‘Al enfermar de COVID, mis hijos me preguntaron si iba a morir’

Madre latina cuenta que vivió una odisea cuando el virus llegó a su casa pero que sus niños fueron la fuerza para levantarse

Jessi Argueta dio positivo al COVID-19 en julio del 2020. (Suministrada)

Jessi Argueta dio positivo al COVID-19 en julio del 2020. (Suministrada) Crédito: Cortesía

Jessi Argueta asegura que ver a sus hijos, en ese entonces de 8, 6 y 3 años, vulnerables y llorando luego de que ella se contagiara de COVID-19 fue lo que le dio fuerzas para recuperarse cuando se sentía al borde de la muerte.

“Me acuerdo que mi hijo de 6 me preguntaba: ‘¿Te vas a morir de coronavirus mami?’”, recordó la mujer oriunda de México.

“Mi hijo mayor tiene autismo y mi hija, la más pequeña, apenas acababa de dejar de usar pañales. Yo pensaba: ‘Si me muero, ¿qué va a pasar con ellos?’”.

La mujer contó que en julio de 2020, su esposo comenzó a sentirse mal pero lo ignoró. Como era el único sustento de la familia, no podía darse el lujo de perder su empleo en la construcción.

“Un día regresé de lavar y me empezaron a doler las piernas, me fui a dormir y en la madrugada me desperté con dolor de cabeza, dolor de ojos y temperatura”, recordó Argueta.

A los tres días, los síntomas le empeoraron tanto que ya no podía levantarse de la cama ni comer. Su esposo tuvo que viajar a San Francisco por cuestiones de trabajo y ella se quedó sola con los niños.

“A los pocos días mis hijos empezaron a enfermarse con alta temperatura, dolor de ojos y diarrea”, aseveró la madre de 31 años de edad. “A mí me faltaba el aire y dije: ‘Esto es COVID’”.

Al hacerse la prueba le comprobaron que había dado positivo a la enfermedad y le pidieron que se aislara por unos días.

Para ella, esto era imposible ya que tiene pocos familiares en Estados Unidos y son vulnerables al contagio, así que no pudieron ayudarle a cuidar los niños.

Su esposo solo llegaba a casa los fines de semana y compraba comida congelada para la familia.

“Mis hijos lloraban en la sala y yo en la recámara. Estábamos bajo el mismo techo pero no podíamos convivir”, recordó la residente del Sur de Los Ángeles. “Incluso, acabábamos de agarrar un perrito y lo tuvimos que regalar porque mis hijos no lo podían cuidar”.

Argueta indicó que su hijo mayor, quien padece autismo, trató de mantener la calma pero en ocasiones también fue difícil lidiar con la situación.

“Él no es muy expresivo pero sí me decía que tenía miedo que yo me muriera”, recordó su mamá.

Así pasó más de dos semanas en cama. No podía levantarse ni para bañarse. Solo quería dormir. Perdió el sentido del gusto y se tomó cuanta medicina encontraba para calmar sus dolores de cabeza y cuerpo.

Dijo que llegó un momento en que se le inflamó una mejilla por varios días, como si hubiera recibido elpiquete de un animal. Al llamar al doctor para contarle lo que le había sucedido este le dijo que fue debido a que se automedicó y su cuerpo tuvo reacciones alérgicas.

Argueta dijo que sus hijos sufrieron mucho debido al COVID-19. (Suministrada)

Preocupación por su niña

Argueta dijo que cuando se contagió, a sus hijos les hicieron la prueba pero salieron negativos. Sin embargo, cuando ella se recuperaba comenzó a notar que su niña le hacía señas de que no podía respirar.

Inicialmente Argueta y su esposo temían llevar a la niña a urgencias porque se preocupaban de no tener dinero para pagar los gastos médicos. Pero al ver que la niña comenzó a sangrar de la nariz, la llevaron de inmediato.

Ahí les indicaron que su hija había dado positivo al COVID-19 y que la razón por la que sangraba era porque la niña se había metido una bola, del tamaño de un chícharo, a la nariz en su desesperación por no poder respirar.

“Mi hija estaba bien decaída y yo me asusté mucho cuando vi que entraron a su cuarto dos personas con máscaras como astronautas”, dijo la madre.

Esa protección eran las medidas que en ese momento estaba tomando el personal médico para evitar el contagio del virus.

Después de hacerle unas radiografías la niña fue atendida y dada de alta pero la familia aún debía seguir con cautela ya que aunque la pequeña no mostraba graves síntomas del virus si estaba infectada.

Los hijos de Argueta Joe, 9, Eddie, 7, y Genesis Argueta, 5. (Suministrada)

Las secuelas del virus

Argueta dijo que para finales de agosto ya se había recuperado pero sabía que algo no estaba bien. Para septiembre había bajado más de 10 libras de peso y su cabello se le empezó a caer en exceso.

“Donde sea dejaba las bolas de cabellos, en la cama, en el baño, en la sala. Me asusté porque pensé que tenía cáncer”, expresó.

Poco después se enteró que estas eran secuelas del virus. Un tío de ella que también tuvo COVID-19 fue internado debido a que le comenzaron a fallar los pulmones y al salir del hospital, ya nada fue igual.
La mujer contó que ahora su tío se cansa mucho al caminar, le duelen los pies constantemente y le dan ataques de ansiedad.

“Ya no puede manejar y en el trabajo le redujeron sus horas”, agregó.

Ahora, Argueta solo esperando su turno para recibir la vacuna y dijo que aunque muchas personas le dieron la espalda al enterarse que estaba contagiada del virus, ella apoya a quienes lo padecen. Les da recetas caseras que pueden hacerse para enfrentar la enfermedad.

“Yo sí sentí feo, que cuando uno más necesita, no le llevan ni un taco. La gente que sabía que tuvimos
COVID-19 no se nos quería acercar”, recordó con tristeza.

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