Visualizan un panorama sombrío para jornaleros en el 2022: ‘No pinta nada bien’

Aproximadamente 500 murieron en el año 2021 y a su precaria situación económica se suma lo complicado que se está poniendo encontrar empleo sin documentos en Estados Unidos.

De izquierda a derecha, los jornaleros Emiliano Vázquez Leyva, César García y Néstor Escobar.

De izquierda a derecha, los jornaleros Emiliano Vázquez Leyva, César García y Néstor Escobar. Crédito: Jorge Macías | Impremedia

La situación de los jornaleros en Estados Unidos siempre ha sido precaria. Y no hay nadie mejor que lo sepa que Pablo Alvarado, director de la Red Nacional de Jornaleros (NDLON) en Estados Unidos. 

Además de que la gran mayoría de ellos son indocumentados, en 2021 al menos 500 jornaleros perdieron la vida en el país, debido a la pandemia del covid-19. 

Y el año que se avecina, de acuerdo a Alvarado, no pinta nada bien.

“Nos espera un panorama sombrío”, dijo Alvarado. “Los problemas de los jornaleros se intensificaron porque murieron hombres y mujeres que vivieron el estado crítico de la enfermedad y dejaron cientos de hijos huérfanos”.

El principio de la ola de muertes estuvo en Nueva York, pero a medida que avanzaron las infecciones en el país y se propagó la enfermedad, muchos trabajadores perecieron, uno de ellos, Godofredo Rivera, quien era saxofonista del grupo musical “Los Jornaleros del Norte”.  

Ante la escasez de trabajo provocada por el cierre de empresas, Rivera había aceptado una oferta en una tintorería donde contrajo el virus. El trabajador inmigrante y artista murió en febrero de 2021. 

“En esas fechas no sabíamos mucho de la enfermedad”, dijo el líder social.   “El agarró la chamba porque la situación económica era dura para todos…, y sigue siendo dura”. 

El covid-19 también se llevó a Antonio “Tony” Bernabé, un incansable líder de la lucha de los derechos de los jornaleros. Bernabé era parte esencial de la Coalición Por los Derechos Humanos de los Inmigrantes (CHIRLA) de Los Ángeles. Él falleció el 20 de enero de 2021. 

Alvarado subraya que las opciones de sobrevivencia de los jornaleros -considerados como trabajadores esenciales- eran pocas: O se quedaban en casa, seguros y sin exponerse al virus y sin pagar sus facturas, o salían a arriesgar su salud y la vida. 

“No había otra alternativa”, expresó a La Opinión, el director de NDLON. “La gente se lanzó a las calles por la magnitud de la necesidad…, la situación rebasó nuestra capacidad raquítica para poder ayudar y acompañar a nuestros hermanos jornaleros”. 

Inclusive, durante el punto álgido de la pandemia, en los aproximadamente 60 centros de trabajo a nivel nacional, los jornaleros eran enviados continuamente a “chambear”.

Ellos fueron asesorados de cómo cuidarse para evitar contagios; eran monitoreados con radios para comunicarse con los operadores del Pasadena Community Job Center, de 3,500 miembros.

“Lo bueno de la pandemia fue que la gente aprendió a usar mejor la tecnología; hicimos grupos de WhatsApp para acompañarlos a su trabajo y conseguimos fondos para los jornaleros mayores de 65 años cuando se enfermaban”, informó Pablo Alvarado. Se les ayudaba con $ 200, $ 300 y hasta $ 500 dólares.

“Les ayudábamos con lo que pudiéramos”, dijo Alvarado. “No podíamos dejarlos morir solos”.

De hecho, los centros para los jornaleros se convirtieron en centros de repartición de despensas de los bancos de comida. Desde mayo 2020, a la fecha, gracias al programa “Mano a Mano” le tendieron ayuda a más de 5,724 trabajadores.

En junio de este año, gracias a su asociación con Pasadena Covenant Church y a la donación de un congelador gigante donado por la Fundación Comunitaria de Pasadena, la despensa de alimentos para autoservicio y sus más de 300 voluntarios habían servido $600,000 en alimentos básicos a la comunidad, desde lácteos hasta carne, productos frescos y productos secos.

