‘Drive’ maneja con estilo y violencia

El filme con Ryan Gosling se estrena hoy

El cine de acción del siglo XXI se ha convertido en una mera excusa para acumular explosiones, persecuciones, peleas y demás instantes apocalípticos en argumentos de lo más endebles. Ese es el caso de, por ejemplo, la saga Fast and Furious que, dejando de lado que sea entretenida por su hilaridad y apuesta por lo absurdo, no dejan de ser mediocres creaciones artísticas (y emplear la palabra “arte” en cualquier producto en el que haya colaborado Vin Diesel es un halago excesivo…).

Drive, que se estrena hoy, se distancia de todo el cine de acción reciente porque, antes que nada, prefiere centrarse en los personajes y en la historia antes que en las persecuciones. Eso no quiere decir que el filme del danés Nicolas Winding Refn carezca de violencia sangrienta -impecablemente salvaje y coreografiada- y secuencias de acción magistralmente ejecutadas. Más bien al contrario: estas están difuminadas en un contexto fascinante, elegante, inquietante, en el que Ryan Gosling da vida a Driver, o “conductor”, sin nombre o apellido, un mecánico experto que, en sus horas libres, se dedica a ayudar a ladrones en sus planes de escape tras cometer un robo.

Su situación se complica, como siempre pasa en el cine, cuando una mujer entra en su vida. Esta es su vecina Irene (Carey Mulligan), quien tiene un hijo encantador (Kaden Leos) y un marido no tan recomendable: se trata de Standard (Oscar Isaac), quien está listo para reintegrarse en la sociedad tras una época entre rejas.

Pero el mundo en el que Driver y Standard se mueven no les permitirá mantenerse al margen de la ilegalidad.

Driver escasea en palabras -el guión es, por decirlo de algún modo, minimalista-, pero no por ello carece en interés: en cierta forma, su realizador, responsable también del más que interesante Bronson, deja que las imágenes sean el elemento narrativo primordial, sin permitir que, en general, sus actores se decanten por el histrionismo -salvo por la presencia de los villanos, un excelente Ron Perlman (Hellboy) y un sorprendente Albert Brooks (Broadcast News)-.

Es como si, de repente, Michael Mann, el cineasta autor de clásicos del género como Heat o Collateral -al igual que Drive, sendas cartas de amor a las calles reales de Los Ángeles, no las más turísticas, por cierto-, tuviera un discípulo brillante.

De ahí que Drive, clasificada R por su extrema violencia (atención a como el protagonista golpea a un rival en un ascensor, machacando su cabeza hasta que termina siendo irreconocible), sea un fascinante retrato del mundo del hampa: brutal, melancólico, perturbador y seductor.

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