El drama de una madre por sepultar a su hijo ciclista muerto en atropellamiento

La Oficina del Médico Forense del Condado de Los Ángeles no le ha podido entregar el acta de defunción porque dicen que tienen mucho trabajo atrasado

Vladimir Alexander Zavala muere tras las secuelas que le deja un atropellamiento. (Cortesía Edith Hernández)

Vladimir Alexander Zavala muere tras las secuelas que le deja un atropellamiento. (Cortesía Edith Hernández) Crédito: Cortesía

Desde octubre, Edith Hernández, una madre salvadoreña radicada en Los Ángeles, vive una agonía: su hijo Vladimir Alexander Zavala de 40 años falleció, dos meses después de ser atropellado en su bicicleta. A partir de ahí se han desencadenado una serie de acontecimientos que tiene a esta madre al borde de un ataque de nervios.

Hasta la fecha no sabe cómo, cuándo ni dónde fue atropellado. No existe un reporte oficial. Su familia lo encontró en el Hospital General de Los Ángeles en estado de gravedad, tres después de su desaparición.

A esta desgracia, se añade que la madre no ha podido darle sepultura a su hijo porque la Oficina del Médico Forense del condado de Los Ángeles no le ha extendido el certificado de defunción,  ya que según le informaron tienen mucho trabajo rezagado.

Cada día sin poder enterrar a su hijo, la funeraria le cobra una tarifa de entre $100 y $200.

En la oficina del forense, me dijeron que están muy atrasados a causa de las fiestas de Diciembre, y que las actas de defunción se entregan a cómo van llegando los cuerpos”, dice.

Y por si todo esto, no fuera suficiente, la cuenta para recaudar fondos fue hackeada, y los ladrones de identidad colectaron más dinero que la familia en verdadera necesidad de hacer frente al costo de los servicios funerales.

A Vladimir Alexander Zavala le sobrevive un hijo de 20 años.(Cortesía Edith Hernández)

Edith afirma que el cuerpo de su hijo, el forense ya lo entregó a la funeraria, pero ésta y el cementerio no pueden hacer nada hasta no recibir el certificado de defunción.

La tragedia se abatió sobre la familia de Edith en octubre. Esta madre se encuentra tan abrumada que no sabe el día exacto en que su hijo fue atropellado.

“Mi hijo Alex (así le decíamos) trabajaba en una bodega de bicicletas en Los Ángeles donde venden y arreglan. Él amaba las bicicletas y siempre iba a todas partes en su bicicleta. Desde chiquito le gustaron”.

Dice que incluso ella le regaló hace tiempo un carro Honda, pero no lo quiso usar porque le dijo que se iba a volver flojo, y prefirió transportarse a todas partes en su bicicleta.

“La mañana de un viernes de octubre – me dijo – que al salir de trabajar, se iría a comer con unos amigos. Yo regresé de mi trabajo con dolor de cabeza, y no fui a ver si estaba en su cuarto. Me tomé una pastilla, me acosté y me quedé dormida”.

Al día siguiente fue a buscar a su hijo Alex a su habitación. No lo encontró y recordó que a veces le gustaba salir muy temprano. Así que no se preocupó mucho.

Pero por la tarde cuando no tenía noticias del muchacho ni contestaba su teléfono, le explicó a su hijo mayor lo que sucedía, y se pusieron a buscarlo.

“No pudimos localizarlo, y el lunes fuimos a los hospitales a ver si estaba ahí. En el Hospital General del Condado de Los Ángeles, nos dijeron que había una persona no identificada en cuidados intensivos”.

Fue el hijo mayor de Edith quien reconoció a su hermano Alex en la sala de cuidados intensivos.

“Aquí está. No te aconsejo que lo veas. Está muy inflamado. Ya le operaron la cadera”, recuerda la madre que su hijo mayor le dijo.

Alex presentaba lesiones en la cabeza, se había quebrado la cadera y había perdido el ojo izquierdo.

“Batallamos mucho para que nos dieran acceso. No nos querían dar información en el hospital, porque como es mayor de edad, la ley de California no permitía que nos dieran ningún dato”.

