Crítica de teatro: ‘Priscilla Queen of the Desert’ es un musical encantador

La energía musical y escénica de 'Priscilla Queen of the Desert' contagia a la platea

En el bus, Bryan West, Scott Willis, Joe Hart y Wade McCollum.

En el bus, Bryan West, Scott Willis, Joe Hart y Wade McCollum. Crédito: Joan Marcus

Hay algo simplemente rejuvenecedor acerca de Priscilla Queen of the Desert — The Musical.

Quién sabe si es la música —con clásicos de Elvis Presley, Tina Turner, Madonna, Village People, Gloria Gaynor, Cyndi Lauper y Donna Summer, entre otros muchos—, el encanto de sus personajes —que desprenden una inocencia seductora— o la energía de la puesta en escena —con notables y constantes cambios en el escenario, liderados por un autobús gigante y tres coristas que aparecen colgadas—.

Sea lo que sea, Priscilla Queen of the Desert — The Musical, que se estrenó en el Pantages Theatre el miércoles por la noche como parte de su gira nacional, cumple de sobras con su simple cometido: entretener, animar y emocionar.

Lo hace con una historia bien simple, inspirada en la cinta The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert (1994) que protagonizaron Hugo Weaving (The Matrix), Guy Pearce (Iron Man 3), y un inolvidable Terence Stamp (Superman 2), en la que dos drag queens y un transexual recorren el desierto australiano con el fin de recalar en un lejano casino donde pondrán en escena su show.

Por el camino encuentran amor, homofobia, comprensión y dudas, todo ello adornado con acierto por canciones como What’s Love Got to Do with It?, Don’t Leave Me This Way, Go West, I Say a Little Prayer, I Will Survive, Pop Muzik, Girls Just Wanna Have Fun, Hot Stuff, The Morning After y Always on My Mind.

La gira que llega a la ciudad cuenta con un trío excelente de actores: Bryan West y Joe Hart como los drag queens —éste con un par de secretos que añaden un toque melodramático a la función—, y Scott Willis, simplemente magistral en su sentida interpretación de Bernadette, la única de los tres que sufrió un cambio de sexo.

Los números musicales, competentes aunque algo caóticos y escasamente originales, un vestuario hilarante y colorista (con más de 500 vestidos) y un sonido demasiado amplificado (que ahoga la impecable orquesta) completan una producción que dejará al espectador con una sonrisa en los labios.

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