Normalizar la mentira

En la actualidad, las teorías conspirativas compiten con la información confiable

¿Cuál fue tu primera mentira?

Quizás rompiste un plato cuando eras chica y lo escondiste para que no te reten.

Quizás te dieron una mala calificación en la escuela. O le pegaste a tu hermanito y optaste por tergiversar la verdad.

Desde niños, intentamos explicaciones alternativas que nos ayuden en momentos determinados. Empezamos inventando una historia, ofreciéndola con cautela y sorprendiéndonos cuando la aceptan. A partir de ese instante, aprendemos a mentir. Descubrimos que no todo lo que nos dicen es cierto y que una “mentirita blanca” nos puede evitar consecuencias indeseables.

Eventualmente, también descubrimos que las mentiras no llegan lejos y que pueden causar mucho daño. Las mentiras son el síntoma de problemas mayores que no sabemos resolver con la verdad y llegan a destruir reputaciones, vidas, sistemas de gobierno.

En todos y cada momento de la vida, tenemos la opción de decir la verdad o de mentir. Influye en la decisión la convicción de lo que hicimos, la valentía para enfrentar las consecuencias, las circunstancias que nos rodean. Independientemente de cualquier valoración ética y moral, siempre es mejor decir la verdad.

Es más fácil y es más útil.

Pero seamos honestos, todos mentimos aquí y allá.

Mienten los niños cuando no hacen la tarea. Mienten los amantes a quienes descubren in fraganti. Mienten los padres para convencer a sus hijos. Mienten los políticos y los gobernantes, desde épocas inmemoriales. No es algo nuevo. La mentira es tan vieja como la verdad.

Pero no todas las mentiras son iguales ni tienen las mismas consecuencias. En la época en que vivimos, de redes sociales y universos paralelos, la gente puede “elegir” las noticias que quiere escuchar, aislarse en su propio mundo y jamás tener que ver la realidad que no coincide con sus opiniones y prejuicios. En las redes sociales, las mentiras viajan a la velocidad de la luz y alcanzan rincones impensados.

Según el conteo del diario Washington Post, en los últimos cuatro años, el presidente saliente, Donald Trump, compartió un promedio de más de 50 mentiras y afirmaciones engañosas por día. El problema con esto es que sus acólitos le creyeron. El problema es que las teorías conspirativas hoy compiten con las noticias de fuentes confiables.

El problema es que, en orden de ganar discusiones estamos normalizando la mentira.

Lamentablemente, Trump no tiene la exclusividad. Alrededor del mundo, otros gobernantes mienten y engañan a su gente. Pero los líderes del mundo no suben al poder en el vacío, son un síntoma más de una sociedad que les da cabida.

Eventualmente, Trump y sus mentiras no serán más que un recuerdo. Pero quienes le creyeron, quienes desparramaron teorías conspirativas seguirán entre nosotros. Ignorar el hecho de que Trump recibió más de 73 millones de votos, también es ignorar una verdad, creerse una mentira.

¿Cómo llegamos a este nivel de desinformación? ¿Por qué sus mentiras echaron raíces en ciertos sectores de la sociedad?

Si no queremos repetir estos cuatro años, no sólo tenemos que aprender a discernir entre la mentira y la verdad, sino también a comprometernos a buscar a esta última, independientemente de partidos y banderas. Para encontrar una verdad en común que nos una, en lugar de seguir enfrentándonos, tenemos que dejar de normalizar la mentira.

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