se suma ahora la ruina económica. BBC Mundo recoge testimonios de la tragedia
Los primeros síntomas que manifestó Jorge Cruz fueron dolor de cabeza y mareos. Dos días después empezaron los escalofríos.
Cruz, de 34 años y padre de un niño de 2, fue a un servicio de emergencia médica cerca de su domicilio en Bushwick, un barrio de fuerte presencia latina en Brooklyn, Nueva York.
Le dijeron que sufría neumonía y lo enviaron a un hospital de la zona, donde confirmaron el diagnóstico. Le recetaron antibióticos y pastillas para la tos.
Era 25 de marzo y el coronavirus ya se propagaba de forma alarmante por Nueva York. Pero Cruz regresó del hospital a su hogar sin pasar por un test de COVID-19, señala Beatriz Núñez, su pareja por 14 años.
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Aunque no mostraba problemas respiratorios, las cosas empeoraron para él mientras convivía en un apartamento de dos cuartos con Núñez, su hijo y sus padres.
“Me pasaba llamando al hospital y me decían que como él tiene neumonía, mejor que se quedara en su casa, porque la probabilidad de que le diera el coronavirus en la sala de espera era muy alta”, dice Núñez a BBC Mundo.
Luego empezaron los delirios: Cruz imaginaba que estaba en su trabajo, un restaurante de Manhattan.
Una semana después, la historia se repitió en otro hospital del barrio. Diagnóstico de neumonía para Cruz. Antibióticos, ahora junto con una medicina para la malaria. Y de vuelta al apartamento.
“Cuando miré por la ventana”, recuerda Núñez sobre aquella noche, “él estaba sentado afuera, porque no podía subir a su casa”.
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El coronavirus ha castigado con una dureza especial a la comunidad latina de Nueva York, epicentro de la pandemia.
Datos oficiales de la ciudad muestran que el COVID-19 mata a los latinos a una tasa al menos 1,6 veces mayor que a los blancos.
El alcalde, Bill de Blasio, ha vinculado esto, así como la mayor tasa de mortalidad del virus entre los afroestadounidenses, con las desigualdades sociales y de cuidado de salud que se arrastran desde hace décadas en esta urbe opulenta.
Pero el médico dominicano Ramón Tallaj, presidente y fundador de Somos, una red de unos 3,000 proveedores de salud que trabajan con inmigrantes en Nueva York, sostiene que la gran falla de la ciudad fue evitar aislar a todas las personas infectadas de COVID-19 en sitios especiales.
“A esa gente nunca se les hizo un aislamiento cuando dieron positivo al test. Los mandaron para el apartamento de nuevo. Y ahí se está infectando todo el mundo. Por eso hay tantas muertes”, dice Tallaj a BBC Mundo.
“Inmediatamente que vimos lo que estaba pasando en Queens dimos la voz de alarma a las autoridades locales. No se hizo nada”, señala y afirma que su organización apenas recibió apoyo del gobernador, Andrew Cuomo.
A su juicio, esto impactó en particular a los latinos de bajos recursos, que suelen vivir en espacios más reducidos y con familias más numerosas.
Muchos de ellos son jornaleros o empleados en servicios esenciales. Y en plena crisis de COVID-19 deben arriesgarse a salir a las calles para llevar comida a sus casas.
“Necesitamos (trabajar) pero tomo todas las precauciones: llego a mi casa y pongo la ropa aparte para lavar”, dice Elvira Zukazaka, una peruana que vende comida con mascarilla y guantes en las calles de Elmhurst, Queens, el “epicentro del epicentro” de la pandemia.
Ella comparte techo con su madre y su hermana. Dos de sus vecinos han muerto por el virus.
A pocos kilómetros de allí, en unas viviendas de una zona de Manhattan conocida como “Harlem español” o “El Barrio”, por su población de origen puertorriqueño, vivía Rosario González.
A los 91 años de edad, González aún trabajaba como asistente docente, una tarea que la apasionaba. Pero el 4 de abril fue hospitalizada y al día siguiente murió debido al coronavirus, dice su nieta, Jasmine González-Chávez.
“Cuando lo supimos, era muy tarde”, señala. “La única forma de decirle adiós fue (a través de) los médicos, que le pusieron un teléfono en la oreja esperando que oyera y pudimos despedirnos de esa manera”.
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Jorge Cruz estaba tan debilitado que no podía mantenerse en pie después que volvió por segunda vez del hospital a su hogar. Tampoco podía hablar.
Nacido y criado en Nueva York, descendiente de puertorriqueños, él nunca había tenido complicaciones médicas previas más allá de su sobrepeso, dice Núñez, su pareja.
El viernes 3 de abril, Cruz desayunó a las 9:30 horas y volvió a dormirse. Mientras tanto, Núñez buscaba desesperada alguien que le hiciera el test de COVID-19. Una hora más tarde, él despertó y pidió un té.
