Arturo Aguilar, el oaxaqueño que no se da por vencido

Emigró a Estados Unidos con la idea de dejar el alcoholismo y lo logró, lo que nunca imaginó es que se convertiría en propietario de dos restaurantes

Arturo Aguilar, propietario de El Valle Oaxaqueño. (Araceli Martínez/La Opinión)

Arturo Aguilar, propietario de El Valle Oaxaqueño. (Araceli Martínez/La Opinión) Crédito: Araceli Martinez Ortega | Impremedia

Arturo Aguilar tenía 27 años cuando vino a Los Ángeles buscando dejar atrás el alcoholismo que estaba arruinando su vida en Oaxaca, lo que nunca imaginó es que al estar libre de la adicción, se pondría en camino de convertirse en propietario de negocios.

En el área de Pico-Union de Los Ángeles, es dueño de El Valle Oaxaqueño, un restaurante, panadería y supermercado, del cual tiene dos sucursales.

“Nací en San Juan Teitipac, Tlacolula, Oaxaca, pero cuando era niño, mi familia se fue a vivir a Oaxaca donde crecí, ayudando a mis padres que tenían una panadería”, dice don Arturo como se le conoce en la comunidad oaxaqueña de Los Ángeles.

En Oaxaca fue a la universidad, a estudiar ciencias químicas pues quería ser químico-biológico, pero abandonó la carrera para aprender el negocio de la panadería.

“Me metí a trabajar en diferentes panaderías. Yo soñaba con un día tener panaderías, y solo llegar a supervisar como lo hacía el dueño de una panadería grande donde yo trabajaba en Oaxaca”.

Pero muy pronto una decepción amorosa lo hizo caer en el alcoholismo. “Tomaba todos los días. Caí tan bajo que me juntaba con gente de la calle para tomar, y hasta le robaba camisas a mi hermano. Mi vida era un desastre”.

Ya para entonces, aunque soltero, era padre de una niña. Y fue en uno de esos momentos de lucidez que el joven Arturo, reflexionó en el tipo de vida que llevaba.

“No es posible que ande así. Mi hija no se merece tener un padre borracho, o terminar como huerfanita porque un día voy a quedar muerto en cualquier banqueta”, se dijo a sí mismo.

Ya para entonces sus padres le habían dicho que no querían saber nada de él, mientras estuviera consumido por el vicio del alcohol. 

“Recuerdo que llegué a la casa de mis padres, un sábado como a las 8 de la noche. Estaban viendo una pelea de Julio César Chávez. Les dije que iba a despedirme porque ya me iba para Los Ángeles”.

Sus progenitores se conmovieron con la noticia. “Lloraron y me dijeron que me habían dado todo, ¡que cambiara y me seguirían apoyando!

Les respondió a sus padres que se marchaba porque era la única manera de romper con todo y empezar de nuevo, dejando atrás su afición por el alcohol.

“Nunca se me olvida que mi papá me dijo: ‘a dónde vas, los vicios son peores’. Yo les insistí, ‘voy a cambiar’. Ellos me respondieron ‘vamos a darte tu bendición. Si te volvemos o no a ver, ya estás bendecido’”. Esa fueron las palabras de sus padres.

Compró un boleto de autobús rumbo a la Ciudad de México a donde tenía unos tíos. 

“Ellos al saber que iba rumbo al Norte, hablaron con mi tío Martín y mi tía Chelito para que me recibieran en Los Ángeles; y me compraron un boleto de avión para Tijuana. Yo les decía que no, que me iría en autobús. Ellos me insistieron en que debía irme en avión”. 

En Tijuana contrató un coyote que le cobró $300 para que lo cruzara.

“Eso fue en 1990. Brincamos por el cerro. A mí no me importaba, yo venía con el enfoque de empezar una nueva vida y cambiar”.

Recuerda que ya en Los Ángeles, sus tíos lo ayudaron mucho.

“Me daban $5 para que saliera a buscar trabajo en las panaderías”.

Recuerda que en una panadería le preguntaron si hacía pan de ciudad o de pueblo. “Les dije que de Ciudad. La pregunta fue porque los panaderos de la ciudad saben hacer todo tipo de pan. Y yo soy un panadero de ciudad”.

Don Arturo Aguilar, dueño del Valle Oaxaqueño. (Araceli Martínez/La Opinión)

En esos primeros días, a falta de trabajo, hasta anduvo de paletero. “Mis tíos no supieron, pero estuve entre dos o tres días trabajando como paletero con mi carrito de paletas, hasta que me hablaron para un trabajo de noche en una panadería centroamericana”.

Luego como tenía tiempo libre por las tardes, se salía a vender pan a los edificios de departamentos de Los Ángeles. “Me iba bien. Llevaba el pan en una cajita”.

