El poder de la calle
La democracia no es suficiente. Votar casi nunca cambia radicalmente a un país. Es, por el contrario, una manera de reafirmar el sistema. No basta votar para cambiar. Cada vez más nos damos cuenta que votamos y las cosas siguen igual.
Por eso las protestas de este año en las calles y parques de Los Ángeles, Oakland y Nueva York – igual que las de España, Grecia y otros países- nos indican que algo no está funcionando bien en la forma en que vivimos.
Las protestas a las que me refiero no son necesariamente las revoluciones de la Primavera árabe en el Oriente Medio y el norte de África, aunque todas ellas tienen raíces comunes. A lo largo de este año, los ciudadanos en muchas partes del mundo han unido para marchar y ocupar espacios públicos en un esfuerzo por desafiar el statu quo con resolución, más que con violencia.
Me tocó ser testigo de los campamentos de tiendas de campaña en Madrid, Oakland y Los Ángeles. Ya todos han sido desalojados por la policía. Estaban llenos de indignados, frustrados y enojados. No había líderes visibles ni tampoco sabían exactamente qué querían. Pero sí tenían muy claro lo que no querían. No querían que el uno por ciento de la población controlara los destinos del otro 99%. Había quejas de todo tipo: contra los bancos, los gobiernos, las grandes corporaciones. No les gustaba el sistema educativo ni la forma en que trataban a los inmigrantes.
Más que nada, los manifestantes hablaron acerca de la desigualdad. Aunque estaban en ciudades diferentes y en distintos países, el punto en común de todas sus quejas era la desigualdad. No se vale que el salario de uno sea superior al de 99. No se vale que en una sociedad democrática moderna unos se vuelvan billonarios mientras otros se mueren de hambre, están desempleados y pierden sus casas. No se vale.
Ahora, con el invierno a punto de entrar y desalojados, tienen que demostrar que no fueron sólo una interrupción breve. Su gran reto está en transformar ese idealismo en algo que se pueda tocar.
Nos equivocaríamos si los catalogáramos de antisociales u oportunistas. Apuntaron con absoluta claridad lo que no funciona en Estados Unidos y en Europa. De la misma manera, la marcha por la paz en México -liderada por el poeta Javier Sicilia- y las incontables manifestaciones para detener el número de muertos en la lucha contra el narcotráfico, no acaba con el problema pero si lo define.
El presidente Felipe Calderón puede tener razón al enfrentar a los narcos pero la realidad es que su estrategia es un soberano fracaso. No se le puede llamar éxito a ningún plan que cargue más de 40 mil muertos. Las marchas contra la violencia han servido para demostrar que México no es su gobierno ni sus políticos y que sus ciudadanos están hartos de vivir con miedo.
El poder de la calle en el mundo árabe fue más allá de los gritos y los símbolos. En una primavera y en un verano los jóvenes árabes terminaron con cuatro regímenes autoritarios y despóticos en Egipto, Libia, Yemen y Túnez. Y hay otros más en la filita.
Algo no está funcionando bien en este planeta. Los sistemas políticos, financieros y sociales de que hemos dependido desde hace décadas están desintegrándose. Las protestas e insurrecciones globales de este año- desde Oakland hasta Madrid, desde Trípoli hasta la Ciudad de México- nos han mostrado el poder increíble del pueblo.
Todos estos movimientos y revueltas son ejemplos muy concretos del poder de la calle. Cuando los votos no cuentan, cuando la democracia se queda coja, cuando las cortes y la policía solo protegen a los poderosos, cuando las muertes y secuestros quedan impunes, cuando la sociedad toda beneficia solo a unos pocos, cuando la desigualdad se convierte en regla, cuando uno o dos deciden por todos … ese es el momento de salir a la calle.