“A lo que el té enfrió y se lo fuimos a llevar”, relata Núñez, “nos dimos cuenta que ya no estaba respirando”.
Los paramédicos no pudieron hacer nada. Y la morgue, desbordada de solicitudes, tardó unas seis horas en ir a buscar el cuerpo al apartamento.
En el certificado de defunción escribieron que Cruz murió de neumonía, con influenza y probable COVID-19.
Núñez terminó de convencerse que Cruz fue víctima del nuevo virus cuando ella misma y su hijo de 2 años dieron positivo luego en un test de COVID-19.
La propia alcaldía de Nueva York incluyó más tarde en su saldo de víctimas de la pandemia a miles de muertos que nunca dieron positivo de COVID-19 pero que se presume que fallecieron por el virus, como Cruz.
Así, la suma de muertes por coronavirus “confirmadas” y “probables” en la ciudad superó la barrera de 10.000: totalizaba 14,996 casos hasta el miércoles.
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Pedro Rodríguez llora.
Como director de La Jornada, una organización sin fines de lucro que alimenta a gente necesitada en el barrio de Flushing, Queens, Rodríguez trata con inmigrantes latinos pobres desde hace años.
Pero esta crisis es diferente.
“Es un tsunami que lo vimos venir desde hace como un mes y medio. Gritamos que venía. Nadie puso atención. Y ahora estamos bajo el agua”, dice Rodríguez a BBC Mundo.
Porque el COVID-19 no sólo mata más a los latinos que a los blancos de Nueva York. También está empujando al hambre a muchos de los que sobreviven.
Rodríguez explica que, antes del coronavirus, La Jornada recibía entre 20 y 50 nuevos visitantes diarios. Pero en los últimos días hubo 1,700 primerizos en busca de comida, aparte del millar que ya asistía antes.
El sábado, una mujer preguntó si podía saltarse la espera porque uno de sus cuatro hijos precisaba comer. Y le respondieron que debía hacer la fila de cientos de personas.
“Frente a ella había otras madres con niños necesitados, padres luchando por darle de comer a sus hijos”, señala Rodríguez. “¿Cómo puede uno escoger? Eso rompe el corazón”.
“En el país más rico del mundo, en la ciudad más rica del mundo, hay miles y miles de personas, tal vez un millón, buscando comida para poner en la mesa”, agrega.
Dos de cada tres hogares latinos (65%) en EEUU enfrentaron pérdidas de trabajos o recortes de ingresos debido a la debacle económica general causada por el coronavirus, concluyó una encuesta de la firma Latino Decisions este mes.
La mitad de los hogares hispanos contaban con menos de $500 dólares ahorrados, indicó el sondeo, realizado para la red Somos con 1,200 entrevistados a nivel nacional.
Y cerca de tres de cada cuatro latinos teme perder sus ahorros o verse impedidos de pagar su renta y otros gastos básicos si la crisis sigue.
En la Gran Manzana el panorama para los latinos es especialmente sombrío por el impacto desproporcionado del virus.
El saldo diario de muertos por COVID-19 comenzó a bajar en todo el estado de Nueva York: esta semana, por primera vez desde el 2 de abril, ese conteo ha sido día tras día inferior a 500 fallecidos.
Pero personas como Rodríguez o Tallaj, que asisten a inmigrantes, alertan que los efectos nocivos de la devastación económica pueden perdurar mucho más que la propia emergencia sanitaria.
“Estamos literalmente en medio de una guerra”, dice Román Rojas, un músico y compositor venezolano que vive en Nueva York desde hace dos décadas. “No sólo es la parte humana, sino el impacto económico”.
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Sin los ingresos que Jorge Cruz aportaba al hogar, Núñez, su hijo y su suegra enfrentan la misma incertidumbre que muchos latinos mientras aguardan que Nueva York reabra su economía.
“Fue un golpe impactante porque ahora, al no poder trabajar yo, simplemente tengo lo ahorrado y de eso tengo que vivir mientras”, explica Núñez.
La madre de Cruz sintió síntomas similares a los de su hijo fallecido. Y en uno de los hospitales que él había visitado le recetaron los mismos medicamentos.
Entonces, ella fue a otro nosocomio en una zona más acomodada de Brooklyn y la atención mejoró, asegura Núñez.
Asumieron que estaba infectada de COVID-19, le prescribieron una medicina diferente y un oxímetro de pulso para verificar los niveles de oxígeno en su sangre, y la llamaron con frecuencia para saber cómo evolucionaba.
“Es un área donde vive más gente americana, gente blanca, y el cuidado fue totalmente diferente”, apunta.
La madre de Cruz ahora se siente recuperada de salud, al igual que Núñez y su hijo.
“Para mí”, dice Núñez, “esa es la diferencia en el cuidado de las personas: dónde uno vive”.
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