Llegaron con ropa, alimentos y juguetes, pero la necesidad era enorme

Cuando los voluntarios angelinos entraron al albergue se encontraron con bebés haitianos, hondureños y mexicanos apenas con lo más indispensable

Albergue Juventud 2000 en Tijuana.

Albergue Juventud 2000 en Tijuana. Crédito: Manuel Ocaño | Impremedia

Doña Lupita acababa de salir del albergue en la zona norte de Tijuana donde se encontró con niños migrantes y sentía que tenía que expresar sus emociones antes que se le escaparan unas lágrimas.

“Yo soy abuela, y cuando vi a esos niños, quise abrazarlos a todos y decirles que todo va a estar bien”, dijo doña Guadalupe Camacho, “que van a crecer y que van a alcanzar sus sueños, como los alcanzaron mis hijos”.

Enfatizó, “soy abuela, bisabuela, madre y esposa, y sé que es difícil para estos niños”, que en su mayoría llegaron a la frontera con sus padres, algunos para huir de la miseria, pero otros por salvar sus vidas de amenazas de maras centroamericanas y de la guerra entre carteles altamente armados en Michoacán y Guerrero.

La familia Camacho había salido temprano de Los Ángeles con la parte trasera de su vehículo llena de juguetes, alimentos, alguna ropa y artículos de higiene personal.

Doña Lupita con su hija Linda. Ambas viajaron desde LA a apoyar a los inmigrantes. (Manuel Ocaño) Crédito: Manuel Ocaño | Impremedia

Habían comprado para donar lo que pensaron que podrían necesitar los niños migrantes y sus padres.

Pero cuando entraron con sus cajas y bolsas al albergue Juventud 2000 en Tijuana, encontraron niños y bebés haitianos que había llegado apenas hacía unos días, después de esperar meses en Tapachula apenas con lo más indispensable, niños hondureños y mexicanos quienes, pese a su cansancio, sonreían y jugaban.

“El albergue estaba lleno la semana pasada, pero a la ciudad llegaron hasta 1,500 migrantes haitianos. Nosotros nos deshicimos de mesas y de espacio para consultas y pudimos alojar a unos 25 haitianos que venían en familias”, dijo a La Opinión el director de Juventud, José María “Chema” García Lara.

Algunos pequeños recién llegados y sus padres haitianos calzaban todavía tenis y vestían camisetas de algodón, sin abrigo para el frío invernal que llegaron a conocer a la frontera.

Jóvenes voluntarios que llegaron a ayudar al albergue Juventud 2000. (Manuel Ocaño) Crédito: Manuel Ocaño | Impremedia

“Yo vengo de gente pobre, de mis padres muy pobres, y los entiendo”, platicó la señora Lupita, que agradeció a la organización Ángeles de la Frontera “porque hoy pude ser parte de ustedes y por darme la oportunidad de que no se acabara el año sin que yo pudiera poner siquiera un granito de ayuda”.

“He servido a Dios de muchas formas, pero de esta manera no”, dijo doña Lupita, “entonces estoy muy agradecida por esta oportunidad que nos dieron a mi esposo, a mi hija y a mí. Fue un placer y quiero seguir haciéndolo todavía”.

La hija de doña Lupita, Linda Camacho, platicó que la familia decidió unirse como voluntarios cuando supo que se formaba la primera caravana de Ángeles de la Frontera desde que comenzó la pandemia.

Cuando la pandemia comenzó a arreciar en la región, en marzo, las autoridades aduanales mexicanas cerraron el paso a todas las donaciones que regularmente llegaban a los albergues migrantes en Baja California.

Los dos países, México y Estados Unidos, suspendieron los cruces fronterizos que llamaron no esenciales, entre ellos la ayuda de organizaciones de la sociedad civil a los albergues para migrantes.

La medida convirtió automáticamente en no esenciales a miles de personas que aguardaban en la frontera oportunidad para presentar solicitudes de asilo, la mayoría en familias con hijos pequeños.

Las consecuencias del cierre fronterizo al asilo y a la ayuda para los albergues era lo que la familia Camacho veía en noticieros y leían en diarios de Los Ángeles.

Ahora, a poco de levantarse las restricciones a los viajes no esenciales, la ayuda comienza poco a poco a fluir a través de la frontera.

Linda Camacho dijo que “en cuanto supimos que Ángeles de la Frontera iba a comenzar a traer de nuevo caravanas a Tijuana, decimos unirnos”.

Días antes, don José, doña Lupita y Linda hicieron compras y reunieron todo en casa. Luego subieron los artículos a su vehículo tipo SUB y partieron para estar a tiempo en una breve reunión preparatoria en Chula Vista, rumbo a la frontera.

La familia estaba preparada y presentó sus recibos de compra ante los agentes aduanales mexicanos que exigen el pago de impuestos, aunque la ayuda sea donaciones también para migrantes mexicanos. La tasa tributaria es de 19 por ciento sobre el precio o valor de los artículos.

Momentos más tarde la caravana llegó al albergue en Tijuana.

Los coordinadores del inmueble pidieron que los juguetes los llevaran por una entrada alternativa a una pequeña bodega para sacarlos en navidad y entregarlos a los niños. El albergue confirmó más tarde que en nochebuena los 40 pequeños que están bajo su tutela recibieron sus regalos

Fue la primera vez en casi un año que los Ángeles de la Frontera volvían a guiar una caravana con donaciones para ayudar a los migrantes.

El reinicio del programa fue un poco limitado; solo siete personas en tres vehículos. Dos jóvenes de Los Ángeles se habían enterado y en un momento decidieron unirse; otros dos de San Diego dijeron que sabían desde hacía unos días.

Todos se dijeron satisfechos luego de ayudar a familias que era evidente que necesitaban todo tipo de ayuda.

El coordinador de voluntarios de Ángeles de la Frontera, Joaquín Vázquez, informó que la organización planea renovar en forma regular las caravanas de ayuda a los albergues, aunque al inicio sea lentamente.

“Por lo menos ya iniciamos esta vez con la primera caravana y vamos a planear la siguiente”, expresó Vázquez, quien ya se pone en contacto con directores de albergues para considerar cuáles son las necesidades particulares de cada refugio.

La organización apoya con donaciones y voluntarios a unos 20 albergues en Tijuana y uno en Manedero, al sur de Ensenada.

La red incluye tres albergues para mujeres con niños, cuatro para hombres, uno para familias haitianas, uno de la comunidad LGBTQ, y el resto son para migrantes en general, incluido el más grande en la ciudad, actualmente con 1,200 personas. 

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