Enlace: Invitados de piedra

Para millones de mexicanos que vivimos en el extranjero, el reciente debate presidencial resultó decepcionante por doble partida. No sólo no escuchamos propuestas concretas de los candidatos para que nuestro país pueda salir de la vorágine de violencia y corrupción en que está hundido, sino que nuevamente fuimos los invitados de piedra: ninguno se acordó de nuestra existencia.

Este aparente olvido en realidad obedece a una poderosa razón: no tenemos relevancia política. Pese a que el IFE estima que hay entre tres y cuatro millones de mexicanos en Estados Unidos con credencial para votar, para los comicios de este año sólo se inscribieron en el padrón electoral 59,044 personas. Esta cifra es prácticamente la misma que se registró en 2006, cuando se enviaron 57,749 solicitudes que al final se tradujeron sólo en 32 mil votos.

El número es risible, sobre todo si se considera que el padrón electoral de México asciende a poco más de 79 millones de votantes.

Son varios los factores que explican estas cifras insignificantes. Por una parte, es innegable que hay mexicanos que han dejado de interesarse por lo que pasa en México debido a que tienen ya muchos años de residir en el extranjero.

Otros simplemente están desencantados de la clase política. Sin embargo, somos millones los que todavía tenemos lazos muy fuertes con nuestra tierra natal y a quienes nos gustaría votar, especialmente ahora que vemos el grave riesgo en que están la democracia y la paz social. Para la mayoría de nosotros, sin embargo, la posibilidad de votar es sólo una quimera.

Aunque el voto para los mexicanos en el extranjero se aprobó en 2005, son muchos los candados que han impedido que esta ley se haga realidad. El más importante es que no se permite obtener la credencial de elector fuera de México. Es probable que muchos mexicanos que supuestamente la tienen la hayan perdido. El IFE lo ha reconocido así, pero no los legisladores ni los políticos que gobiernan el país. Para ellos somos ciudadanos de segunda clase, no importa qué tan comprometidos estemos con nuestro país, como lo demuestra el hecho de que las remesas que enviamos religiosamente son la segunda fuente de ingresos de México.

Durante el debate del pasado domingo ninguno de los candidatos recordó estas aportaciones. No hubo una sola mención a los problemas de los mexicanos que estamos de este lado, entre ellos las deportaciones masivas y el clima antiinmigrante que ha hecho cada vez más arduo el encontrar un empleo para quienes no tienen documentos. No escuchamos una sola propuesta de los candidatos sobre sus planes para recibir a los cientos de miles que han sido deportados, ni para mejorar la relación con Estados Unidos con el fin de abogar por los derechos de los mexicanos que vivimos aquí.

Lo único que escuchamos de los tres principales aspirantes a la presidencia fueron ataques que ya conocíamos y monólogos caracterizados por la retórica y la falta de creatividad, lo que aumenta nuestra angustia y zozobra por el futuro de México.

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