Va en busca de su hijo a México

Desapareció en 1991 cuando intentaba reunirse con su madre en EEUU

SALTILLO, México.- Hace tiempo que Mercedes Moreno se reconcilió con la vida después de huir de El Salvador a Los Ángeles en medio de la guerra civil; de pasar hambre como madre soltera; de vivir las consecuencias de las torturas a su hijo; de trabajar como nana y limpiadora en casas de estadounidenses, todo con el fin de educar a tres muchachos, hasta que la más pequeña se graduó en UCLA.

Así que solo tiene una deuda con ella misma: encontrar a su hijo José Leónidas, desaparecido en 1991 cuando viajaba por México desde el departamento de Usulután para reunirse con ella, que lo esperaba ya como residente en California.”Es lo único que me falta para sentirme totalmente satisfecha con la vida”, dijo Moreno, de 63 años, quien reposa en el albergue para inmigrantes Posada Belén, en esta ciudad del estado de Coahuila, donde le han dado asilo junto con 35 madres centroamericanas que buscan a sus hijos por el sur, golfo, norte y centro de este país.

Por ahora ella es la única que se ha incorporado desde Estados Unidos, aun cuando se sabe que hay muchas más familias que sufren tormentos parecidos por el camino de la ruta migrante y la desaparición de los suyos que se cuentan por miles: 6,000 con registro de nombre y apellido; 60,000, según estadísticas extraoficiales.

Moreno tomó el vuelo hasta Coatzacoalcos, Veracruz -una de la regiones con mayores registros de secuestros- para unirse a la caravana, guiada solo por “un milagro” que vio en la televisión.

En 2010 Emeteria Martínez, de 72 años, encontró a su hija Ada Marlén, justamente después de dos décadas de revisar piedra tras piedra, de idas y vueltas una y otra vez por México durante seis años: la muchacha había perdido contacto con la madre después de ser víctima de trata de personas en México.

-Sí se puede, pensó Mercedes.

El mayor de sus hijos, José Leónidas, ha sido su pesar durante muchos años. Quizá por las dificultades que implicó su crianza cuando lo parió a los 15 años. “Ni siquiera sabía que por tener relaciones iba a quedar embarazada, de verdad que no: yo solo me enamoré de un hombre que me decía palabras bonitas, pero que estaba casado, con dos hijos, y no se responsabilizó”, recuerda, mientras mira a su alrededor a decenas de jovencitos que esperan en el albergue el momento adecuado para salir a cruzar la frontera. Entonces suspira: “Cuando una partera me explicó por qué no tenía ‘el periodo’ entonces huí para San Salvador porque pensé que mi madre me iba a matar”.

En la ciudad, ella pidió trabajo casa por casa en las zonas residenciales hasta que una señora le dio empleo, y cuando notó que el vientre de su empleada crecía desmesuradamente se comprometió a que, una vez llegado el momento, la llevaría al hospital. “Y así lo hizo”.”¿Ves cómo todo se te regresa?”, observa Mercedes para proceder su relato: “Mi mamá me buscaba todo ese tiempo y yo sin dar ninguna explicación, solo saliendo adelante, pero mi madre tuvo mejor suerte: un amigo de la familia supo dónde yo estaba y mi hermano me fue a buscar. Yo, en cambio, llevo dos décadas con el dolor”.

De regreso a Usulután, se volvió a enamorar de otro hombre equivocado. Ella se protegía con un dispositivo intrauterino, pero falló. Así nació al tercer año su segundo hijo, Mauricio, que hoy es un activista gay del que está muy orgullosa y a quien respalda totalmente, como lo debió de hacer durante el lustro que los dejó con la abuela para ir a Estados Unidos.

En los 80 se reunificó con los niños que crecieron como emigrantes a su lado, hasta que José Leónidas se pasó un semáforo en rojo y fue deportado a su país donde lo atraparon soldados. Al no tener identificación, lo tomaron por “guerrillero”.”Lo torturaban colgándolo de los dedos pulgares durante días y golpeándolo para sacarle información que obviamente no tenía”, describe. “Así comenzaron sus trastornos mentales”.

José Leónidas fue rescatado por su familia de la cárcel militar unos meses después, pero ya no era el mismo. Se volvió violento y tenía síntomas de esquizofrenia, hablaba solo y deliraba. “Ya no podemos tenerlo aquí”, dijo una de los cuatro hermanos de Mercedes, tía del chico.

Mercedes vendió un terreno en El Salvador que había comprado con los ahorros de su trabajo en Los Ángeles y pagó a un traficante para que le llevara a su hijo, aun cuando faltaban pocos meses para que el gobierno estadounidense le autorizara la residencia al muchacho por reclamo de la madre.

El “pollero” lo dejó en un hotel de la Ciudad de México mientras salió a buscar “otros contactos”, y cuando regresó, José Leonidas ya no estaba, según relató el traficante por teléfono. Nadie supo más.

La madre pidió apoyo al gobierno de su país, a Amnistía Internacional y a los consulados en México, donde le dijeron que había sido capturado por policías federales que lo enviaron a la frontera sur, entre Chiapas y Guatemala, por Ciudad Hidalgo, pero ella ya no tuvo más dinero para movilizarse.

Insistió en la búsqueda a distancia intermitente durante años hasta que hace unos días creyó que era el momento de hacer algo más. Tomó fuerzas, se puso una boina negra en la cabeza para el frío, unos guantes y un suéter que le dan un aire jovial. “Hasta encontrarlo”, se anima. Al cabo que los demás hijos ya están criados y “más que formados”. A la más pequeña, la única mujer, que hoy tiene 25 años y es una exitosa profesionista, le enseñó algo más: la educación sexual.

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