Donde rompen corazones

Miami es una región turística visitada por más de 12 millones de personas cada año.

Miami es una región turística visitada por más de 12 millones de personas cada año. Crédito: Morguefile

Al grano

Un amigo detective, quien era barrigón y pobre, dice que su cuenta bancaria comenzó a engordar desde que opera en el sur de la Florida. Su despacho no da abasto investigando casos de infidelidad.

Cuando trabajaba en Chicago entraban pocos clientes a su oficina, pero, hace algunos años, alguien le dijo que Miami y sus alrededores eran una mina de oro para un investigador privado y se trasladó, comprobando que la cifra de adulterios y divorcios es de las más altas en los Estados Unidos.

Miami y sus alrededores no son buenos vivideros. Es una región turística visitada por más de 12 millones de personas cada año quienes buscan, no solo comprar, sino divertirse en las playas y discotecas. Muchos de estos paseantes anhelan vivir la vida loca en sus vacaciones.

Por otra parte, hay un flujo constante de inmigrantes latinoamericanos. Al sur de la Florida llegan cada año miles de familias huyendo de persecuciones políticas o buscando oportunidades económicas, pero, una vez instaladas aquí, sufren una metamorfosis interior, un cambio radical en su comportamiento y costumbres, cuando la vida agitada y frívola las atrapa.

Es rumor a voces aquella frase que dice: “el que llega a Miami le dura poco el matrimonio”. ¿Qué tiene la ciudad para que ocasione tantas separaciones de pareja? Sicólogos dicen que la culpable no es la ciudad, sino la falta de verdadero amor y la ausencia de fundamentos religiosos, familiares y de sólidas bases morales y sociales.

Sin embargo, otros creen que las tentaciones son tan variadas y están al alcance de todos, que convierten a Miami en una ciudad rompecorazones.

La visión de quienes llegan a vivir aquí se va deformando a medida que pasa el tiempo: las mujeres anhelan ser voluptuosas y los hombres fornidos; todos lucen excesivamente bronceados y participan, sin notarlo ellos mismos, en una competencia insustancial por alcanzar la belleza perfecta, hasta el punto de llegar a desfigurar su cuerpo y su rostro. Pululan las clínicas de estética y cirugía plástica y hay fiestas de bótox como quien celebra un cumpleaños.

Todos ambicionan tener un automóvil de lujo y un fino reloj en su muñeca, aunque el refrigerador esté vacío.

Hablando con mi hijo, que acaba de cumplir 22 años, me confesó lo decepcionado que se siente en el ambiente nocturno de Miami, donde las fiestas lujuriosas son requisito indispensable para divertirse. Este es un atractivo para los extranjeros que llegan a buscar aventuras y desorden, pero, para los residente locales, es deprimente y problemático.

En medio de esta babilonia, rondan las cazadoras de fortunas y los cazadores de aventuras. Las unas buscando un hombre rico que les pague sus lujos y los otros, engañando a mujeres ingenuas que terminan divorciadas y quedándose sin la soga y sin la ternera. Es como un pecado común que nadie siente pena por cometerlo.

El amigo detective, quien se divorció a los 6 meses de mudarse desde Chicago, hoy luce atlético y maneja un carro de alta gama. Él admite que llena sus bolsillos con el dolor ajeno y advierte que “Quien llegue a Miami tiene que saber que toma el riesgo de que le rompan el corazón”.

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