El riesgo demócrata de doblegarse ante los republicanos en inmigración
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America's Voice y David Torres es asesor de medios en español de America's Voice
El 20 de diciembre de 2022 escribimos lo siguiente en una columna titulada “Una papa caliente llamada Título 42”: “El gobierno de Biden abrió en enero de 2022 con la papa caliente del Título 42 y lo cierra de la misma forma sin que se vislumbre una luz al final del túnel, no solamente para los refugiados, sino para los otros millones que ya están aquí aguardando su legalización”. Parece que fue ayer.
Un día antes, el 19 de diciembre de 2022, la Suprema Corte mantuvo vigente el controversial Título 42 luego de que un tribunal de menor instancia ordenara su suspensión. La medida permitía la remoción expedita de migrantes, incluso de solicitantes de asilo, argumentando razones sanitarias.
Porque si bien es cierto que la administración Biden dejó de aplicar el Título 42 el 11 de mayo de 2022, resulta increíble que nos encontremos a días de cerrar 2023 y se esté negociando entre republicanos, demócratas y la propia Casa Blanca un conjunto de restrictivas medidas migratorias, entre las cuales se incluye algo similar al Título 42 para expulsar de forma inmediata a migrantes en la frontera, incluidos solicitantes de asilo.
Es como haber dado un paso adelante y mil atrás, en la supuesta búsqueda de una solución a un problema migratorio mucho más complejo que intentar el bloqueo del derecho humano a migrar y pedir asilo, cuando la situación en los países de origen de los migrantes se vuelve caótica e invivible por cuestiones económicas, políticas, de violencia e incluso climáticas.
Todo esto como parte del plan de asistencia a Ucrania, Israel y Taiwán que los republicanos han tomado como rehén para forzar a los demócratas a aceptar lenguaje migratorio que, entre otras cosas, cambiaría las leyes de asilo para lograr que menos personas obtengan el beneficio.
Porque en realidad y por las pasadas décadas los republicanos han bloqueado cada esfuerzo legislativo por aprobar una reforma migratoria que aborde todos estos asuntos. Ahora pretende emplear una medida fiscal de emergencia para avanzar su lista de propuestas más extremistas porque no se trata de “asegurar” la frontera como aseguran, sino de explotar el tema políticamente para ayudar a Trump con la base y los demócratas no deben prestarse a este macabro juego político.
Pero hasta el momento en que escribimos no se ha anunciado un acuerdo entre las partes, Sin embargo, las declaraciones de Biden de que está dispuesto a hacer concesiones a los republicanos han generado decepción, molestia y preocupación entre algunos demócratas y activistas pro inmigrantes.
Y son varias las razones, pero la que más resalta es la ironía de que Biden hizo campaña en 2020 y ganó la elección criticando los excesos del expresidente Donald Trump en materia migratoria; pero ahora, cuando busca la reelección, no parece temblarle la mano para revivir esas políticas de Trump si ello supone que se libere la ayuda a Ucrania.
¿Es así, olvidando de pronto sus promesas, como piensan Biden y los demócratas ganar el voto de quienes apoyan las causas pro inmigrantes y respaldan la idea de regularizar ya a esos millones de indocumentados que han dado todo por este país?
Bien dicen que la soga siempre se rompe por lo más delgado. Y para los políticos, los inmigrantes parecen ser lo más delgado, porque no es la primera vez que en medio de negociaciones difíciles los demócratas ceden a la presión de los republicanos que no quieren ninguna solución real y únicamente utilizan el tema para enardecer a su base.
Por ejemplo, en 1996 Bill Clinton promulgó la ley de welfare que fue perjudicial para los inmigrantes con documentos, aunque luego fue enmendada; pero también promulgó una nefasta ley de inmigración que dio pie a la maquinaria de deportaciones como la conocemos hoy.
En 2009, Barack Obama incrementó las deportaciones, según él para ganar apoyo republicano a la reforma migratoria que prometió como candidato; tanto así que la presidenta de UnidosUS, entonces NCLR, Janet Murguía, lo llamó “deportador en jefe”.
Biden, en ese sentido, se estaría acercando también a un lugar en la historia de los fracasos migratorios, un verdadero camino sin retorno que sin embargo deja huella en la memoria del electorado.
En efecto, entramos a otro año electoral y el presidente comenzará a buscar el apoyo de los grupos que formaron su coalición de triunfo en 2020, incluidos los latinos. Pero si estas medidas migratorias son codificadas en ley, realmente no hay distinción respecto a las políticas antiinmigrantes de Trump.
Siempre se dice que la inmigración no ocupa los primeros lugares en los temas de interés de los votantes latinos, pero la realidad es que es un asunto que define candidatos, y para esas millones de familias de situación migratoria mixta —donde indocumentados viven bajo el mismo techo que ciudadanos y votantes—, se trata de un tema crucial para su bienestar. Al no haber alternativas por ningún lado, ni siquiera de quienes tradicionalmente dicen respaldar las causas migratorias, ¿qué se supone que deben hacer estas familias? Obviamente cruzarse de brazos no es una opción.
De manera que si el acuerdo se posterga hasta enero, roguemos porque Biden y los demócratas entiendan todo lo que está en juego, desde el punto de vista de política pública y desde el punto de vista electoral.