Niñeras migrantes en EE.UU. se hartan de abusos y demandan a las familias

Conoce la historia de Sandra Guzmán, licenciada en Administración de Empresas que entró al programa J-1 Au Pair

Sandra Guzmán en una visita a Disney World.

Sandra Guzmán en una visita a Disney World. Crédito: Sandra Guzmán. | Cortesía

MÉXICO- La madre de los Samuel gritaba como si fuera un capataz. Y el blanco de su ira era Sandra Guzmán, una joven mexicana licenciada en administración de empresas que tuvo la mala suerte de caer en sus manos por medio de un programa que en Estados Unidos se promueve como de “intercambio cultural” aún cuando tiene más características laborales.

El Programa J-1 Au Pair —controlado por el Departamento de Estado (DOS) —permite a jóvenes de hasta 26 años viajar a Estados Unidos con la promesa empleo, vivienda y alimentación mientras mejoran sus habilidades en el inglés y proveen cuidado infantil.

Eso es la teoría. En la práctica, mientras una tercera parte de los anfitriones respetan las reglas generales; otros, se aprovechan del mal diseño del programa para abusar, según denuncias de muchas de las víctimas que ha documentado la organización civil binacional Centro de los Derechos del Migrante (CDM) y otras tres ON’Gs que desde 2018 presentaron el informe El gran negocio detrás del bajo salario en el Programa de Au Pair J-1.

Tres años después, al ver que el visado J-1 sigue con las mismas reglas que perpetúan las injusticias, dos mujeres decidieron tomar al toro por los cuernos y ponerle un hasta aquí a los maltratos con una demanda legal con apoyo del CDM y el despacho de abogados Kahn, Smith & Collins, P.A por violaciones al horario de trabajo, salarios no pagados, abuso verbal rutinario y amenazas.

Los acusados son la agencia patrocinadora AuPairCare Inc y los “padres” anfitriones Michaele C. Samuel y Adam Ishaeik.

Sulma Guzmán, abogada del CDM, cuenta en entrevista con este diario que tomaron la decisión de apoyar esta causa por los casos reiterativos de atropellos contra mujeres que merecen ser escuchadas y tener acceso al sistema jurídico de Estados Unidos  para recuperar los fondos que se les deben como sobrevivientes del maltrato laboral.

“La otra razón es porque ahora, con todo lo que está pasando, también hay movimientos por parte de las agencias Au Pair para reducir los sueldos”.

Y los salarios actuales de este perfil de trabajadoras distan mucho de ser boyantes en comparación con el resto de la población en EE.UU.: alrededor de 4.35 dólares la hora  amén de los horarios que quedan a criterio de las familias que dejan relegado el carácter “cultural” de las visas J-1 que se otorgan cada año a 20,000 personas.

Anita Sinha, autora del informe sobre el tema de 2018, hizo un llamado a las autoridades para que se busque un nuevo modelo de migración laboral. “Necesitamos un programa que dé a las personas trabajadoras el control sobre su proceso migratorio, provea supervisión gubernamental efectiva y que examine a los empleadores rigurosamente”.

El gancho 

Al terminar la licenciatura, Sandra Guzmán tenia la ilusión de dominar el inglés y hacer una maestría. Una amiga la había hablado del programa Au Pairs en el que había participado con tan buena suerte que dominó el idioma, ahorró dinero y se hizo de aliados muy importantes con las familias. Con base en esa experiencia, la novata se apuntó.

La agencia reclutadora —así opera el programa, con intermediarios — le prometió que iba a tener dos semanas de vacaciones, que iba a tener carro, que la familia le iba a pagar el teléfono, proporcionar comida, transporte y pagar las clases de inglés; que tendría los fines de semana libres para poder conocer personas y que iba a trabajar como máximo 45 horas semanales.

“Incluso podían ser menos y nada pesado”, aventuró.

Entusiasmada con esas condiciones, Sandra Guzmán invirtió entre $2,500 y $3,000 dólares en el proceso; escribió una carta de alrededor 600 palabras para presentarse, envió fotos, certificado médico, un registro criminal para demostrar que no tenía antecedentes penales y esperó “hacer match” con alguna familia estadounidense interesada en que una “latina” le cuidara a los críos.