Renunció a la panadería, cuando su tío le propuso trabajar con él vendiendo frutas en una camioneta por las zonas residenciales.

Fue en 1997 cuando empezó a hacer donas en su casa para venderlas en la camioneta de la fruta.

“Compré un hornito y arreglé mi garaje. Me puse a hacer pan de muerto, y mi esposa Sofía le habló a familiares y amigos. Me acuerdo que ella le dijo que al amigo que se interesó en comprarme para él vender por su cuenta el pan, que deseaba que se le vendiera porque yo estaba horneando con mucha emoción, y si no se vendía, me iba a poner muy triste”. 

El pan literal se vendió como “pan caliente”; y de ahí nadie paró al oaxaqueño.

Pero el gusto no le duró mucho ya que alguien dio el pitazo y le cayeron las autoridades de salud de la Ciudad para decirle que no podía seguir trabajando en la cochera de su casa. Así que no le quedó otra más que parar, aunque no fue por mucho tiempo.

Un día que iba pasando por una panadería que estaba por las calles Vermont y Venice, miró que estaba cerrada.

“Fui a comprar La Opinión para ver si venía alguna información, y que voy viendo un anuncio que decía que efectivamente, estaba en venta el equipo de la panadería por cierre del negocio”.

A la hora de negociar, el dueño le pedía $40,000, pero él solo contaba con $6,000.

“Cuando me dijo, cómo me va a pagar. Dije, de aquí soy. Le respondí que le daría $5,000 y el resto en mensualidad de $1,000 o $1,200. ¡Trato hecho! contestó. Con la suerte de que a la hora de hacer todo legal, la notaria le dijo que lo justo es que me diera unos meses antes de comenzar a pagar las mensualidad porque yo no iba a comenzar a vender de inmediato sino que tenía que arreglar el lugar. Y el dueño aceptó esperar seis meses para que le diera el pago de la primera mensualidad”.

Arturo dice que una hermana de Oaxaca le prestó $3,000 para adaptar el local como panadería.

En noviembre de 1999, don Arturo abrió la panadería El Valle Oaxaqueño. “No les miento, para el Día de Reyes, en enero, teníamos líneas de gente que venían por su rosca”.

Recuerda que empezó con tres empleados, y al año, ya tenía 12. 

“En dos años pagamos la deuda de $40,000”.

Don Jesús Aguilar, es padre de seis hijos, Erika, Vanessa, Melissa, Clarisa, Ivonne y Arturo. (Araceli Martínez/La Opinión)

La panadería El Valle Oaxaqueño se extendió y en 2012 se convirtió en restaurante y supermercado. En la actualidad tienen dos Valles Oaxaqueños en Los Ángeles.

“Yo vine a Estados Unidos con la idea de dejar el alcoholismo y lo logré, pero con el tiempo me salió el amor por los negocios. Lo traigo en la sangre de mis padres panaderos”.

Quizá lo único que le entristece, dice, es no haberle dedicado a sus hijos más tiempo por estar trabajan do, pero está contento porque dos de sus hijas Erika y Vanesa y su yerno Alonso, que es como un hijo, trabajan con él en los negocios.

“Me dicen que les di tiempo de calidad”.

Don Arturo considera que la clave de las ventas es darle un buen sabor a sus productos.

“Yo sé hacer todo lo que se vende en mi restaurante, sé además hacer todo tipo de pan y pasteles. Así que yo me meto a la cocina y pruebo las cosas, y si encuentro algo que no me gusta, pido hacer cambios”.

Pero también atribuye su éxito, a que todos los días le pide a Dios por ofrecer a sus clientes un buen producto.

Y termina diciendo que más allá de todo, lo más importante para que le haya ido bien en Estados Unidos, ha sido nunca no darse por vencido.

Arturo Aguilar con su hermano Sergio Aguilar. (Aurelia Ventura/La Opinión)
Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia/La Opinión

El Valle Oaxaqueño se encuentra en 1601 S Vermont Ave. Ste 106. Los Angeles, CA 90006, en el área de Pico-Union.

El segundo Valle Oaxaqueño se encuentra en el 2318 W Jefferson Blvd in Los Angeles, California 90018. Ambos restaurantes abren de 7 de la mañana a 10 de la noche, todos los días.

“Lo que más le gusta a la gente son la botana oaxaqueña que viene con tasajo, chorizo, cecina, enchiladas, chile relleno, memelitas, quesillo, guacamole, frijol; y tambien el platón de antojitos oaxaqueños con memelas, chalupas, quesadillas fritas, tacos dorados de pollo, molotes de papa con chorizo, patas en vinagre”, dice don Arturo.

Agrega que otra de los platos preferidos son las tlayudas, las tortas de carne, las empanadas y el caldo de 7 Mares. “Todo lo que tenemos en el menú se vende”.

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