Un hipódromo “cerca de México”

Uno de las principales atracciones turísticas de la zona está dominada por la presencia de hispanos.

CHARLES TOWN, West Virginia – Son las 3:30 de la tarde de una día domingo. El sol cae fuerte en la pista de carreras del hipódromo Hollywood de Charles Town. En las bancas, la gente espera ansiosa con sus boletos en la mano. Ya es hora, suenan las trompetas y comienza la acción.

Los caballos corren con fuerza, levantando a su paso la tierra que hace tan sólo unos minutos fue emparejada por varias máquinas. En el público: blancos, latinos y afroamericanos se mezclan sin problemas.

Un solo ganador y varios perdedores animan la jornada. Los caballos bajan la velocidad y varios hispanos comienzan a salir del sector donde está prohibido el acceso. Algunos llevan en sus manos arneses. Otros, unos chalecos que se parecen mucho a los antibalas. Los demás se mimetizan con los asistentes, pero parecen muy pendientes de los animales y varios están bajándose de los caballos que acaban de montar.

Una escena curiosa. Sobre todo porque al caminar por las calles de Charles Town no es fácil encontrar hispanos. Sin embargo, aquí el lugar parece arrebatado de ellos.

Los latinos están presentes en cada etapa del proceso. Desde las labores más invisibles, como alimentar a los caballos, hasta las más visibles, cuando reciben la ovación del público luego de que ganan una carrera. Una pequeña parte de una árida estadística de la Oficina del Censo, que indica que un 5.5% de la fuerza de trabajo hispana en el estado se emplea en el área de recreación.

René Zelaya se encarga de una tienda latina en el centro y ha vivido 10 años en el área. Según él, los hispanos son parte esencial de la mayor atracción turística de la zona. “Los que no tienen papeles, en general trabajan en las caballerizas. Los que sí cuentan con documentos, los ves más adentro del casino, atendiendo a la gente”, explica.

Al llegar al hipódromo, la descripción de Zelaya parece acertada. Sobre todo porque muchos se ven reacios a hacer cualquier comentario y miran curiosos una cara extraña que busca respuestas.

“Tratamos de no hacernos notar, por el miedo a la migra”, dice uno de ellos, detrás de unos lentes de sol, quien se va rápido para no entregar más información.

“Trabajamos ocho horas al día, en todas las labores”, cuenta Miguel Durán, entrenador de caballos de carreras.

“Cuando eres hispano es más difícil. Cada uno ve alrededor de cinco caballos.

El trabajo es bueno, pero hay que estar parado todo el día. No podemos comer, ni beber nada estando acá adentro, ni tampoco salir a alimentarnos. Es muy cansador”, explica.

“Nosotros que venimos de México, somos del rancho. Se siente bien trabajar acá.

En el futuro quiero seguir entrenando, es lo que me gusta, me hace sentir más cerca de mi tierra”, dice.

En tan sólo unos minutos, la atención de Durán vuelve a la pista. El caballo que entrena, el número 7, acaba de sacar el tercer lugar en la última carrera. Es hora de hablar con el jinete y saber qué faltó para el primer lugar. Una meta que quizá logrará en el futuro.

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