Indigna a latinos la muerte de Andy López
Hoy marchan de nuevo en Santa Rosa para protestar por su muerte
SANTA ROSA.— Del sitio en que Andy López fue acribillado al parque recreativo más cercano hay unos dos kilómetros de distancia, hizo notar Rafael Vázquez a sus alumnos el lunes 28 de octubre.
“La Moorland”, como llaman los hablantes de español a la avenida en que López fue ultimado por un alguacil del condado de Sonoma, corre al sur del barrio latino, Roseland, y en sus alrededores el índice de pobreza es alto.
“Santa Rosa ha decidido por años no adoptar ese pedacito de tierra (el sur de Roseland), porque entonces tendrían que proveer servicios, pavimentar las calles, instalar drenaje. Entonces, esas son calles horribles, donde vive la comunidad inmigrante latina”, comentó Vázquez en entrevista.
Vázquez es un académico con hondas raíces en Roseland, aunque fue transplantado de Oaxaca cuando era adolescente. Su voz es conocida por la comunidad, pues tiene un programa radial, en la estación pública bilingüe KBBF, dedicado a los retos y oportunidades de los jóvenes latinos.
En el código postal 95407, que abarca Roseland y esa área donde murió Andy López —de 13 años, hijo de mexicanos; siete disparos de arma reglamentaria lo impactaron la tarde del 22 de octubre—, un 20% de las 8,000 familias censadas en 2010 ingresa menos de 25,000 dólares anuales, un 47% son de origen mexicano y tan bajo como el ingreso es la educación, apenas el 13% de los adultos ha completado una carrera universitaria.
“El único tiempo en que entramos en contacto con la policía es cuando nos quitan nuestros carros o cuando nos esposan para iniciar el proceso de deportación porque íbamos manejando sin licencia”, relató Vázquez.
El interés de Vázquez por la falta de espacios recreativos en los alrededores de la avenida Moorland es porque Andy López murió con un rifle de petardos en la mano; según el testimonio del alguacil que le disparó, Erick Gelhaus, ese juguete fue la aparente causa de su muerte.
Diez segundos después de que Gelhaus y su compañero de patrullaje reportaron el avistamiento de un sujeto sospechoso con un arma, en el cruce de las avenidas Moorland y Robles, la central de radio del sheriff de Sonoma fue notificada por los mismo alguaciles que habían hecho disparos.
Ocho balas disparó Gelhaus. Siete impactaron a Andy López, quien estaba a unos siete metros de distancia, camino a casa de un amigo para devolver el rifle de petardos que, días después, fue mostrado a los medios para evidenciar su parecido con un arma real.
En Linkedin, un sitio de internet donde se comparten historiales profesionales, Gelhaus se describe con “amplia experiencia tanto en trabajo policiaco como en la milicia”.
Veterano de Iraq, por 12 años ha sido instructor en una academia de tiro, Gunsite, y suma 23 años como alguacil del Departamento del Sheriff en Sonoma. Gelhaus tiene 48 años y cursó estudios en la misma institución donde Vázquez es maestro, el Santa Rosa Junior College –un propedéutico.
El FBI, la Policía de Santa Rosa y la fiscalía de distrito de Sonoma investigan el incidente.
A petición de la familia López, el consulado de México en San Francisco encargó a un despacho de abogados, Casillas y Moreno, que investigue también y prepare un expediente. A los López, originarios de Sonora, les sobreviven tres hijos, todos menores de edad y, como Andy, nacidos en los Estados Unidos.
Alan Hughes y su esposa limpiaron el domingo 27 el jardín frente a su casa, a dos calles de distancia de donde Andy López fue baleado.
Desolados por el suceso, la pareja, de raza blanca, mayores de 50 años, describieron el área habitacional como pacífica. “Aquí vive gente trabajadora”, comentó el señor Hughes.
Quienes vigilan el área, confirmó, suelen ser alguaciles del condado y la patrulla de la autopista (Highway Patrol) —la autopista 101 corre paralela a la Moorland, unos 100 metros al Este—. El límite de los rondines de la policía de Santa Rosa es la avenida Bellevue, medio kilómetro al Norte.
El único problema persistente es el graffiti, comentó Hughes. Fuera de eso —y otros dos vecinos lo corrobaron— no hay actividad delincuencial destacable. “Viví en Oakland por un tiempo; sé lo que es tener problemas por el crimen”, comentó Hughes.
Ese domingo fue el funeral de Andy López, en un pueblo vecino, Windsor. Cientos asistieron; los asistentes hablaron con rencor sobre lo sucedido; decenas de adolescentes vestidos de blanco lloraban al amigo. Una hora antes, en Roseland, el decomiso de un vehículo a dos latinos sobre la calle Sebastopol había motivado que una turba gritara reproches a la policía.
Y antes, a media mañana, frente a la casa de los Hughes un grupo de niños jugaba, disparándose unos a otros con armas de plástico.