11 millones de empleos bien valen una reforma migratoria
David Torres es asesor de medios en español de America's Voice
No cabe duda de que el debate migratorio y, por supuesto, el tema económico y su estire y afloje por el paquete de infraestructura han arrebatado la atención de todos en estas últimas semanas, tanto como la pandemia de COVID-19. Pero hay un tema que nos pica los ojos también a todos y parece pasar inadvertido, aunque involucra a los tres anteriores en su conjunto: según datos oficiales recientes, Estados Unidos necesita llenar 11 millones de vacantes en el mercado laboral. Ahora mismo.
La cifra se viene arrastrando desde julio, cuando el Departamento del Trabajo tuvo que informar que pese a la cantidad de desempleados, que alcanzan los 8.4 millones de personas, la gente simplemente ha dejado de buscar.
Las razones son varias, pero los expertos coinciden en que se debe sobre todo a los subsidios por desempleo que han facilitado las cosas a esas millones de personas desempleadas, las cuales han preferido mantener la calma recibiendo un cheque medianamente considerable y esperar la mejor oportunidad para conseguir en el mediano o largo plazos un trabajo más digno, tanto en condiciones como en salario.
Mientras tanto, los dueños de empresas empiezan a enloquecer en busca de trabajadores para evitar la quiebra, cumplir compromisos y contratos, así como reactivar la economía a como dé lugar. Es fácil por estos días leer, ver o escuchar por ejemplo que a grandes compañías les urge contratar a miles de trabajadores, ofreciéndoles facilidades extraordinarias para desarrollar una carrera ahí, además de bonos y flexibilidad para seguir estudiando. Para esta temporada de fin de año, por ejemplo, Amazon busca 150,000 empleados; la misma cantidad en Walmart, en tanto que Target y UPS quieren contratar a 100,000, mientras que FedEx a 90,000.
Pero sucede que la respuesta sigue siendo prácticamente nula.
Paralelo a esa necesidad imperiosa que Estados Unidos tiene en el ámbito laboral en este momento, somos testigos de que la reforma migratoria tan anhelada parece escurrirse entre las manos, con debates cada vez más flojos, planes rechazados por una asesora legal del Senado y una angustiante falta de claridad en los siguientes pasos a seguir.
Los 11 millones de indocumentados que todavía tienen ciertas esperanzas de lograr algo —curiosamente la misma cantidad de empleos que hacen falta llenar— continúan con sus respectivas vidas personales y familiares, sobreviviendo como han venido haciendo durante décadas, sin faltar a sus compromisos fiscales y ahorrando en lo posible para el futuro. Ellos, sin embargo, no pueden darse el lujo de gozar de cheques por desempleo, ni cambiar de trabajo por falta de documentos, y tienen que resistir donde se encuentren, así sea el empleo peor pagado.
Por eso, en una situación de crisis, el pragmatismo y el sentido común deberían imperar. Ya se sabe que el laboral es un mercado volátil y que los empleados tienen derecho a buscar mejores opciones. ¿Quiénes han cubierto históricamente esos huecos que deja la mano de obra estadounidense que se desplaza siempre hacia el siguiente nivel en el escalafón ascendente del trabajo? Pues nada menos que la comunidad inmigrante. Así ha sido siempre. De tal modo que la pregunta es: ¿qué espera la clase política para resolver de una vez por todas no solo el problema migratorio, sino subsanar todas las pérdidas causadas por la pandemia, incluidas las laborales?
Los trabajadores indocumentados —lo mismo que los beneficiarios de TPS y DACA— han demostrado con creces el valor que tiene su participación en momentos de mayor necesidad. Y ahí están, sin echarse para atrás y demostrando lo esenciales que son y han sido en la historia laboral de esta nación. Qué mejor momento para regularizar su situación migratoria, sobre todo cuando el mercado laboral sufre una merma tan escandalosa como la de ahora.
Es cierto, no es tan simple, pero tampoco tan complicado ni imposible como para no poder tomar la decisión correcta; de este modo no sólo se resolvería la crisis de empleo de inmediato, sino el estatus migratorio de millones y se reacomodaría automáticamente el ámbito socioeconómico.
Habría que comentar a la parlamentaria del Senado que se enfoque más en la realidad social, laboral y migratoria de Estados Unidos, que en el burocrático y protocolario mundo de las reglas del aparato legislativo cuando tome sus decisiones, las cuales, hasta el momento, siguen perjudicando a 11 millones de seres humanos. Que no se le olvide, por otra parte, que por ahí viene ya caminando otra caravana de migrantes que seguramente se convertirá en la siguiente generación de indocumentados, si sus integrantes logran pasar a territorio estadounidense.
Y así, ad infinitum, se renovará el sistema, se seguirá contando con mano de obra y se continuará legislando. Bien valen una reforma migratoria esos 11 millones de empleos.