Era la única manera de ser solidarios en los momentos de dificultad, y más, durante los momentos de dolor por la pena de haber perdido a un compañero de profesión o un ser querido, jornalero o no.

En carne propia

Al mismo Pablo Alvarado, en una semana el covid-19 le arrebató a su madre, Elva Julia Gutiérrez y a su hermano William Sabino Alvarado. Ellos fallecieron en la aldea Joya Ancha, en Santa Elena, Usulután, El Salvador.

“Nuestras pérdidas han sido colosales, pero en medio de las penurias conocimos a gente muy buena; hicimos una petición a nivel nacional para que la gente hiciera donaciones; algunos artistas donaron su arte y recaudamos $ 3 millones para ayudar un poquito a las organizaciones”, dijo el activista. “Pero sabemos que la pandemia no ha terminado, y por eso creo que para el año próximo nuestro panorama será sombrío”.

‘Hay mucha gente que no tiene compasión’

En la esquina de la calle Pine y el bulevar Garvey, en la ciudad de Rosemead, California, Emiliano Vázquez Leyva, del estado de Sonora en México; Luis Néstor Escobar, de Guatemala, y César García de Oaxaca sufren las inclemencias del clima gélido en la intersección, mientras esperan un contratista o empleador que necesite mano de obra.

De los tres, solamente Cesar bebe un café caliente, mientras que Luis Néstor se alimenta de tamales que saca de una bolsa de plástico y Emiliano se recarga en una malla de alambrado, mientras esperan.

“Para mí, la vida ha sido difícil desde el año 2000; perdí mi trabajo de plomería cuando descubrieron que tenía un seguro social “chueco”, dijo Emiliano, un sonorense de 50 años. “Después ya no había trabajo, me sentía mal, no tenía nada que darle a mi mujer y a  mis tres hijos”.

Agrega que desde aquel tiempo, todos los días anda batallando para encontrar empleo o algún trabajo rápido que deje algo de dinero.

“Con esta pandemia, desde hace dos años, a veces me va bien y otras regular, pero aun así sigo ayudando a mi mujer y a mis hijos en lo que puedo”, expresó. “Para el 2022, a ver que sale; si trabajamos, pienso hacer una comida para todos los jornaleros que nos juntamos aquí”.

Uno de esos amigos suyos es Luis Néstor Escobar, de 41 años, quien informa a La Opinión que nació en México, aunque su madre es de Guatemala.

Entre comentarios sin sentido,  Escobar recordó que perdió su casa, a su mujer y a sus hijos. No recuerda sus nombres ni tampoco sabe dónde viven.

“El alcohol y la droga lo dejaron así”, manifestó Emiliano. “Yo lo cuido y le ayudo en lo que puedo”.

Por su parte, César García no solo lamenta que no tiene un trabajo fijo, sino que antes y durante la pandemia de covid-19 se ha topado con contratistas inescrupulosos, particularmente latinos que les han ofrecido trabajos y después no quieren pagarles, a sabiendas que no tienen documentos legales en Estados Unidos.

“Hay mucha gente que no tiene compasión de uno”, señaló. “A veces los chinos nos pagan mejor”.

No muy lejos de allí, frente a las instalaciones de Home Depot, en la ciudad de Monterey Park,  Fernando Vargas, un zacatecano de 32 años está sentado en su camioneta van y fuma un cigarrillo, mientras espera trabajar.

“Ya tengo seis años como jornalero”, contó. “Hago de todo, desde limpieza, albañilería, construcción y lo que caiga”.

Fernando tiene tres hijos y una esposa que mantener. Durante la crisis sanitaria ha tenido que vencer su temor al coronavirus, porque dice, “no me queda de otra más que salir a ganarme el pan de cada día”.

Esa necesidad fue la misma que lo llevó a enfermarse de covid-19. Estuvo postrado en una cama por 21 días, debido a los fuertes dolores de espalda, fiebre, y problemas de respiración.

“Tenía mucho frio y sudaba; no podía dormir y no pude hacer nada en 10 días”, recordó. “Y así, malo como estaba me tuve que levantar al día 11 y tuve que agarrar fuerzas para irme a trabajar”.

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