Experiencias de la infancia moldean la materia blanca del cerebro

La adversidad en la infancia puede afectar la conectividad cerebral en la adolescencia, pero el entorno social positivo puede actuar como un factor protector

Experiencias de la infancia moldean la materia blanca del cerebro

El estudio también encontró que ciertos elementos del entorno pueden desempeñar un papel protector.  Crédito: 3dMediSphere | Shutterstock

Un nuevo estudio realizado por científicos del Hospital General Brigham, en Massachusetts, ha arrojado luz sobre cómo las experiencias difíciles durante los primeros años de vida pueden influir significativamente en el desarrollo del cerebro humano, afectando incluso el rendimiento cognitivo durante la adolescencia.

A través de un análisis profundo de datos de más de nueve mil niños, los investigadores encontraron que las conexiones cerebrales responsables de funciones clave como el lenguaje y el razonamiento matemático pueden verse alteradas por el entorno en que crece un niño.

El cerebro humano está compuesto por materia gris y materia blanca. Esta última funciona como una red de autopistas neuronales que permite que distintas regiones del cerebro se comuniquen entre sí de manera eficiente.

La calidad de estas conexiones, que se desarrollan principalmente durante la infancia, resulta crucial para las habilidades cognitivas y el comportamiento. Según este estudio, liderado por la investigadora Sofia Carozza, Ph.D., y el neurólogo Amar Dhand, MD, Ph.D., la estructura de estas conexiones cerebrales no solo responde a factores biológicos, sino también a condiciones ambientales.

Para llevar a cabo la investigación, los expertos analizaron datos del proyecto ABCD (Desarrollo Cognitivo del Cerebro Adolescente, por sus siglas en inglés), una de las iniciativas más grandes en su tipo, que recopila información sobre la salud cerebral, cognitiva y emocional de miles de niños en Estados Unidos.

El estudio evaluó a 9.082 niños, con una edad promedio de 9 años y medio, en centros distribuidos por todo el país. Los investigadores prestaron especial atención a aspectos como el entorno familiar, el vecindario, la situación económica del hogar y el nivel de adversidad interpersonal, así como a factores de resiliencia social, como el apoyo vecinal y la calidad de la crianza.

Mediante técnicas avanzadas de imagen cerebral, como la difusión por resonancia magnética, el equipo pudo medir la integridad y la fuerza de las conexiones de la materia blanca.

Estas mediciones se compararon con los antecedentes de cada niño para determinar si existía una relación entre sus experiencias de vida y la estructura de su cerebro. Los resultados fueron contundentes, los niños que enfrentaron condiciones adversas en sus primeros años mostraron una conectividad cerebral menos robusta en regiones clave para el lenguaje y el razonamiento.

Este hallazgo sugiere que el impacto del entorno temprano es más profundo de lo que se pensaba anteriormente. Lejos de limitarse a unas pocas áreas aisladas del cerebro, las diferencias estructurales se extendieron por toda la red de materia blanca, afectando múltiples funciones cognitivas.

Condiciones ambientales influyen en el desarrollo cognitivo

Carozza enfatizó que estas alteraciones no se deben únicamente a un solo tipo de experiencia negativa, sino a un conjunto de condiciones ambientales que interactúan de forma compleja para moldear el desarrollo cerebral.

Sin embargo, no todo es negativo. El estudio también encontró que ciertos elementos del entorno pueden desempeñar un papel protector.

La cohesión social dentro del vecindario y una crianza afectuosa se asociaron con una mejor conectividad cerebral, incluso entre niños expuestos a situaciones adversas. Estos factores de resiliencia social podrían mitigar parte del daño provocado por la adversidad temprana, ofreciendo una vía de intervención importante para políticas públicas y programas de apoyo familiar.

Pese a lo revelador de estos resultados, los investigadores advierten que se trata de un estudio observacional. Es decir, si bien muestra una asociación clara entre las condiciones de vida infantil y el desarrollo cerebral, no puede establecer una relación de causa y efecto directa.

Además, al basarse en imágenes cerebrales tomadas en un único momento, no permite observar cómo cambian estas estructuras a lo largo del tiempo.

Por ello, los autores insisten en la necesidad de realizar estudios longitudinales que sigan a los niños durante años, analizando cómo evoluciona su cerebro frente a las condiciones sociales y económicas en las que se desarrollan.

Aun así, este trabajo subraya un mensaje fundamental, la infancia es una etapa crítica en la que el entorno puede marcar profundamente las capacidades futuras de una persona, y crear condiciones más favorables desde el inicio podría tener beneficios duraderos.

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