Se apaga la diva

PARÍS, Francia.- Cesária Évora aprendió a cantar en un orfanato en los años 40 y desde entonces ha dedicado su inconfundible voz a los desafortunados de su Cabo Verde natal, a quienes homenajeó en los escenarios más prestigiosos del planeta, el olimpo al que no accedió hasta casi cumplir medio siglo de vida.

Caboverdiana de pies a cabeza, la “diva de los pies desnudos”, que obtuvo un Grammy en 2004 por su álbum Voz d’amor, anunció recientemente su retirada profesional y la cancelación de los conciertos que tenía programados las próximas semanas por motivos de salud.

La culpa la tienen las “batatinhas”, bromeó en París la cantante, de 70 años, en referencia a su amor por ese plato criollo de su tierra, que por su alto contenido graso le había sido prohibido, al sufrir de problemas de corazón y tener alto el colesterol.

Évora, que vivió un par de accidentes vasculares en Australia y Lisboa antes de ser operada a corazón abierto en mayo de 2010, aterrizó seriamente indispuesta la semana pasada en París y confesó en una entrevista al diario francés Le Monde que se encuentra “sin fuerzas y sin energía”.

Se trata de una afirmación terrible, si se tiene en cuenta que energía era precisamente lo que más rezumaba la cantante en cada uno de sus espectáculos, conocidos por el despliegue de ritmo y color que siempre han acompañado a la que es una de las voces más influyentes de África.

La también denominada reina de la morna, esa música criolla que bebe del fado portugués, de la modinha brasileña, y del folclore angoleño, debutó su carrera en Mindelo, en la isla caboverdiana de Sao Vicente, con apenas 20 años.

Recorrió las tabernas y bares del puerto de su ciudad, en los que pregonó con su canto el spleen que la caracteriza y donde hizo de la saudade portuguesa su bandera.

A partir de 1991, inició sus incursiones fuera del archipiélago africano, y tras ser descubierta en París por el productor francés José da Silva no descansó hasta erigirse como embajadora indiscutible de los pobres de su país en el mundo.

Su apelativo de “diva de los pies desnudos”, el título de su primer álbum, se lo ganó a pulso apareciendo sin calzado en los escenarios, en homenaje a los más desfavorecidos, y las letras de sus canciones a menudo se han dirigido a esas personas.

Ella misma nació en el seno de una familia humilde -su madre trabajaba como criada para una familia de blancos- y tras la muerte de su padre, cuando tenía siete años, fue internada en un orfanato, ya que su progenitora no podía hacerse cargo de ella.

Fue precisamente en el coro de esa institución donde la joven “Cise”, como la conocen sus allegados, se inició en el arte que ahora acaba de abandonar, a la edad de 70 años.

Tras la independencia de su país de Portugal en 1975, Évora dejó de cantar para ayudar a su familia, acuciada por problemas económicos. Durante ese periodo también tuvo que luchar contra su alcoholismo, una etapa que ella misma llamó sus “años oscuros”.

Su discografía arranca en 1988, cuando publicó en París su álbum, La diva de los pies desnudos, pero no fue hasta 1992 cuando, con Miss Perfumado, la cantante asombró al mundo y fijó su residencia en París. Conocía por fin el éxito profesional, a los 47 años.

Catorce álbumes después, Évora deja a una legión de seguidores incondicionales, entre ellos los que los próximos meses tenían previsto aclamarla en Armenia, Rumania, Suiza, Reino Unido y París, donde apareció el pasado abril en las tablas del Grand Rex.

Bromista por naturaleza, sus apariciones públicas siempre se caracterizaron por un fuerte sentido del humor, y no era extraño que interrumpiese momentáneamente sus conciertos para fumarse un cigarrillo o echar un trago de cognac, arrancando los vítores del público.

“Algún día iba a tener que despedirme”, afirmó Évora tras su anuncio, con la voz tan desnuda como la del primer día, en aquella época en la que los colonos portugueses no dejaban caminar por la acera a los africanos que estuviesen descalzos.