De Cincinnati a Guapinol, las precarias condiciones en las que vive ahora una familia hondureña deportada
Tras ser deportado desde EE.UU., un joven hondureño intenta adaptarse a una vida que no conoce, en una comunidad rural marcada por la pobreza

Inmigrantes hondureños llegan a su país tras ser deportados desde Estados Unidos. Crédito: Esteban Felix | AP
Emerson Colindres tenía todo planeado: ir a la universidad, jugar fútbol profesional y seguir creciendo en Cincinnati, donde vivía desde que era niño. Pero todo cambió el 4 de junio, cuando fue detenido durante una cita de rutina con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).
A sus 19 años, sin antecedentes penales y habiendo terminado la escuela secundaria, fue subido a un avión y deportado a Honduras, el país que había dejado en 2014 junto a su madre y su hermana menor.
Desde que Donald Trump volvió a la presidencia en enero, miles de familias han sido separadas por nuevas políticas migratorias más estrictas.
Una nueva vida en Guapinol, Honduras
Seis días después del regreso de Emerson, su madre Ada Bell Baquedano y su hermana Alison llegaron en un vuelo comercial tras ser notificadas por ICE de que debían abandonar el país. Aunque no fueron deportadas oficialmente, se vieron forzadas a dejar todo atrás.
Hoy los tres viven en Guapinol, una pequeña comunidad rural en el municipio hondureño de Marcovia. Las calles de tierra, el calor intenso y la escasa vegetación contrastan con la vida que llevaban en Ohio.
Según reseña La Nación, el nuevo hogar es una vivienda modesta en una de las zonas más pobres del país, donde la mayoría de las familias sobreviven con la pesca artesanal.
“Extraño todo de allá”, comenta el joven Emerson
Para Emerson, el cambio ha sido difícil. “Tenía una vida allá. Viví más tiempo en Estados Unidos que en Honduras”, confiesa. Asistía a la escuela pública Gilbert A. Dater High School, destacaba como futbolista y tenía planes de estudiar psicología. “Quería ser profesional en el fútbol”, agrega con nostalgia.
Su madre trabajaba limpiando casas y vendiendo comida, y había intentado regularizar su estatus migratorio durante años. Nunca logró asilo ni residencia, y ahora, sin trabajo estable, admite que aún no sabe cómo se ganará la vida.
“¿Qué daño hace un muchacho que estudia y juega fútbol?”, se pregunta su madre
Baquedano lamenta especialmente que su hijo haya sido arrancado de un entorno que le ofrecía oportunidades. “Le estaban ayudando a buscar universidad, entrenaba a niños… ¿Qué daño puede hacer un joven así?”, se pregunta.
Por ahora, Ada se enfoca en adaptarse. “Sé que tengo que trabajar. Ahorita estoy tratando de asimilar lo que pasó. Después, empezaré a hacer una nueva vida aquí”, afirma con voz firme pero resignada.
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