Que alguien me diga si ha visto a mi hijo desaparecido… ¡era migrante mexicano!

El pasado 30 de agosto, las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México reportó 75.000 desaparecidos en el país

Ernestina Hernández

Ernestina Hernández Crédito: Gardenia Mendoza | Cortesía

ZIMAPAN – Ernestina Hernández quiere que alguien le diga si ha visto a su hijo. El muchacho era bueno, nada peleonero, dice. ¿Cómo se pudo haber perdido?¿Cómo  alguien puede querer hacerle mal? ¡Que lo suelten! Era un chico atento Alberto de Santiago Hernández.

A veces era necio. Se le metió entre ceja  y ceja irse a Estados Unidos y pronto. No duró en México ni una semana después de su segunda deportación. Estaba determinado aquel 1 de noviembre de 2012, el último día que Ernestina supo de él.

Lo vio salir de Las Trancas, una comunidad del municipio de Zimapan, Hidalgo. Entonces tenía 31 años y muchas ganas y ánimo de encontrar a un “coyote” de Guanajuato que  había contratado y, sobre el cual, nada sabía Ernestina al decirle adiós a su hijo Alberto, “El Panda”, como le decían en el rancho desde niño.

A base de repetición del apodo, El Panda ,El Panda, muchos olvidaron su nombre y por eso es importante llamarlo así. Que alguien le diga a Ernestina si ha visto a El Panda.

“El dijo ‘me voy, mamá’ y y no le contesté. No dije nada”, recuerda Ernestina Hernández.

Alberto de Santiago Hernández.
Alberto de Santiago Hernández.

Sólo lo miró alejarse de casa con su sudadera gris de rayas naranjas en las mangas y recordó el lunar que su hijo tenía entre la cintura y la cadera, debajo de la espalda, esa mancha café que con el tiempo se extendió hasta las piernas. Iba rumbo a Atlanta. Allá dónde ahora están otros dos más de sus hijos; una tercera, en Texas.

— Me quedé sola— cuenta con una tristeza contenida debajo de un sabino de 800 años historia en la cabecera municipal de Zimapan, donde Ernestina Hernández llegó con la foto impresa de su hijo pegada al corazón.

Entre los múltiples dolores que causa la migración, ella nunca pensó en que habría otro más agudo, punzante e interminable, que podría amargarle la  vida y, si embargo, ahí está la punzada de la desaparición de un ser querido que no está pero tampoco puede haber duelo.

“Mi mamá sufre mucho, en poco tiempo se ha acabado, porque está muy deprimida, esperando en Las Trancas”, cuenta Emma Hernández en entrevista telefónica.

Emma Hernández libra desde Atlanta un  segundo frente de búsqueda, con organizaciones civiles como Colibrí, en redes sociales, en el consulado; las autoridades han tomado notas, prometido apoyo; los activistas les han tomado pruebas de ADN para buscarlo en las morgues, en las listas de ICE. Y nada. No hay rastro de El Panda.

¿Sólo cifras?

El pasado 30 de agosto, las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México, una organización que lleva más de 10 años buscando a los suyos, dio una cifra espeluznante en el contexto del Día Mundial  de la Desaparición Forzada: 75,000 desaparecidos en el país y una cuenta creciente frente a autoridades indiferentes.

Lo reprocharon en medio de una misa  en la capilla de San Isidro Labrador, en la fronteriza región de Arteaga. “Es un día que no debería existir”, concluyeron: si existe es porque de otro modo ya no tendría importancia. Ante la normalización de este delito, a nadie le sorprende que desparezca uno más así sean niños, migrantes…

De acuerdo con los bancos de datos forenses creados por el Proyecto Frontera —que lidera el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en Guatemala, Honduras, El Salvador y México—, entre 10 y 12% de los migrantes reportados como desaparecidos durante su trayecto hacia Estados Unidos, son niñas y niños menores de 12 años.

La búsqueda e identificación de los menores de edad se ha convertido en un eslabón más de la tragedia que representa la migración para miles de familias en la región, según afirma Clara Maurillo, integrante del Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos. Pero la tragedia de los adultos es, por las cifras, un daño colosal porque deja en desprotección a otros.

