Chaz Bojórquez, la leyenda viviente que hace del grafiti un arte
Le lleva al menos tres décadas que su trabajo sea aceptado en los museos y galerías, y poder vivir de sus obras
A Chaz Bojórquez, considerado el padrino del grafiti en la costa oeste de Estados Unidos, le tomó al menos tres décadas que su arte fuera reconocido en museos y galerías, y comenzar a vivir de él.
“Mi fortaleza realmente son mis pinturas. Los diseños que he hecho para diversos negocios como Levi’s, Disney y otros me permitieron comprar una casa en los 80s, pero tengo muchos amigos que nunca han podido vivir del arte. Es muy difícil”.
Chaz nació hace 73 años en Chinatown y creció en el barrio de Highland Park en Los Ángeles. “Mi padre era de Tijuana y mi madre dee Texas, segunda generación de mexicanos. Tengo mucha influencia de México, pero no aprendí español hasta que fui a la secundaria”.
Sin embargo, desde sus primeros años descubrió su pasión por el arte.
“Cuando me preguntaban qué quería hacer, siempre dije que artista. Tenía la fantasía de ser famoso, hacer dinero y viajar”.
Recuerda que su padre lo desanimó diciéndole que no lograría nada como artista, pero su madre comenzó desde muy niño a llevarlo a clases de arte y escultura en el Museo de Arte de Pasadena.
Y en una exhibición conoció al pintor francés Marcel Duchamp, inventor del conceptualismo, a quien tuvo la oportunidad de preguntarle a los 14 años, que necesitaba para ser artista.
“Eres un artista cuando haces arte, me dijo. De alguna manera, él me dio luz verde porque como un joven latino chicano, el arte es un oficio no una carrera”.
En 1968, al salir de la escuela secundaria con un diploma de artes liberales/matemáticas y un año de universidad estatal, Chaz se inscribió en la Escuela de Arte Chouinard (conocida hoy como Cal Arts). También estudió caligrafía asiática con el maestro Yun Chung Chiang (el maestro Chiang estudió con Pu Ju, hermano del último emperador de China).
De todas estas experiencias, en 1969 combinó la tradición y el honor del graffiti pandillero Cholo y el conocimiento educativo de la escuela de arte, y con el espíritu y la escritura de la caligrafía asiática.
Pero antes de eso, Chaz dice que el grafiti se cruzó en su camino cuando pasaba todos los veranos en Tijuana, y siempre que se subía en un autobús o un taxi, se encontraba con letras negras hechas a mano, escritas en un inglés viejo. “Lo encontré fascinante”.
Comenta que en su primer año de secundaria, solo quería etiquetar, así que en el invierno de 1969, comenzó a hacerlo en el barrio de Highland Park.
“Fui el primero en hacer arte de plantilla, muy popular en Australia”.
Chaz dice que nunca quiso ser parte de las pandillas. “Yo era un hippie, involucrado en fiestas y drogas, amor y paz, y hacer arte”.
Aunque comenta que sus primos estaban en la cárcel por pandilleros, su padre era un apostador y su abuelo, un ingeniero en las pistas de carreras de caballos en Tijuana. “Mi hermano y yo pasábamos los veranos alrededor de los caballos y la familia entera apostando, tomando y en la fiesta”.
Dice que el grafiti no era mexicano sino americano. “Los mexicanos lo importamos de Estados Unidos”.
Y cuando era niño en los años 50, iba al río de Los Ángeles, y al descubrir el grafiti, lo encontró muy misterioso. “Eran solo nombres, pero vi que toda esa gente estaban unidos como comunidad”.
Cuando estudió arte, no encontró latinos haciendo arte, y a principios de los 60 y finales de los 50, por lo que tuvo problemas para encontrar su propia identidad, ya que dice, en ese tiempo, no existía el concepto de chicanos o mexicoamericanos.
“Hoy me identifico como estadounidense con herencia mexicana”.
Dice que comenzó viendo al grafiti como un lenguaje y haciendo tagging (etiquetar); y al mismo tiempo pintaba y creaba cerámica, pero no consideraba el grafiti como un arte.
“Para mí era acción y una búsqueda de mi identidad”.
No fue sino hasta 10 años después que comenzó a considerarlo un arte. “El grafiti es acerca de identificarte con tu comunidad, a ti mismo y a un grupo de la comunidad. No era un producto de mercado para ser vendido”.
Cuando Chaz comenzó a mostrar sus pinturas con grafiti en las galerías de arte, dice que lo encontraban interesante, pero no sabían lo que era.
“La gente de los museos me decían que nunca lo pondrían en un museo, ya que el grafiti pertenecía a la calle y ahí debería estar, no en las galerías y museos”.
Y cuando se los mostró a los chicanos, le dijeron que no era arte sino carteles.
Lo que es más, en una galería del Este de Los Ángeles, le dijeron que nunca mostrarían su trabajo porque el arte chicano era acerca de la familia, la religión, la migración, la frontera. “Por tanto mi trabajo era antichicano, y lo debilitaba”.
Terminó yendo – dice – con los chicos malos de Hollywood a la galería O1, y el cartonista Robert Willliams, le dio la oportunidad de mostrar sus pinturas estilo grafiti.
“Cuando todos estos directores y personas me estaban rechazando, yo pensaba que no sabían de graffiti cuando es espectacular y hermoso, pero para ellos cualquier cosa en la calle no era arte”.
Fue cuando pensó que necesitaba hacer pinturas para mostrar que era arte. “Esa fue mi motivación para crear obras de arte con el grafiti no para hacer productos para vender”.
Fue hasta los 80, que logró que sus trabajos de arte con grafiti se expusieran en las galerías, pero venderlo le llevó otros 10 años.
“Ya andaba en mis 40, y yo seguía viviendo de mi trabajo en unos estudios, diseñando pósters y letras artísticas para películas”.
Pero después de la exhibición de Hollywood, poco a poco encontró su fuerza en la comunidad, con los chicanos, y con el estilo de vida más moderno de Los Ángeles”.
Chaz renunció a su trabajo en 1985 y desde entonces ha vivido de su arte.
“Probablemente mi carrera despegó en los últimos 20 años”.
Alguien le preguntó hace poco tiempo cómo se sentía.
“Pienso que estoy viviendo la mejor parte de mi vida ahora mismo. He tenido una vida increíble, emocionante e intrépida”.
Agrega que el artista Willem de Kooning dijo que “tú no comienzas a pintar hasta que llegas a los 70, y tiene razón. Cuando llegué a los 70, me di cuenta que todo me importaba un carajo. Los niños crecieron, la casa se pagó; de alguna manera soy totalmente libre de hacer lo que es importante para mí”.
Pero aunque se siente en la cima de su carrera, cada mañana que despierta, confiesa que se siente nervioso, porque piensa que aún no ha hecho el mejor trabajo de su vida y que el tiempo se le acaba. “Por eso despierto con la idea de trabajar muy duro”.
Las colecciones de Chaz se pueden ver en el Smithsonian Institute, el Museo de Arte de Los Ángeles, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, el Cheech Marin Center for Chicano Art & Culture de Riverside. Su colección de pinturas en la Universidad de California en Santa Bárbara, el Museo de Arte de Laguna en Laguna Beach, en el National Hispanic Cultural Center de Nuevo México y su colección impresa de pinturas en De Young Museum de San Francisco, el Instituto Cultural Mexicano de Los Ángeles, y muchos otros.
Puedes conocer más de Chaz, si visita su página web: https://www.somosla.net/