Columna: Los estudiantes de Los Ángeles vuelven a las calles
Volveremos a ser Los Ángeles: Miles de alumnos de secundarias se unieron a las protestas contra las deportaciones de migrantes bajo la administración Trump

La protesta en el centro de LA se extendió hasta la noche. / Jorge Luis Macias Crédito: Jorge Luis Macías | Impremedia
En marzo de 1968, los alumnos de cinco escuelas secundarias en Los Ángeles, con mayorías latinas, se convirtieron en la vanguardia del movimiento estudiantil estadounidense. No protestaban contra la guerra de Vietnam como los universitarios de otros estados, sino que se defendían a sí mismos y a sus familias de algo que lamentablemente es común en nuestros días. El racismo y la hostilidad antiinmigrante.
Luchaban por la identidad chicana y demandaban igualdad de derechos de los latinos con todo el resto.
Las protestas aceleraron la integración de la identidad hispana. A partir de las marchas, se fueron haciendo parte inseparable del pueblo estadounidense.
Los miles de estudiantes que se volcaron a las calles de Los Ángeles y sus alrededores en 1968 se fueron organizando a medida que avanzaba su lucha, llegando a elaborar una lista de 32 demandas. Por encima de todo pedían respeto: a la historia y cultura méxico americana. Pedían el fin de la segregación en las escuelas, más maestros latinos y menos maestros racistas.
También pedían la garantía de la libertad de expresión, la amnistía para los participantes de los boicots, el establecimiento de una educación bilingüe, clases de historia mexicano-americana, la introducción de comida mexicana en las cafeterías escolares y hasta la apertura permanente de los baños.
Luchaban por la identidad de una comunidad que hasta ese momento había estado casi totalmente ausente del debate público.
Luchaban contra el racismo, el odio anti inmigrante y antilatino. El mismo que ahora ha levantado su fea cabeza.
En un ensayo sobre los “Walkouts de 1968” concluí que los boicots masivos de clases que duraron más de una semana “cambiaron la percepción que la comunidad latina tenía de sí misma en Los Ángeles”.
Esto lograron: estudios mexicano-americanos en el plan escolar, más participación cívica, más vías de educación superior disponibles y la reducción radical del abandono escolar y el ausentismo del que sufría la comunidad.
Los casi 15,000 alumnos de las escuelas secundarias Belmont, Garfield, Lincoln, Roosevelt, Wilson y otras hicieron historia.
Y sí, eran una parte crucial de las manifestaciones de jóvenes de todo el mundo, de la “primavera del 68” que empujó al mundo hacia la tolerancia y la participación. Pero lo hicieron con sabor latino. Con sus propias características.
Fue una era que entusiasmó, que nos hizo cantar con las músicas más creativas de la generación, y llorar luego con la matanza de Tlatelolco, la del Cordobazo en la Argentina y otros países.
Es febrero de 2025. Pasaron casi 57 años. Miles de alumnos de secundarias de Los Ángeles volvieron a las calles. Y “se unieron a las protestas en contra de las deportaciones de miles de migrantes bajo la presente administración de Donald Trump”, como detalla Jorge Luis Macías en La Opinión.
Fueron los chicos de la secundaria Felicitas y Gonzalo Mendez, de la calle Primera, en Boyle Heights. De la Garfield, en el Este de Los Ángeles. De la Roosevelt. De la Wilson. De la escuela Bravo Medical Magnet de Boyle Heights. De la John Marshall en Los Feliz, cuyos alumnos se congregaron sobre el puente sobre el freeway 5 en Silver Lake. Del complejo educativo Santee en la calle Maple de Los Ángeles.
En algunos casos los administradores les abrieron las puertas para que salieran a protestar en defensa de sus familias, escribe Macías, un veterano reportero de La Opinión. Los jóvenes entonces marcharon a lo largo del bulevar Whittier. En el ayuntamiento de Los Ángeles desplegaron banderas de México, Guatemala y El Salvador, sus países de origen o los de sus padres. Pilares de su identidad en un país que anhelan que sea el propio pero que los está rechazando.
Llegaron a ser centenares, escribe Macías. De allí siguieron a la Placita Olvera, otro sitio emblemático de la ciudad.
Con ellos, activistas de las organizaciones comunitarias CHIRLA, Carecen, ACLU y de sindicatos obreros, y varios concejales angelinos.
Otras manifestaciones tuvieron lugar en las localidades de Venice, el Sur de Los Ángeles y mi barrio de Van Nuys, frente a la municipalidad.
Al inicio de las protestas, el lunes, se plegaron a “Un día sin inmigrantes” en Los Ángeles. Al día siguiente marcaron con su participación un esfuerzo en todo el estado y el tercero fue un espejo de manifestaciones similares en los 50 estados y sus 50 capitolios legislativos.
“Se podía ver un mar de jóvenes caminando por la acera del Puente César Chávez”, describe la reportera del Los Ángeles Times Sara Quiñones,
Le dijo una de las participantes: “Cuando cumpla los 18 años y pueda votar, ahí defenderé a mis padres, para que los políticos nos escuchen”.
Porque estos manifestantes son menores de edad, de 16 y 17 años. El futuro de nuestro país. La flor y nata de nuestra juventud.
Elizabeth Correa, de 17 años, alumna del Wilson High, enfatizó que los inmigrantes son una parte inseparable del país, porque “esta tierra está construida sobre la explotación de los inmigrantes”.
Ese nivel de claridad en la percepción de la realidad en una menor de 17 años muestra que la historia se está acelerando. Y también que el hundimiento de nuestro país en el autoritarismo y la antidemocracia no pasará fácilmente.
Los políticos en Washington se están despertando del sopor en el que están sumidos desde la derrota electoral del 5 de noviembre pasado, solo después de que iniciaron las protestas populares.
Los abandonos de aulas en 1968 representaron un desafío al poder establecido. Décadas después, la comunidad latina se enorgullece de sus jóvenes de aquel entonces.
Gabriel Lerner es el editor emérito de La Opinión.