Desconocidos buscaban niñas en un albergue migrante de Tijuana

Dos hombres armados entran a un refugio donde la mitad de los migrantes son menores de edad; el ‘botón de pánico’ que envía una alerta a las autoridades no funcionó

Inmigrantes en el refugio de Tijuana.

Inmigrantes en el refugio de Tijuana.  Crédito: Manuel Ocaño | Impremedia

Josefina dice que un grupo de ocho desconocidos vestidos de negro que entraron a un albergue Migrante la noche del lunes al martes intentaba secuestrar niñas.

“Como a las 4 de la tarde (del lunes) llegó una mujer a este cuarto que está bajo mi responsabilidad. Se sentó sobre una litera y enseguida me preguntó si tenía yo hijos y que si estaban chiquitos”, dijo Josefina.

Pero conforme platicaba, la mujer llevó la conversación a preguntar cuántas niñas migrantes había en ese cuarto y más o menos de qué edades.

“Con eso ya me sentía yo un poco desconfiada, tenía una sensación en el estómago, pero cuando de verdad comencé a dudar fue cuando esa mujer estaba platicando con otra madre de familia y a ella le dijo que no tenía hijos, cuando hacía unos minutos que me había dicho a mí que sí tenía”, platicó Josefina.

Pastor Albert Rivera del albergue Migrante. Crédito: Manuel Ocaño | Impremedia

“En todo el albergue, como cuántas niñas hay”, preguntó la desconocida, que se había identificado solo como salvadoreña.

Josefina dijo que para entonces ya varias madres migrantes expresaban desconfianza y la mujer debió haberlo notado, porque de inmediato salió a hablar por celular.

“Yo aproveché para ir a preguntar al encargado de la puerta por qué la había dejado entrar”, dijo Josefina, “pero me contestó que no la había visto que entrara”.

El encargado, junto con una joven a cargo de la oficina y Josefina se acercaron a cuestionar a la mujer, pero ella colgó su llamada y dijo que ya se iba y salió.

Unos 20 minutos después, dos hombres con armas cortas saltaron un muro sobre la entrada principal y recorrieron varios cuartos y lugares del albergue. Mientras avanzaban, preguntaban dónde estaban las migrantes.

“Muy raro –dijo Josefina–, porque aquí todos somos migrantes”.

Casas de campaña dentro del albergue Migrante en Tijuana. Crédito: Manuel Ocaño | Impremedia

La pareja de desconocidos se fue, pero cerca de la 1 en la madrugada los migrantes escucharon el motor de una motocicleta en el terreno detrás del albergue, donde está un cementerio.

Quienes se asomaron, vieron a por lo menos ocho hombres que se desplegaron a diversos puntos del terreno trasero junto al albergue.

Un momento después, varios sujetos entraron por la puerta trasera, una salida de emergencia, pasaron un sector donde varias familias haitianas se alojan en tiendas o carpas de campaña y se dirigieron a la zona donde hay más familias centroamericanas y mexicanas.

Las madres de familia se encerraron en sus cuartos con sus hijos. Josefina con ayuda de otras mujeres colocó un refrigerador para detener la puerta, y las señoras se armaron con lo que encontraron a la mano.

Los encargados llamaron por teléfono al director del albergue, pastor Albert Rivera, quien les dijo que activaran el “botón de pánico”, un dispositivo electrónico que lanza una señal de alarma a autoridades estatales. Pero el botón no funcionó.

Llamaron entonces al número 911 de emergencias del municipio de Tijuana y les contestaron, dijeron que los policías “ya iban para allá”, pero no dijeron cuándo.

Mario, un padre de familia michoacano, no está seguro quién lo propuso, pero pronto los hombres adultos en el albergue recorrían en grupo y con precaución todo el perímetro del inmueble.

“Ya no encontramos a nadie”, dijo Mario. “Lo que creemos es que, como querían llegar de sorpresa y eso les falló, se encontraron con que nosotros éramos muchos más que ellos y entonces se fueron”.

La policía llegó unas dos horas después, de acuerdo con testimonios de migrantes. Fue un solo oficial en una patrulla, pero no llegó hasta el albergue, sino a una avenida cercana a más de dos cuadras de distancia y el agente no se bajó ni tomó testimonios. Estuvo cerca de un minuto y se marchó.

El pastor dijo a La Opinión que actualmente hay unas 600 personas en el albergue y aproximadamente la mitad son niños. Es junto con el albergue Templo Caballeros de Jesús el que tiene la mayor población infantil.

Ante la respuesta de autoridades la noche del lunes, el pastor Rivera dijo a La Opinión que retomará unos talleres que fueron suspendidos por la pandemia. Instrucciones para organizarse en el albergue, charlas sobre trata de personas, acerca de cómo engañan a los migrantes, de explotación laboral y sexual, y saber qué hacer.

“Tenemos que prepararnos de alguna manera. Lo ideal es que lleguen las autoridades, la policía, pero si no estamos seguros que van a llegar, es mejor que tengan información útil por si la necesitan”, dijo el pastor.

El albergue ágape ha tenido varias experiencias similares. En el 2020 dos hombres armados ingresaron, mientras que un grupo con fusiles de asalto en la calle obligaba a migrantes jóvenes a entregar sus celulares para revisarlos. En esa ocasión tampoco funcionó el “botón de pánico” y el albergue entero protestó ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

El año pasado grupos armados se enfrentaron cerca del albergue y los niños despertaron entre llantos porque algunos disparos pegaron en las paredes de los cuartos en que dormían.

En mayo pasado, sin embargo, los disparos sí cruzaron una pared y una bala hirió en el cuello a una mujer mexicana, quien sobrevivió y semanas después pudo cruzar a solicitar asilo como caso humanitario por su herida.

“Tijuana no es una ciudad segura, y mucho menos para las personas en contexto de movilidad, desplazadas y obligadas a dejar sus ciudades y países de origen a causa de la violencia que hoy experimentan nuevamente en territorio tijuanense”, dijo la directora del albergue y centro cultural Espacio Migrante, Paulina Olvera Cáñez.

Comentó que “los albergues de la sociedad civil están trabajando al máximo de sus capacidades, sobrepasados al absorber la carga pública que al estado”.

Olvera Cáñez explicó que ese contexto “se traduce en albergues sin cupo y, por lo tanto, en
más población migrante racializada en situación de calle, lo que agrava y expone de sobremanera a estas personas colocándolas en una situación de extrema vulnerabilidad y riesgo inminentes”.

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