Letras para todo

La utilidad de una letra en una época puede ser un pesado lastre en otro periodo.

Se puede dormir a pierna suelta sin preocuparse demasiado de para qué sirven las letras pero no por el hecho de desentendernos de ello nos va a dejar de afectar de una u otra forma; pensemos que en definitivas cuentas, ¿quién puede vivir hoy sin escribir un texto en su teléfono?

Hay algunos que creen intuitivamente que las letras nos ayudan a representar sonidos, lo que es contradictorio con que haya letras sin sonido; o con varios sonidos. La gracieta de “con ‘s’ de tsunami” lo deja bien claro. Contribuye a ello incluso la imprecisa normativa académica de los acentos escritos. Cuando al hablar de las palabras agudas la norma dice que estas llevan tilde cuando terminan en –n, en –s o en vocal se deja oculto que esta norma se aplica únicamente a letras. Basta con comparar “Cortés” y “Cortez”, que terminan con el mismo sonido, para demostrarlo.

Hay otros que dicen que las letras se utilizan para representar ideas. La lista escrita de presidentes de Estados Unidos se hace con letras, y una ristra de nombres no son ideas. Los hay también que dicen que sirven al propósito de la comunicación, lo que es poco restricto ya que nos comunicamos tanto por escrito como oralmente, y por señas, y con música, y con cualquier cosa que transporte fielmente un mensaje. Si encontramos una palabra escrita en una pared pudiera darse el caso de que la reconociéramos aun sin hallar en ella nada comunicativo. La esencia de las letras, por ello, es solo entramado colateral a la comunicación.

El reto de comparar Hawái con Uruguay más que confundir ahonda en lo dicho. O terminan los dos parajes geográficos con un sonido vocal o terminan con uno consonante, pero no uno una cosa y otro otra. Los nativos de estas tierras: hawaianos y uruguayos, plantean otras interrogantes, ¿porque qué diferencia sustancialmente estos gentilicios de los espontáneos y no estandarizados “jaguayanos” y “uruwaios” aparte de su vértigo visual?

En español se ha decidido escribir nuestra capital Washington con la grafía del inglés. Si como práctica pidiéramos a un grupo de hispano-hablantes escolarizados que usara el alfabeto tradicional español para representar nuestra capital, concentrándose en el arranque de la palabra, muy probablemente la mayoría se decantaría por Guásington pensando en Guadalajara. Un fonetista escrupuloso sin embargo diría que más preciso sería Huásington, a partir del modelo de huevo o hueso.

Cuando se hace una ortografía es para regular algo, ¿el qué? La unanimidad en la escritura no es un resultado social espontáneo; la uniformidad tampoco. El paso del tiempo produce otros efectos: el nivelador y el acumulador de obsolescencia. La utilidad de una letra en una época puede ser un pesado lastre en otra: ya ocurrió con la çe cedilla, hoy eliminada del alfabeto español. Si escribimos “harina” con “hache” es porque la “hache” antes tenía una justificación. Era una aspiración: ‘jarina’. Hoy “harina” y “arena” son indistinguibles en su comienzo silábico.

¿Adónde queremos ir a parar? Si queremos que sea de alguna utilidad mantener estas ocurrencias visuales en la escritura escolar, y en nuestro teléfono, deberíamos al menos destacar los beneficios de ello o haremos que los estudiantes se frustren por tener que aprender algo que no alcanzan a ver cómo mejora nuestra vida. ¿Queremos que se perciba este aprendizaje de las letras como un exceso cultural del que se puede prescindir sin remordimientos cada vez que enviamos un texto por teléfono?

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