La reinvención de Andrés
Andrés Manuel López Obrador está de regreso, pero reinventado.
Abandonó el dogma, moderó su discurso, matizó sus críticas, y ganó profundidad en el discurso.
El López Obrador de 2011 ha dejado muy atrás al López Obrador de 2005 y 2006, aquél que en la cima de su popularidad despilfarró su capital político por la soberbia y la sordera. Un lustro después, en su segundo intento por la Presidencia, ha dejado atrás el radicalismo de la confrontación en busca del electorado perdido.
López Obrador, adorado por miles y odiado por más, es considerado el político más polarizador del país en una generación, pero ha encontrado un nuevo rumbo y, quizás, un nuevo destino.
“Finalmente nos escuchó”, dice uno de sus más cercanos colaboradores. Finalmente, comprendió que la tozudez y el individualismo que ejerció con fuerza moral a todos quienes lo rodeaban en aquél entonces, cohesionó a su núcleo de seguidores pero ahuyentó a otros más que, cuando se trata de contar votos, son la diferencia entre la victoria y la derrota.
El político, el de mejor olfato en el zoon politikón mexicano, el de mayor carisma, el líder nato de la izquierda social, el que hace política en las calles con movilizaciones y gritos, en los linderos de la legalidad, no ha rehuido -porque iría contra natura- de las viejas estrategias, pero ha incluido aquellas a las que ideológicamente rechazaba, como la utilización sistemática y planeada, de los nuevos medios de comunicación.
López Obrador ha aprendido.
No deja su acusación en contra de “la mafia del poder” que le “robó” la Presidencia, pero ya no es ambiguo. Identifica esa “mafia” como la oligarquía naciente durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, su Némesis, la de los neobanqueros -sugiriendo a quienes financiaron las campañas de Vicente Fox y Calderón-, y la de los políticos que construyeron las llamadas “concertacesiones” entre el PRI y el grupo de abogados en torno a los panistas de la vieja guardia Diego Fernández de Cevallos y Antonio Lozano Gracia, que compartieron el poder durante el salinismo y el zedillismo.
Hace seis años los empresarios, sin distinción, eran sus enemigos. En sus ataques vitriólicos contra ellos, se enfrió hasta su entonces estrecha relación con Carlos Slim, e ignoró repetidamente a Lorenzo Zambrano, capitán de Cemex, una de las tres cementeras más grandes del mundo, que estaba dispuesto y listo a apoyarlo en la campaña. Alejó hasta a sus potenciales aliados y empujó los capitales a sus adversarios. Hoy, de la mano de sus asesores más cercanos, entre los que se encuentra Alfonso Romo, uno de los hombres de negocios más importantes de Monterrey, atemperó el discurso.
“Nunca me ha interesado el dinero, pero sostengo que no todo el que tiene es malvado”, dice ahora López Obrador. El mensaje ha sido repetido cientos de veces, al haber sido incorporado en uno de los spots de televisión más persuasivos que se recuerdan en la política mexicana. Pero no sólo es un spot convincente, sino que es el parteaguas de la reinvención de López Obrador como un político moderno.
En el spot, colocado por el PT y Convergencia en YouTube en junio pasado, López Obrador es exprimido por sus estrategas de imagen, quienes logran proyectar, con sutileza y elegancia, lo más importante de él: su discurso teológico, maniqueo y de predicador. López Obrador siempre tuvo en su palabra una daga que se clavaba sin problema en la conciencia católica del mexicano, que lo penetraba por el centro de sus raíces y su cultura, que apelaba al alma más que a la conciencia. Ahora, llega con más vigor.
“Confieso que soy un hombre de fe y convicciones, con errores y defectos”, se desnuda López Obrador. “En lo espiritual profeso el amor al prójimo”.
El tabasqueño es un católico que renació cristiano, y su discurso hoy dispara tiros de precisión sin perder la esencia: habla ciertamente a la espiritualidad mexicana, con el eco permanente que contrasta al bien y el mal, lo justo y lo injusto. Ya eliminó de su retórica la dialéctica de los ricos y pobres, que alienaba y mezclaba su lucha política con la lucha de clases. Ahora va directo a su objetivo sin buscar enemigos innecesarios.
Ya no individualiza los problemas. Los sugiere y deja a sus seguidores la interpretación y libertad que le coloquen los nombres que quieran. “No más engaños, no más injusticias, no más corrupción, no más saqueo, no más sufrimiento para nuestro pueblo”, arenga. “Vamos por un camino del todo nuevo”.
López Obrador dejó atrás a sus viejos asesores de imagen, de gran calidad cinematográfica, pero que no entendían de política y electores. Dejó de ser generosamente improvisado, y se ha vuelto profesional. Su equipo de imagen, cuya identificación se guarda con hermetismo, ha inyectado alegría y profundidad a su nueva lucha por la Presidencia.
Muy similar a la estrategia que siguió Sebastián Piñeira en Chile, durante la campaña presidencial donde derrotó a la presidenta Michelle Bachelet, sus asesores de imagen han retomado momentos, entorno y discursos del chileno para incorporarlos a los nuevos mensajes de López Obrador.
Piñeira utilizó la palabra de “Cambio” para motivar la oposición a Bachelet; López Obrador, desde 2009, comenzó con “Despierta”, para romper con todo lo establecido. Piñeira le metió música alegre a la campaña del cambio; López Obrador tomó el ritmo sabroso del veracruzano Byron Barranco, que le compuso la canción para “Morena”.
López Obrador tiene hoy el respaldo incondicional del PT y Convergencia, los partidos que ha hecho suyo. Pero, en otro giro importante del pasado reciente, ya no es él quien guiará al cambio, sino son todos. Brincó en cinco años del mesianismo teológico a la inclusión de la gente.
“Lucho por ideas y principios”, dice López Obrador en ese spot que lo capta en tomas cerradas, con su pelo blanco que vuela con el viento y una camisa rosa que conecta con el sentimiento. Su voz es suave, la música celestial. “La transformación de México no depende de un solo hombre, sino de la participación de mujeres y hombres que como ustedes, han decidido tomar el destino en sus manos”.
No hay violencia en sus palabras. Tampoco en sus tonos o ademanes. Es un nuevo López Obrador que en las últimas semanas retomó el largamente esperado crecimiento electoral. ¿Le alcanzará el tiempo para recuperar el terreno perdido? Nadie lo puede saber en este momento. Pero por este camino, no hay duda que volverá a reconquistar algunas conciencias que hace tiempo había perdido.