En la recta final se quedó con tres opciones y por una confusión, terminó por dar el sí a los Samuel a pesar de que no le habían dado buena espina. “La mamá sólo me preguntaba cómo limpiaba mi baño, si usaba las dos manos o con esponja, y otras preguntas que no tenían nada que ver con lo que se suponía que yo iba a hacer en este país”, cuenta en entrevista con este diario cuatro años después de la experiencia con esa familia en Clinton, Maryland.

Finalmente aceptó porque estaba en edad límite para participar en ese programa y ya había gastado mucho dinero. No pensó en que ese 2016 pasaría a ser parte del 86% de las niñeras con visa J-1  a las que se les obliga a trabajar horas extras y más de la mitad de éstas sin pago: el 64%.

El infierno

Sandra Guzmán cuenta que en cuanto puso un pie en la casa de los Samuel,  Michaele, la madre,  quien irónicamente es autora del libro Ser una gran au pair: una guía práctica, le entregó un rígido itinerario para el cuidado de un niño de dos años que iniciaba a las 9:30 para el desayuno. A las 10 él podía ver videos en YouTube mientras la cuidadora lavaba su ropa.

Luego debía enseñarle al pequeño el abecedario en inglés y español, de 11 a 12 hacer el almuerzo y dárselo. Sólo él podía comer, ella no tenía permitido hasta terminar la jornada a las 6:00 de la tarde. De 12:00 a 12:30  debía limpiar la cocina, lavar trastes sin lava vajilla, aunque había una; luego, de 13:00 a 1:30 tenía que leerle los números en dos idiomas y jugar.

En pocas palabras: Debía mantener ocupado al niño todo el día; en cambio nunca le ofrecieron la misma comida, le compraba nuggets de pollo, pan, jamón y leche y le prohibieron tocar el refrigerador familiar que sí tenía de todo. “Nunca cenaba con la familia, pero ella me pedía que lavara los trastes después”.

Poco a poco la hostilidad creció,. Después de meses, la anfitriona empezó a molestarse y a gritar por nimiedades como el atraso de 10 minutos en el lavado de la ropa, puso un toque de queda a las 10 de la noche y a amenazar con que si algo le pasaba a su hijo, aunque sea un raspón, la metería en la cárcel o la deportaría para mal récord.

En una ocasión la llevó seis días a las Islas Vírgenes para que le cuidara al niño. “Se suponía que solo tenía que trabajar mi horario normal de 45 horas, pero fue 24/7”; después vinieron las restricciones para salir los fines de semana y más insultos porque la Au Pair llegaba tarde en su día libre.

Sandra Guzmán busca justicia para mejorar el programa de visas J-1
Sandra Guzmán busca justicia para mejorar el programa de visas J-1

Pero la gota que derramó el vaso fue cuando la puso a trabajar por la noche porque los Samuel querían salir a divertirse.  “Hubo un fin de semana en el que ella salió del país para negocios y era día de super bowl y yo quería ver el medio tiempo, pero no me permitían ver la tele en ningún lado de la casa, entonces decidí meterme a mi cuarto para poder verlo y me llevé al niño porque no podía dejarlo solo.

“El se estaba tomando leche y entonces no pasaron ni 10 minutos cuando me llamo y me preguntó dónde estaba, porque ella tenía cámaras en toda la casa, entonces sabía que estaba en mi cuarto y me empezó gritar como nadie, ni siquiera mi mamá, me grito nunca, luego vino el esposo y dijo que me podían acusar de acoso sexual porque en mi habitación no hay cámaras y ahí había llevado al niño”.

Poco después, Sandra Guzmán dejó el hogar de los Samuel. Aguantó nueve meses hasta que el límite. Luego buscó otra familia y las cosas fueron diferentes, más tersas. Pero no quiere quedarse callada con aquella mala racha de inicio y por eso la demanda.

“Quiero poner énfasis en que las chicas Au Pair no tengan miedo y se animen a pedir ayuda si están pasando por un mal momento”.

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