La desaparición de Alberto de Santiago Hernández fue una tragedia que no han podido superar sus hijos. Aunque ya pasaron ocho años, su tía observa un daño psicológico en los jóvenes que hoy tienen 18 y 15 años. “Sobre todo la niña, que es la mayor, se echa a llorar cuando la visito”, precisa Emma Hernández.

Los Hernández en una foto de 2010
Los Hernández en una foto de 2010

Después de que El Panda dejó Las Trancas, llamó a su esposa por teléfono desde Nuevo Laredo. Quería regresar pronto a Atlanta, a volver a tener la vida de antes, cuando aún no lo habían detenido por conducir en estado de ebriedad, qué necedad de beber en fin de semana, viernes, sábado, no el domingo porque el trabajo del lunes.

El “jale” era corretear gallinas en la empresa Tyson. Las ponía arriba del transporte y éste las llevaba  a otro lado, a una suerte de la que ya no sería testigo. Al final de la jornada pedía aventón porque no quería conducir y que lo detuvieran para otra deportación tras su reingreso pero nadie se lo daba y tuvo que coger un coche y un oficial lo volvió a detener.

“Te pasaste un alto”, dijo.

Así volvió a Zimapán a ver a su madre y así se enroló con aquel coyote supuestamente de Guanajuato, el mismo con quien despareció en Nuevo Laredo después de que la esposa depositó 1,000 dólares para que “el cartel” lo dejara pasar.  Se llamaba Carlos Guerrero Rubio y  tenía un teléfono estadounidense.

—Cuando esté en Texas te llamo para que deposites 2,000 dólares más—  le dijo y nunca más volvió a hablar.

Confusión

¿Pasaría El Panda la frontera?¿Fue el cártel responsable de la desaparición?¿Cuál cartel?¿El traficante de indocumentados lo traicionó?¿Lo abandonó en medio del desierto?

La familia se hace esta y muchas otras preguntas. Año tras año, la región fronteriza entre Estados Unidos y México ha sido la más letal del continente, según la Organización Internacional para las Migraciones que  ha contabilizado un total de 2403 defunciones desde 2014. En 2019, las víctimas sumaron 634 y una cifra similar de desparecidos.

Entre lo desaparecidos previos a la contabilidad de la ONU estuvo El  Panda  y José Luis Chávez Sánchez, de 22 años, del mismo municipio de Zimapán. A éste último lo busca su padre Cleto y su hermano. Por  un compañero de José  Luis se sabe que todo iba bien por el desierto hasta que, ya de lado de Estados Unidos el muchacho se empezó a  quejar de que le dolía un pie.

El malestar le impedía avanzar y el coyote decidió dejarlo con un poco de agua a lado de un pozo petrolero. Había una notaria y el joven hasta mandó la ubicación. “Ya no me llames porque se está acabando la pila”, concluyó.

Ocho años después del extravío, los Chávez están cansados de tocar puertas y hacerse esperanzas. Al principio, daban sus teléfonos personales para información y los extorsionaron, llamaron para decir que sabían donde estaba José Luis y se lo dirían pagaba y ellos han pagado por información falsa.

En algún momento un reportero creyó ver su nombre en las listas de algún centro de detención de ICE y luego desapareció, cuenta Cleto, quien confunde las autoridades de uno y otro lado de la frontera ¿Qué es el CIAM?, pregunta sobre el Centro de Información y Ayuda para Mexicanos depediente del gobierno de su país. “Alguna vez llamé ahí pero no me ayudaron”.

Otros datos

La OIM, un  organismo dependiente de la ONU empezó a documentar las muertes de migrantes en América en 2014 y, de entonces, a la fecha ha dado cuenta de más de 3800 decesos, con 2019 como el año más fatal.

El director del Centro de Análisis de Datos de  la agencia, Frank Laczko, afirmó que estos números son “un triste recordatorio de que la falta de opciones para una migración segura y legal lleva a la gente a tomar vías menos visibles y mucho más arriesgadas”.

“La pérdida de vidas o las desapariciones nunca debe considerarse normal ni tolerarse como un riesgo natural de la migración irregular”.

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