La fascinante historia de Fisher Island, la exclusiva isla de Miami que concentra el mayor ingreso per cápita de Estados Unidos
La isla, que nació con la creación del puerto de la ciudad, es hoy el código postal con mayores ingresos per cápita en EE.UU. según el censo de 2020
Fisher Island, una pequeña isla en la punta sur de Miami Beach, apenas tiene 90 hectáreas de extensión y es uno de los sitios más exclusivos de Estados Unidos.
Sólo se puede acceder a ella en ferry o en helicóptero, pero una vez dentro, no hay necesidad de salir: cuenta con supermercado, colegio hasta 8º grado, campo de golf de 9 hoyos, piscinas y todo lo que una familia rica pueda necesitar.
Las 561 personas que, según el censo de 2020 en EE.UU., llaman Fisher Island su hogar, tienen el ingreso per cápita más alto que cualquier otro código postal en EE.UU. ($2.2 millones de dólares).
Pero es que para poder vivir en la isla, hay que ser millonario.
Los precios de las propiedades varían entre $3.5 millones de dólares y $40 millones, y un proyecto en desarrollo espera cobrar $90 millones por un penthouse.
El sitio es tan exclusivo que celebridades como la presentadora de televisión Oprah Winfrey y la actriz Julia Roberts han tenido casa ahí.
Pero como suele suceder, esta isla del lujo no siempre fue el centro de la exclusividad que es hoy.
Inicios
“Fisher Island era parte de Miami Beach, pero se separó a principios de 1900 cuando el gobierno dragó un canal de aguas profundas -que se conoce como Government Cut- en el canal de Biscayne”, le cuenta a BBC Mundo el historiador residente del Museo de Historia de Miami Paul George.
El canal le abrió paso al puerto de Miami, hoy conocido como la “capital de los cruceros del mundo”, y dejó una pequeña acumulación de arena sobre la cual se desarrolló la isla.
“Era mucho más pequeña de lo que es hoy”, agrega George, “más o menos 16 hectáreas. Ahora, le han agregado mucho, van por las 90”.
Uno de sus primeros dueños destacados fue Dana A. Dorsey, el primer millonario negro en Florida, quien había hecho fortuna construyendo vivienda asequible para afroestadounidenses en el barrio entonces conocido como Colored Town (“Pueblo de color”), hoy Overtown, en el noroeste de Miami.
“Su sueño era desarrollarla como un resort negro para visitantes negros“, explica George, “Miami estaba muy segregado y lo que él quería era que las personas negras tuvieran sus propias playas e infraestructura, y evitar todo tipo de problemas con las autoridades de Miami”.
Pero el proyecto nunca iba a poder despegar, no bajo las reglas de la época.
En una entrevista con la emisora pública de EE.UU. NPR, Timothy Barber, director ejecutivo de los Archivos Negros -una ONG dedicada a preservar la memoria histórica afroestadounidense-, explicó que para Dorsey fue imposible mover los recursos necesarios -incluyendo materiales y empleados- hasta la isla.
“Se sabe que tuvo problemas porque la isla estaba en el lado este de las vías del tren [que marcan la separación entre este y oeste en Miami] y Henry Flagler [considerado el fundador de Miami] había designado el lado este para la gente blanca y el oeste para la gente negra”, dijo Barber.
Finalmente, Dorsey tuvo que venderle Fisher Island al constructor que le daría su actual nombre, Carl Fisher.
La isla de la velocidad
Fisher se hizo millonario gracias a su obsesión con la velocidad.
Nacido en la pobreza, empezó a hacer su fortuna ayudando a sus hermanos a vender bicicletas corriendo en ellas: fue campeón de carreras y con sus ganancias, fue uno de los primeros en comprar un auto en la capital del automovilismo de EE.UU., Indianápolis.
Fue tal su afición a los motores que pudo vislumbrar el rol que jugaría el automóvil en el desarrollo de EE.UU. durante el siglo XX: estuvo involucrado en la construcción de obras titánicas como la Lincoln Highway – la primera carretera intercontinental de EE.UU, que unió Nueva York y San Francisco-, la Dixie Highway -que uniría Miami Beach, en el sur de EE.UU., con Chicago- y el autódromo de Indianápolis, considerado el templo del automovilismo en las Américas.
