Culpan a Harvey Weinstein de un suicidio
El escándalo llegó a proporciones inimaginables
El pasado jueves la representante de celebridades Jill Messick, quien fuera la antigua mánager de Rose McGowan durante el inicio de su relación laboral con Harvey Weinstein, se quitó la vida tras librar una dura batalla durante años contra la depresión. Su familia no tardó en emitir un comunicado público en el que responsabilizaba de su muerte a la intérprete -y, en menor parte, al productor caído en desgracia-, alegando que ambos habían arrastrado a Jill a su mediática batalla, ensuciando su buen nombre y reputación profesional sin importarles cómo toda esa presión y sobreexposición podrían afectarla en vista de su historial médico.
Ahora Rose McGowan ha recurrido a sus redes sociales para rendir tributo a su exmánager, deseándole que halle la paz allá donde se encuentre y culpando de su triste final al ‘monstruo’ que asegura llevaba décadas atormentándolas a las dos.
“Para Jill: Ojalá tu familia encuentre algún tipo de consuelo durante su dolor. Que un solo hombre pueda causar tanto daño es increíble, pero tristemente cierto. El hombre malvado nos hizo esto a las dos. Espero que encuentres la paz en el plano astral. Espero que encuentras la serenidad entre las estrellas”, reza el mensaje compartido por la intérprete y ahora directora en su perfil de Instagram.
Jill Messick era la mánager de la entonces joven aspirante a actriz durante el ya infame Festival de Cine de Sundance de 1997, durante el que Rose afirma que Weinstein la violó. En sus muchas declaraciones al respecto, la cineasta ha dado a entender que tras confesar la traumática experiencia por la que acababa de pasar, no recibió el apoyo esperado por parte de Jill o de la agencia para la que trabajaba, algo que los allegados de esta última han calificado como una “imprudencia” al tratarse de insinuaciones y acusaciones “poco exactas”.
Por su parte, en su propia cruzada contra McGowan, Harvey Weinstein no dudaba hace unos días en hacer público un correo electrónico escrito por la fallecida en el que reconocía que su entonces cliente -Rose- le había confesado haberse metido por propia voluntad en un jacuzzi con el productor, sin emplear en ningún momento la palabra violación, aunque le dijera que en retrospectiva era algo que se arrepentía de haber hecho.
Finalmente, Jill Messick no pudo soportar ese continuo intercambio de reproches y acusaciones cruzadas en el que ella participaba de forma involuntario y acabó quitándose la vida a los 50 años, un claro ejemplo según su familia de que las “palabras tienen poder” y deben ser empleadas de manera responsable.