Fracaso compartido: Obama y Calderón

CHICAGO- Tras cinco años de que el gobierno del presidente Felipe Calderón declarara la guerra al narcotráfico, los muertos los sigue poniendo México mientras que el consumo de narcóticos en Estados Unidos continúa aumentando, así como la intervención de los organismos de seguridad estadounidenses para intentar contrarrestar a los cárteles mexicanos.

La estrategia militar de Calderón, plenamente apoyada por Estados Unidos, ha fracasado. Su gobierno no ha logrado eliminar a los cárteles de la droga ni detener el flujo de narcóticos a Estados Unidos. Después de cinco años de guerra, los cárteles se han expandido, multiplicado y diversificado. El gobierno de Calderón se acredita haber ejecutado o detenido a altos mandos de las bandas criminales. Sin embargo, los principales cárteles siguen operando y han surgido nuevas bandas como los Caballeros Templarios y la Mano con Ojos.

Las operaciones de los cárteles ahora incluyen secuestro, extorsión y tráfico humano. El cobro por el denominado “derecho de piso” se aplica ya no sólo a grandes negocios, como fue el caso del Casino Royale, sino que los narcos ahora lo aplican también a pequeños empresarios, médicos, maestros y otros profesionales que deben pagar una cuota mensual o enfrentar las consecuencias.

De este lado de la frontera, el presidente Barack Obama condenó enérgicamente el atentado al Casino Royale en Monterrey y envió condolencias a las familias de las víctimas y al pueblo de México al tiempo que reiteró su apoyo a Calderón, pero pronto volcó su atención a la amenaza que representaba el huracán Irene. Los norteamericanos observan a la distancia un conflicto cuya violencia en ocasiones les alarma, pero aún así no ven la conexión entre la demanda de narcóticos en Estados Unidos y la violencia que genera el narcotráfico a ambos lados de la frontera.

Ambos gobiernos han aceptado su responsabilidad por una guerra que suma ya 40,000 muertos y que ya han perdido, a pesar de los millones de dólares en asistencia que el gobierno estadounidense envía a México como parte del Plan Mérida. Prueba contundente del fracaso de Calderón es que la intervención norteamericana en la guerra contra el narcotráfico es cada vez más extensa. El gobierno mexicano admitió en febrero, tras un reportaje que publicó el diario The New York Times, que ha solicitado el apoyo de aviones no tripulados o “drones” como parte de la lucha contra el narcotráfico. A la vez, agentes norteamericanos entrenan a policías federales mexicanos para participar en operativos que se planean y lanzan desde bases en territorio estadounidense.

A pesar de que el Ejército mexicano patrulla las calles, los cárteles operan prácticamente a sus anchas en cada vez más amplias zonas del territorio nacional. La balacera a las afueras de un estadio de fútbol en Torreón y la más reciente escena dantesca en Veracruz enviaron un mensaje claro de quién manda en el país.

Al mismo tiempo, los cárteles han logrado extender su red de distribución a todo el territorio estadounidense. Según reportes del Departamento de Justicia, los cárteles operan en más de 1000 ciudades norteamericanas para abastecer un mercado que se estima en $39 mil millones de dólares al año.

La demanda de narcóticos continúa aumentando a pesar de la guerra contra el narcotráfico. Según el Departamento de Justicia, el contrabando anual de marihuana se ha duplicado desde 2004 a una cantidad estimada de 23,700 toneladas. La producción de heroína se ha cuadruplicado hasta alcanzar unas 41,000 toneladas. Mientras que el consumo de metanfetaminas ha roto récord en los últimos cinco años. Sólo el consumo de cocaína ha disminuido debido a factores que no necesariamente tienen que ver con los esfuerzos del gobierno mexicano, sino que más bien obedecen a la oferta y demanda de nuevos estupefacientes.

La guerra contra las drogas que lanzó el presidente Richard Nixon es un sonado fracaso. El diario Los Angeles Times reportó recientemente que el número de muertes por sobredosis supera, por primera vez en la historia, al número de fatalidades por accidentes de automóvil. Unos 25 millones de estadounidenses -mayores de 12 años- consumen algún tipo de droga, de acuerdo con datos del Departamento de Justicia.

En cinco años, los cárteles han lanzado una operación global que no se restringe a México, América Central y Estados Unidos. Según fuentes de la Administración Antidrogas estadounidense (DEA), los cárteles mexicanos operan en África del Norte. Su objetivo es el vasto mercado europeo.

A pesar de la buena relación entre los gobiernos de Obama y Calderón, su colaboración en el combate al narcotráfico no ha estado exenta de tensiones. El escándalo de la fallida operación “Rápido y Furioso” es clara evidencia de ello. También lo es la protesta de partidos políticos mexicanos por la creciente presencia de agentes de la DEA y del FBI en territorio mexicano que colaboran con las fuerzas armadas mexicanas en labores de entrenamiento e inteligencia.

Uno de los puntos más contenciosos de la cooperación bélica ha sido el flujo de armas de norte a sur. El gobierno mexicano culpa al norteamericano de no poder detener las armas que los narcos contrabandean a México. Sin embargo, reportes de la agencia privada de inteligencia Stratfor, con sede en Austin, Texas, señalan que el armamento de los narcotraficantes mexicanos proviene no sólo de las tiendas de armas estadounidenses ubicadas a lo largo de franja fronteriza con México, sino también de un extenso flujo multinacional que ha convertido a México en un bazar de armas internacional.

A menos de un año de las elecciones presidenciales en México, Calderón y Obama se empeñan en continuar una estrategia bélica cuyos supuestos logros los contradice a diario la violencia extrema que despliegan los narcos.

Las masacres de los 72 migrantes en San Fernando y de las 52 víctimas inocentes del Casino Royale son trágicos parteaguas para un presidente que se aferra a una estrategia militar fallida.

A todas luces, los gobiernos de Calderón y Obama ya son corresponsales de la derrota contra el narcotráfico.

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