Dar vida sin papeles de por medio

Hace unos días, los dos mexicanos se presentaron nuevamente en su consultorio en el Hospital Mt. Sinai. "Ambos están perfectos, tanto el hermano que recibió el riñón, como el que lo donó", comenta el Dr. Juan Pablo Rocca, un joven cirujano de trasplantes que extrajo el riñón izquierdo –y sano– al menor de los hermanos para dárselo al mayor a quien considera casi como un padre y a quien las fallas renales venían haciéndole la vida miserable.

El argentino Juan Pablo Rocca es cirujano de trasplantes en el hospital Mt. Sinai. Allí, realizó el primer trasplante de riñón a un indocumentado que hoy vive con el órgano sano de su hermano.

El argentino Juan Pablo Rocca es cirujano de trasplantes en el hospital Mt. Sinai. Allí, realizó el primer trasplante de riñón a un indocumentado que hoy vive con el órgano sano de su hermano. Crédito: Silvina Sterin Pensel

Hace unos días, los dos mexicanos se presentaron nuevamente en su consultorio en el Hospital Mt. Sinai. “Ambos están perfectos, tanto el hermano que recibió el riñón, como el que lo donó”, comenta el Dr. Juan Pablo Rocca, un joven cirujano de trasplantes que extrajo el riñón izquierdo –y sano– al menor de los hermanos para dárselo al mayor a quien considera casi como un padre y a quien las fallas renales venían haciéndole la vida miserable.

La exitosa operación practicada a principios de abril termina con la odisea que vivieron estos dos muchachos –sabían hace ya unos años que uno podía donarle el órgano al otro y así poner un fin a la agonía de la diálisis pero no encontraban el camino legal para hacerlo– si no que sienta un importantísimo precedente: es la primera vez que una persona indocumentada recibe un trasplante en Nueva York.

“El Estado de Nueva York es uno de los pocos que provee diálisis a quienes no tienen papeles”, sostiene el doctor. Pero todo el que llega a diálisis necesita un trasplante y ahí está el problema porque los indocumentados no pueden formar parte de la lista de espera para recibir órganos de gente fallecida. Dependen únicamente de tener un donante vivo.”

Así fue en el caso de este inmigrante azteca –Angel, como lo bautizaron algunos medios para proteger su anonimato–. “Aquí en el hospital, el que fuera indocumentado nos inspiró a muchos; es una comunidad de profesionales bien diversa; y en el equipo somos cada uno de un lugar distinto; yo ni siquiera soy ciudadano americano”, dice este doctor argentino, nacido en El Chocón, una ciudad patagónica y quien llegó a Estados Unidos en 2005 al Westchester Medical Center donde se especializó en trasplantes de riñón, hígado y páncreas.

Sentado en su escritorio, repleto de pilas de fichas de algunos pacientes Juan Pablo Rocca, cuenta que desde que llegó al Mt. Sinai hace unos tres años ya ha realizado más de 50 trasplantes de hígado y más de 100 de riñón.

“Aquí soy una especie de comodín, hago de todo: cirugías en los trasplantes en los que el órgano donado proviene de alguien que falleció y cirugías de donante vivo. En este último tipo, como fue el caso de los hermanos, se hacen dos operaciones a la vez en dos quirófanos separados y yo siempre estoy en el del donante”.

Le cuesta elegir, pero este médico de 38 años, amable, con una paciencia de oro y clarísimo a la hora de explicar procedimientos complejos, confiesa que lo que más le gusta es trabajar con donantes vivos.

“Quien dona un órgano tiene un coraje muy especial; es gente sana que se somete a una cirugía por amor al otro, para regalarle vida. Donar después que se fallece es una cuestión, pero donar en vida son palabras mayores. Para mí son héroes y que mi trabajo me ponga en contacto con ellos es un gran honor”.

Está casado con Sofía, una pediatra también argentina, y la pareja vive en el Upper East Side junto con sus dos hijos, Ignacio y Martín de 7 y 5. “No me extrañaría que alguno se dedicara a esto porque bueno, es lo único que ven. En casa nos lo pasamos charlando de lo que hacemos o nos ven llegar del hospital con cara de demacrados después de una noche larga. Pero también ven que amamos nuestra profesión”.

El no siguió el camino de su propio padre, un ingeniero, y asegura que desde pequeño la medicina le llamaba la atención. “Agarraba la Enciclopedia Británica de la biblioteca y me leía todo sobre la apendicitis y sus síntomas. Me encantaba aprender sobre enfermedades”.

Es difícil anticipar qué consecuencias políticas pueda generar el caso de los dos hermanos que puso en evidencia una gran contradicción del sistema que financia la diálisis de indocumentados por un costo de 75,000 dólares anuales y se niega a darles un trasplante que, de ser exitoso, hace que la diálisis sea innecesaria.

“El Estado debería solamente hacerse cargo de unos 15,000 dólares por año que es aproximadamente lo que salen las medicinas antirrechazo que el trasplantado requiere de por vida”.

Sobre el final feliz de esta historia de la que fue protagonista se muestra cautelosamente entusiasmado. “Ojalá abra la puerta a otros casos y podamos trasplantar a más gente sin papeles que lo necesita pero se tienen que dar muchísimos factores que aquí se conjugaron. Ellos fueron muy tenaces y llevaron esto con una dignidad admirable”.

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