Vladimir Alexander Zavala murió a consecuencia de las lesiones sufridas al ser embestido cuando conducía su bicicleta en Los Ángeles. (Cortesía Edith Hernández)

Alex estuvo aproximadamente un mes en coma, pero poco a poco empezó a hablar.  “Me apretaba la mano”, recuerda Edith.

Pero esta madre dice que notó que su hijo desvariaba y hacía comentarios fuera de lugar. “Un día me dijo que en la noche se había salido por la ventana a caminar por la calle. No podía ser porque él estaba en el quinto piso del Hospital General”.

A principios de diciembre, los médicos dieron de alta a Alex, y su madre temerosa se lo llevó a su casa.

“Él se desplazaba en andadera, pero seguía desvariando, diciendo cosas sin sentido”.

Cuando su madre le preguntaba qué había pasado, cómo había llegado al hospital si se había caído de la bicicleta, o lo habían atropellado, su única respuesta, era que no sabía nada.

Tras dos semanas en su casa, Edith tuvo que regresar a su trabajo de limpieza.

“Él me dijo que no me preocupara. Me quedé hasta cierto punto tranquila porque en la casa, estaba otro familiar quedándose, y le podía prestar ayuda si se ofrecía algo”.

Sin embargo, esa noche que llegó a su casa, su familia le dijo que Alex estaba en su cuarto durmiendo, que había ido a verlo y hasta estaba roncando.

Cuando la madre subió a la habitación, encontró a su hijo Alex convulsionando y sangrando de un oído.

“Llamamos a los paramédicos y lo llevamos de urgencia al Hospital California del centro de Los Ángeles. Horas después nos dijeron que no lo podían estabilizar porque tenía una hemorragia en la cabeza”.

La peor noticia se la dieron cuando les informaron que el muchacho había entrado en coma y que una tercera parte de su cerebro ya no funcionaba. 

“No nos dieron esperanza. Nosotros íbamos a verlo diario. Sus amigos ciclistas tampoco lo dejaban solo”.

Alex falleció el 20 de diciembre. Su familia aprobó que sus órganos fueran donados, tal como había sido la voluntad del ciclista.

“De ahí se lo llevaron a la ciudad de Azusa a las instalaciones de la asociación de donación de órganos. Estuvimos yendo a verlo durante ocho días mientras le transplántaban los órganos, aún guardábamos la esperanza de que fuera a despertar y ocurriera un milagro. Estaba calientito, mi hijo”.

A partir de ese momento, empezó otra agonía para la madre de Alex, conseguir para los gastos del funeral.

“Una doctora para la que trabajo, organizó una cuenta de recaudación de fondos en el sitio GoFundMe. Logramos juntar $6,000, pero con tan mala suerte que la cuenta fue hackeada, y otras personas, crearon otra cuenta con los datos y fotos de mi hijo. Ellos recolectaron $8,500. Tuvimos que cerrar la cuenta”.

Edith dice que en total el sepelio incluyendo el terreno donde sepultarán a su hijo ha tenido un costo de casi $25,000. “He pedido un préstamo con intereses para poder pagarlo”.

Sin embargo, le aterra que la cifra pueda elevarse aún más debido a la lentitud de la Oficina del Médico Forense para entregar el certificado de defunción.

“El cuerpo ya está en la funeraria, y por cada día que lo tengan ahí, cuesta entre $100 y $200”. 

Su desesperación subió de tono, cuando le dijeron que no saben cuándo le darán el acta de fallecimiento porque están muy atrasados debido a las fiestas decembrinas.

“Por este motivo, cambiamos la fecha del sepelio del viernes 5 de enero al viernes 19 de enero. Si no nos entregan el acta de fallecimiento, vamos a tener que cambiar la fecha de nuevo”.

Hace unos días, Edith fue víctima de una crisis de estrés, agobiada por todo lo que ha tenido que lidiar a partir de la pérdida de su hijo sumado a la angustia de no saber cuándo dará sepultura a su hijo.

La Opinión se encuentra a la espera de una respuesta de la Oficina del Forense del Condado de Los Ángeles en torno al rezago en la entrega de actas de defunción.

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