Fisher le compró la isla a Dorsey en 1919 con la intención de construir un puerto marítimo que les sirviera a los cruceros, pero sus planes cambiaron cuando, a través de su amor por los motores, conoció a William K. Vanderbilt II., miembro de la que fue la familia más rica de EE.UU. en la segunda mitad del siglo XIX.
En un acuerdo firmado en 1927 Fisher le entregó 2.8 de las 8.5 hectáreas de la isla que le pertenecían a Vanderbilt, a cambio de un yate de 265 pies conocido como “Eagle”.
Los libros de historia cuentan que Fisher le propuso a Vanderbilt el negocio con la frase: “Mi isla por tu bote”.
Los Vanderbilt desarrollaron su mansión en la isla hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando la vendieron a otro excéntrico millonario aficionado a la velocidad: “El rey de las lanchas rápidas” Garfield Wood, quien la usó para trabajar en diseños de autos eléctricos y botes militares hasta 1963.
De ahí en adelante, y hasta la década de los 80, Fisher Island se dedicó a ser un centro de cuarentena, sede de la escuela de Biología Marina de la Universidad de Miami y lugar de almacenamiento para una compañía de petróleo.
El boom de Miami en los 80
“Para mediados de los 80, la isla iba camino de convertirse en una de las comunidades más lujosas en EE.UU.”, le explica el historiador George a BBC Mundo.
Un consorcio compró el terreno y, reflejando el interés por el lujo y la exclusividad que caracterizó la era del presidente Ronald Reagan, abrió el Fisher Island Club en 1987.
“Es casi el primer anuncio de que Miami se va a convertir en este sitio de lujo, y era evidente que iba a empezar a atraer a los ricos y a los famosos”, apunta George.
El desarrollo que ha visto Fisher Island desde entonces lo ha convertido en uno de los diez códigos postales más exclusivos del país (el código postal es 33109): según información de Bloomberg, en 2015, el promedio salarial de los residentes en la isla era de $2,5 millones de dólares al año.
La isla cuenta con su propio mercado, colegio hasta el octavo grado, centro médico, estación de bomberos y rescate, un campo de golf de 9 hoyos, siete restaurantes, una marina para recibir yates de más de 250 pies de largo, sus propios agentes de seguridad y una flotilla de cuatro ferries que transportan pasajeros y autos desde y hacia la isla las 24 horas.
“La edad promedio de personas que vive en la isla ha disminuido luego de la pandemia de covid, con el gran flujo de personas que vinieron de Nueva York”, le contó a BBC Mundo una vendedora profesional de finca raíz que vive en la isla, quien prefirió que no diéramos su nombre para mantener la privacidad de los residentes de la isla.
“Son personas bien conectadas, generaciones más jóvenes -familias con niños-. Les encanta la seguridad, les da todo lo que necesitan y todo lo que quieren”.
“No tienes que salir de la isla para nada”, dice.
“Tal como son las cosas hoy en día, puedes pedir Instacart [un servicio de entrega de mercado a domiclio] y te lo dejan en el ferry”, agrega, asegurando que con el incremento de personas que trabajan de manera remota es más fácil vivir en una isla, especialmente si estás a un ferry de distancia de uno de los centros urbanos de mayor crecimiento de EE.UU.
A pesar de que se han considerado proyectos en el pasado para integrar Fisher Island con la ciudad a través de un puente, el paso de los inmensos barcos de carga y los cruceros que salen del puerto lo han hecho una tarea imposible.
Y una tarea que, a estas alturas, pareciera no ser necesaria.
“La isla ha tenido tantos guardianes durante más de un siglo y todos han tenido su propia visión maravillosa de finca raíz”, remata la agente inmobiliaria. “Eso sólo la ha mejorado y la ha hecho más y más hermosa para la gente a la que le gusta ese estilo de vida”.
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