Entre la política y el dolor

D.C. tiene grupos latinos con más de tres décadas de existencia

WASHINGTON, D.C. – Con un 9.1% de población hispana, entre el Congreso y la Casa Blanca Washington atesora auténticos barrios de latinoamericanos. Un contraste interesante en el centro de poder del país, marcado inevitablemente por las olas migratorias de Centro y Sudamérica.

Desde la Segunda Guerra Mundial, puertorriqueños y mexicanos comenzaron a llegar a la ciudad en busca de empleo. Luego, la situación política en el resto del continente marcó el paso de nuevos inmigrantes.

En las décadas de 1950 y 1960, tras la revolución cubana muchos isleños encontraron refugio aquí. Les siguieron exiliados políticos de diversos regímenes militares en América del Sur, como Chile y Argentina.

“Había mucha gente huída de sus países. Se formó un movimiento cultural, un ambiente bohemio muy fuerte. Fue una época maravillosa para nosotros. Teníamos tertulias todos los martes, venía gente de paso como Julio Cortázar, la Nueva Trova de Cuba, Pablo Milanés”, recuerda con nostalgia el fundador de Teatro Hispano GALA, Hugo Medrano.

Las guerras en Centroamérica desencadenaron quizás la oleada migratoria más grande y decisiva para Washington. Los conflictos sociales en El Salvador iniciados a comienzos de 1970 desencadenaron una guerra civil desarrollada entre 1980 y 1992. El resultado fue más de 75,000 muertos y desparecidos, junto a miles de inmigrantes forzados a salir del país.

Esto implicó un rápido crecimiento de la población hispana en el Distrito de Columbia. Las estimaciones del censo de 1970 indicaron que 15,671 latinos vivían en el área. Para 1980 las estadísticas subieron a 17,679. En 1990 los índices llegaron a 32,710 y en 2000 se registraron 44,953 hispanos.

“En los 70 había plata, si podías comprobar que había tanto número latinos recibías ayuda. Ahí nacieron un gran número de agencias”, explica Olivia Cadaval, autora del libro ‘Creando una identidad latina en la capital de la nación’.

“Ellos tuvieron un espacio para ser líderes. Se formó un cierto consenso de ser un barrio latino, donde también había gente de otros grupos. Columbia Road, Adams Morgan, Columbia Heights. Ahí se formó algo y luego creció enormemente”, agrega.

A diferencia de otro tipo de migraciones, más asociadas con condiciones económicas que políticas, la llegada de personas con traumas severos, tanto físicos como psicológicos, afectó la manera en que los inmigrantes se asentaron en Washington DC.

“Nuestra comunidad viene aquí en una circunstancia de guerra forzada, es una historia diferente. Nunca te entregas a esta nación, porque no fueron aceptados tampoco.

Esta comunidad le ha costado bastante, mucha gente sufrió las violaciones en su países y en este… la falta de aceptación”, dice María Gómez, presidenta y directora ejecutiva de Mary’s Center.

No sorprende entonces que Washington sea hoy la cuna de una serie de organizaciones orientadas al beneficio de la comunidad con varias décadas de existencia. Entre ellas el Centro de la Juventud Latino, Carecen, Clínica del Pueblo y Mary’s Center, sólo por nombrar algunos.

“Ahora estamos viendo cambios generacionales. Cuando recién abrimos, la mayoría de los pacientes tenían entre 20 y 40 años. Ahora tienen 60 y 65. Además, han traído sus abuelos y padres. También tenemos la segunda y tercera generación”, explica Alicia Wilson, directora ejecutiva de La Clínica del Pueblo.

“Creo que históricamente la ciudad fue tan incapaz de integrar las necesidades de los latinos que las organizaciones empezaron a abrir puentes. Esto respondió a la falta de ayuda por parte de la ciudad y creo que eso todavía sigue siendo cierto hoy”, dice Lori Kaplan, directora ejecutiva de Centro Latinoamericano de la Juventud.

Sin embargo, los cambios en la población, crisis económica y falta de empleos han repercutido en la sobrevivencia de instituciones hispanas en la ciudad, un problema con el que aún se lidia a nivel local.

“Llegó un momento en que se acabó el dinero y lo que hicieron para sobrevivir algunos de ellos fue abrir las organizaciones a otros grupos étnicos”, explica Cadaval.

“Ahora no hay recursos para una red de seguridad social, no existe un rescate económico para lo que hacemos”, asegura Kaplan.

“Acá es muy fácil decir que valoramos la cultura y que nos encanta la comida y las embajadas, pero si las personas no tienen una buena calidad de vida, entonces es sólo superficial”, agrega.

Otro de los desafíos pendientes, de acuerdo a la directora de la Oficina de Asuntos Latinos, Roxana Olivas, es la comunicación y unión entre las organizaciones que benefician a la comunidad y los grupos activistas. “Estoy tratando de unirlos más. En foros, en juntas privadas. Todos trabajan en lo mismo, pero a veces no se hablan”, dice.

Mientras, en Columbia Heights, las salas de espera en lugares como Mary’s Center y La Clínica del Pueblo continúan llenas. Ahora, junto a los hispanos, inmigrantes africanos componen el escenario. Es un nuevo cambio en la tendencia migratoria de la ciudad al que recién se está adaptando.

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