Despiden a Jacob Valdiviezo en San Francisco

Joven estudiante recién asesinado recibe una vigilia, una marcha por las calles de la Misión, una velada de oración y remembranzas para dar el último adiós

Velorio de Jacob Valdiviezo en el templo de San Pedro, la noche del sábado 6 de abril.

Velorio de Jacob Valdiviezo en el templo de San Pedro, la noche del sábado 6 de abril. Crédito: Francisco Barradas / El Mensajero

SAN FRANCISCO.— La puntual y grave campanada llamando al funeral de Jacob Valdiviezo acentuó la solemnidad de un momento de por sí triste para el barrio de la Misión, donde en los últimos siete meses cinco personas han muerto en tres casos relevantes que involucran actividad pandilleril.

De todos esos muertos, el mayor tenía 29 años: Silvia Patricia Tun Cun; uno más, Francisco “Bryan” Gutiérrez, tenía 26, y los otros tres: Jesús Solís, César Bermudez y el propio Jacob Valdiviezo, apenas rondaban los 20 —estos tres últimos, además, murieron heridos de bala, asesinados a sangre fría cerca de sus domicilios.

Si bien el 90% de los padres considera sitios como la Misión seguros para sus hijos –al menos para los menores de 17 años–, esto según una encuesta estatal realizada en 2010 por encargo de la fundación Lucile Packard, a esta hora la incertidumbre es mayúscula en el barrio; la razón es que Jacob Valdiviezo era, según múltiples testimonios, un modelo de virtudes cuyo homicidio dejó sin aliento aún a los más optimistas.

“Tenía algo especial que no podrás reemplazar”, escribió de Valdiviezo Chris Sulages, entrenador del equipo de futbol americano Pioneros, del colegio Lewis & Clark, ubicado en Portland, Oregon, al cual Jacob ingresó gracias a una beca que obtuvo, justamente, por ser un atleta destacado en la preparatoria Arzobispo Riordan, en San Francisco, donde mantuvo un promedio de calificaciones superior a 3.

“En muy corto tiempo (dos años), dejó su marca en Lewis & Clark”, expresó también Sulages. “Jacob iluminaba una habitación cuando entraba; su sonrisa era contagiosa y su optimismo asombroso. Era capaz de comunicarse con otros sin ningún esfuerzo”.

Pero la senda de Valdiviezo fue interrumpida sin razón aparente; murió por causa de un acto arbitrario de esa furia que mueve a las pandillas, esa energía voraz, que llevó a David Morales, de 19 años, a estrellar su auto y matar a otros dos inocentes, Tun Cun y Gutiérrez, en la llamada tragedia del 1 de enero.

Hoy preso, Morales enfrenta una posible sentencia a cadena perpetua. Suerte similar, o cuando menos de 30 a 40 años de cárcel, podría haber también para Dylan Lemalie, de 20 años, y Adrian Landers, de 18, acusados de participar en el asesinato de Jesús Solís, el 16 de septiembre; pende también sentencia sobre Oliver Bárcenas, de 22 años, quien pretendía vengar a Solís y luego se enfrentó a tiros con la policía el 20 de septiembre de 2012. Jóvenes y sin estudios concluidos, la pandilla tiene este perfil recurrente que sólo suele conducir a las prisiones del estado.

Una vigilia frente a casa de sus padres, en la cuadra 2600 de la calle Bryant, el 3 de abril; luego una marcha por la paz por las calles del barrio, y tras eso, una velada de oración y remembranzas, con el cuerpo presente, dentro del templo de San Pedro, el 5 de abril; y finalmente la misa funeral, al mediodía del sábado 6 de abril, marcaron la despedida para Jacob Valdiviezo del barrio donde creció y se educó los primeros años de su vida y donde fue asesinado el 30 de marzo. En cada acto, multitudes; en cada momento, pese al llanto, la confirmación de que este joven vivirá en perpetua gracia con quienes lo conocieron.

Había una llovizna ligera ese sábado que lo sepultaron; como si la ciudad llorara la pérdida de un buen hijo.

Cualquiera con información relevante sobre este crimen, o el de Jesús Bermudez, asesinado el 24 de octubre de 2012, puede llamar al 415-575-4444 del Departamento de Policía de San Francisco; los informantes permanecerán anónimos.

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