Madres centroamericanas hallan ropa de masacrados

Buscan a sus hijos en San Fernando, donde 72 migrantes fueron asesinados

SAN FERNANDO, México.- Pegadas contra la pared donde se apilaron hace un año los cuerpos de 72 inmigrantes asesinados por Los Zetas, 35 madres centroamericanas que buscan a sus hijos extraviados en México observaron una a una las prendas regadas en el piso que pudieran ser evidencia de la masacre.

Zapatos y tenis putrefactos por el paso del tiempo; uno de ellos ya sin punta y desgarrado; huaraches de plástico quemados; ocho gorras de todos colores; una chamarra impermeable; extensiones de cabello, vendas, pedazos de tela quemada.

Algunas mujeres se echaron a llorar. “¿Y si se tratara de mi hijo?”. Todavía hay 14 cuerpos sin identificar de aquellos 72 que las autoridades recogieron en este pasaje desolado que se prepara para la siembra de sorgo: 200 mil hectáreas que hacen de Tamaulipas el principal productor del país, pero donde justo ahora solo se ven surcos arados y el polvo que azota el sitio de la masacre.

Mercedes Moreno improvisa una bolsa plástica para no contaminar las prendas de las víctimas y las recoge con cuidado, casi con cariño: las observa como si fuera el experto del ministerio público que nunca llegó por ellas y luego las coloca en el altar que en medio de la bodega abandonada y sin techo que montaron ella y otras 34 madres por el Día de los Muertos.

“Ahí está la evidencia de que el gobierno de México no se ha preocupado por buscar realmente a nuestros hijos”, dijo Moreno, una madre salvadoreña que perdió a su muchacho, José Leónidas Moreno, hace 21 años.

“Nunca lo he dejado de buscar”, afirma la mujer que voló desde Los Ángeles, donde vive desde que huyó de su país en los años 80. Su permanencia en la caravana es otra historia más de su rastreo: en la embajada salvadoreña en México, en consulados, en la televisión (a través de aquel popular programa mexicano del Tío Gamboín), en Amnistía Internacional…

“¿Cómo van a encontrar a los desaparecidos estas madres si hay tanto desprecio por la vida en este país que aquí en San Fernando todavía hay pistas (las prendas de vestir) para alguien que quiera encontrar a sus hijos?”, cuestionó Marta Sánchez, del Movimiento Migrante Mesoamericano (M3), organizador de la marcha.

Óscar Chávez, coordinador regional de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) que acompaña a las hondureñas, salvadoreñas y nicaragüenses, agrega un dato más sobre el desinterés oficial por las víctimas: ninguna autoridad federal ha vigilado el recorrido por el Golfo de que registra una cuarta parte de las 10,000 desapariciones nacionales.

Algunas veces las ha acompañado la policía estatal, pero en el tramo que va de El Naranjo a Coatzacoalcos, Veracruz, se quedaron a merced de las bandas criminales de la región que se han especializado en secuestros carreteros.

En medio del riesgo, la llegada de la caravana al rancho de San Fernando, Tamaulipas, en el día de las celebraciones de Día de los Muertos, fue casi ritual. “Venimos a bendecir este lugar que quedó maldito por la muerte de nuestros hermanos migrantes”, gritó el padre Tomás González, conocido como Fray Tormenta, fundador del albergue para indocumentados “Los 72”, en Tenosique, Tabasco acompañante de la causa.

El cura lanzó agua bendita a diestra y siniestra. A las madres, a las paredes con bloques de adobe sin pintar, a la hierba que ha crecido por el abandono y a la ropa de los muertos recogida por las madres y colocada en una mesa entre flores de amarillas, rojas y blancas.

Reina Albina Escalante, de 60 años, no pudo contener las lágrimas: no sabía si por los que murieron bajo el suelo que pisaba o por su hija Irene Narcisa Gurama que dejó Nicaragua hace ocho años, seducida por un mexicano desconocido que se presentaba como “coyote”, traficante de indocumentados .

Olga María Hernández pensó en su hijo Gabriel Salverón, de 29 años, extraviado en Nuevo Laredo, Tamaulipas, hace dos años, cuando extorsionadores pidieron 1,600 dólares para liberarlo y ella solamente pudo depositar 200. “Pobre de mí, pobre de ellos, de mi hijo”.

Otras madres solo apretaron los labios cuando representantes del M3 entregaron a José Carmona, del Instituto Tamaulipeco para los Migrantes, las ropas abandonadas que envolvieron en una bolsa plástica negra.

“A ver qué hacen”, murmuraron antes de dejar atrás el rancho ejidal del municipio de San Fernando que ha sido el símbolo de la xenofobia en México, pero que las madres bendijeron como una manifestación de perdón porque ellas van para adelante: así han encontrado a 59 hijos, en una década de búsqueda.

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