Angelina Jolie me desgarró el alma con su narración de los refugiados de Siria
Dicen que es necesario vivir las experiencias en carne propia para entenderlas, y en muchas ocasiones parece que fuera así. Mientras en el mundo entero diariamente mueren millones de niños por inanición y falta de agua potable, en otros rincones del planeta las mujeres laceran sus cuerpos buscando complacer a sus esposos en sociedades radicalmente macho- dominadas y, en ciertas regiones, la violación y desaparición de familiares es el pan diario. Pero eso no nos toca, no acá, no en el “primer mundo” donde nuestro mayor problema es que Facebook colapse por un par de minutos y la noticia del día la suela protagonizar Kim Kardashian y otro más de sus desnudos. Pero de pronto, así y sin anestesia, llegan fracciones de la realidad que sufren quienes realmente sufren en el mundo. Este es el caso de la columna que escribió para The New York Times, Angelina Jolie.
Con el título “A New Level of Refugee Suffering”, Jolie narra la última de cinco visitas a los campos de desplazados de Iraq y refugiados de Siria. Más allá de las concepciones (basadas muchas veces en reportes manipulados de los medios de comunicación) que existen sobre ambos pueblos, quienes finalmente sufren las terribles consecuencias del conflicto, son seres humanos: madre, hijas, hermanos, seres quienes diariamente intenta sobrevivir en medio de un cruce constante de violencia.
Angelina, quien ha llevado su título como enviada especial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados a zonas de alta violencia como Sierra Leona, Tanzania, Colombia y Haití, narra sin adornos y con toda honestidad lo que es sentarse a escuchar el llanto de una mujer que, como ella, es madre y ansía estar en poder del estado islámico (aún cuando esto significa ser violada y torturada) para acompañar a su hija quien ha sido tomada como rehén por ISIS.
Una niña de apenas 13 años le describe a Jolie las bodegas donde las mantienen a ella y otras niñas y de donde son sacadas de tres en tres para que los hombres las violen. Cuando su hermano se enteró, se suicidó, cuenta la niña. El corazón se rompe de a pocos pensando en esta niñita.
La realidad no es tan distante si pensamos que se trata de sólo una pequeña de 13 años, una niña que debería estar en la escuela o jugando a las escondidas con su grupo de amiguitos. No vale allí el color de su piel, no tiene relevancia alguna la religión que eligieron para ella sus padres, ni siquiera importa en dónde nació. Importa que es una niña víctima de violación casi todos los días de su vida.
El problema de los humanos es que tenemos la memoria corta y nos condenamos a nosotros mismos a repetir sin cesar una historia que a todos los países ha marcado con un velo de muerte, desapariciones y violencia. Esto no sucede sólo “allá” en los “países esos”, sucede acá, en nuestros países y a gran escala en el mundo entero.
Entre 1973 y 1990 el pueblo chileno sufrió bajo el yugo de la dictadura del general Augusto Pinochet, registrando por lo menos 28,000 víctimas de prisión política y tortura. Colombia se ha visto devorada por el conflicto interno armado desde la década de los 60’s, con la guerrilla en un lado, los paramilitares del otro y el Ejército Nacional en el medio- dejando para el 2013 unas 220,000 muertes registradas, miles de mutilados, desplazados e incontables casos de violación. México se cataloga ahora dentro de las naciones más peligrosas del mundo, mientras la violencia desatada por el tráfico de drogas ilegales se traga a media nación. En Estados Unidos las cifras de homicidio, asalto, violación y violencia entre pandillas no son nada alentadoras.
La carta de Angelina Jolie es corta, y aún así logra mover cada fibra de humanidad para recordarnos que más allá de las etiquetas que nos hemos convencido importan tanto (religión, nacionalidad, género, raza y posición socio-económica) todos somos seres humanos, que por acción y omisión nos estamos haciendo daño unos a otros.