‘La masacre en Tulsa’, la historia que sepultaron junto con los muertos
Hazel Jones tenía 3 años cuando ocurrió el suceso que la marcó para siempre. En 1921 su familia como todas las familias residentes del Distrito de Greenwood en Tulsa, Oklahoma era próspera. Esa área llegó a ser considerada a nivel nacional como un ejemplo de bonanza y orden. Sus fundadores, veteranos de la Primera Guerra Mundial, llegaron a Greenwood en busca de independencia y se dedicaron a crear sus propias fuentes de trabajo; sin ayuda del gobierno, establecieron sus propios bancos, mercados, tiendas y otros establecimientos comerciales. Esa zona llegó a figurar en los primeros lugares de crecimiento económico en todo el país.
Greenwood también se distinguió por el nivel cultural de sus residentes, quienes construyeron un importante centro dedicado al arte y a la cultura. Ese auge económico y cultural no pasó desapercibido para los blancos que vivían en áreas circunvecinas. Resentidos y al acecho, de una población que consideraban inferior, por ser en su mayoría negros, esperaban el momento oportuno para “ponerlos en su lugar”.
Sin percatarse del enemigo que los seguía de cerca y que esperaba cualquier pretexto para despojarlos de lo que habían construido durante años, los residentes de Greenwood se preparaban para festejar el Memorial Day, como tantas veces lo habían hecho antes, cuando surgió el incidente. Sarah Page, de 17 años y de raza blanca, operadora del elevador del Edificio Drexel, acusó a Dick Rowland, de 19 años de edad y de raza negra, de haberla agredido. Testigos aseguran que se trató de un pisotón accidental, otros afirman que fue un piropo lo que molestó a Page. La denuncia de la ofendida fue atendida de inmediato por las autoridades. El arresto de Rowland llegó a oídos de los pobladores blancos de áreas vecinas que sin demora se organizaron para linchar al acusado.
Un grupo de veteranos de raza negra, al darse cuenta del plan de ataque de los blancos, con sus armas en la mano se apostaron frente a las puertas de la cárcel dispuestos a proteger a Rowland. Las versiones de lo que pasó después varían; al final en lo que se conoce como “La masacre en Tulsa”, resultaron más de 100 personas de raza negra y 10 de raza blanca muertas. El Distrito de Greenwood quedó completamente destruido, lo que en un momento llegó a ser calificado como el Black Wall Street de Estados Unidos, quedó en escombros.
Hazel Jones, la última sobreviviente de la masacre ocurrida ese día, recuerda en detalle ese fin de semana largo de pesadilla. “Mi papa no estaba en casa, nomás mis hermanos y mi mamá. Hombres blancos llegaban y nos sacaban de nuestras casas, nos subían a camiones y nos llevaban fuera de la ciudad a un predio muy grande y ahí nos dejaban, ahí estuvimos sin comer junto con mis 12 hermanos por más de 3 días. Mi mamá tenía mucho miedo, pero pensaba que como éramos muchos, también había otros, algunos eran vecinos; ahí estábamos más seguros. Mi papá no sabía dónde nos encontrábamos”, narró Jones en una en una entrevista que le hizo CNN en el 2016. Investigaciones posteriores concluyeron que la razón por la que la gente fue sacada de sus hogares era para facilitar el saqueo de todas sus posesiones.
Aparte de robos, golpes y asesinatos, los residentes de Greenwood sufrieron los primeros bombardeos que se han registrado en la historia contra civiles en este país. Una flota de aviones del gobierno federal dejó caer explosivos que destruyeron sus casas, bancos, iglesias, bibliotecas. Todo quedó reducido a cenizas. A los bombardeos le siguió el ataque de la Guardia Nacional. Los que sobrevivieron a la masacre buscaron ayuda médica en el hospital reservado para los blancos. Todos fueron rechazados, sólo un doctor se atrevió a desafiar la prohibición de no atender a los heridos. Los cuales fueron trasladados a la parte trasera del inmueble.
Ese fin de semana trágico, los cadáveres de las víctimas, por orden de las autoridades fueron sepultados sin identificación alguna. Los residentes observaron cómo el sistema del que consideraban su país, los reducía a indigentes sin derecho a ningún tipo de compensación. Las compañías aseguradoras de entonces argumentaron que sus pólizas no cubrían ese tipo de contingencias.
Sin dinero ni pertenencias, miles de residentes optaron por dejar la ciudad, otros se quedaron y optaron por el silencio, por el temor de sufrir una segunda embestida. Hubo otros para quien el silencio no fue una opción, entre ellos figura Hazel Jones que dedicó toda su vida a buscar justicia y exigir que lo ocurrido en Tulsa, Oklahoma, no quedara en los archivos del olvido, además de compensaciones a sus descendientes.
La lucha de Jones la llevó innumerables veces a Washington donde se entrevistó con Legisladores, y más de un Presidente le otorgó una audiencia sin resultados concretos. La compensación para los descendientes de la masacre de Greenwood nunca se logró. Hazel Jones murió el 4 de marzo del 2018 a la edad de 99 años. Su vida y su muerte pasaron desapercibida para la mayoría de la población estadounidense. En su funeral no hubo discursos de políticos, ni tampoco caballos jalando una carreta con su ataúd. Una modesta carroza llevó sus restos al cementerio. Los datos de sus servicios fúnebres se publicaron en 5 líneas en un diario local de Tulsa en 5 líneas.
Actualmente, ante el despertar de una población que clama por cambios inmediatos a un sistema de racismo institucional, que sólo avanza milímetros en el camino a la justicia, mientras que los abusos recorren kilómetros. Es el momento de derribar todas las estatuas que glorifican a los que durante siglos se sintieron superiores a los de raza negra y sustituirlas por una figura de bronce de Hazel Jones.
Alicia Alarcón es una periodista mexicana con más de 30 años de experiencia en Los Ángeles.