Los que no importan

Los políticos los llaman héroes cuando mandan remesas, pero cuando los migrantes son deportados, pasan a ser invisibles o estigmatizados

Miles de migrantes  se encuentren estacionados, sin recursos, en ciudades fronterizas como Tijuana, Mexicali, Juárez y Reynosa, entre otras.

Miles de migrantes se encuentren estacionados, sin recursos, en ciudades fronterizas como Tijuana, Mexicali, Juárez y Reynosa, entre otras. Crédito: Archivo/La Opinión - / Aurelia Ventura

MIGRACIÓN

La semana pasada prometí continuar con el tema de esos migrantes que no importan, parafraseando el título original del libro (escrito en español) del periodista Oscar Martínez.

Y son muchos los que no importan: los centroamericanos que caen del tren o son secuestrados por el crimen organizado en México; los sirios que se ahogan en las aguas del Mediterráneo; los migrantes africanos que mueren deshidratados y por insolación al tratar de cruzar el desierto del Sahara; los que se desangran al cortarse con las navajas de las alambradas que separan a Marruecos de las ciudades españolas (en África) de Ceuta y Melilla; tampoco importan los migrantes de Bangladesh que son tiroteados al intentar cruzar la frontera con la India.

En esta categoría de “migrantes que no importan” están los que van, pero también los que regresan, especialmente los que emprenden un regreso forzado, los que son deportados.

En nuestro rincón del planeta, cientos de miles de migrantes han sido deportados a sus países de origen luego de haber dejado largos años de su vida productiva en Estados Unidos.

Muchos de estos migrantes llegaron respondiendo al llamado de la pujante economía norteamericana durante el boom de la construcción y otras industrias, entre 1995 y 2005 aproximadamente. La recesión y una economía que no ha podido reactivarse los volvió “innecesarios” y el Gobierno estadounidense se ha dedicado a depurar a este enorme contingente laboral que ahora parece sobrar.

Desde este punto de vista, la política de deportaciones es una nueva edición de un viejo cuento: llámalos cuando los ocupes; deshazte de ellos cuando ya no. Estos migrantes tampoco les importan a los gobiernos de sus países de origen. Presidentes, ministros y embajadores los llaman héroes cuando mandan remesas; pero cuando son devueltos pasan a ser invisibles o peor: estigmatizados por su condición de deportados, fracasados y hasta indocumentados en su propia tierra.

Tenemos un ejemplo de esta realidad a menos de tres horas de Los Ángeles, en Tijuana, por donde son deportados miles de migrantes cada mes.

Muchos de estos deportados terminan en la zona conocida como el “bordo”, la canalización del río Tijuana, a unos pasos de la línea fronteriza.

Gracias a un estudio realizado por la Dra. Laura Velasco, investigadora de El Colegio de la Frontera Norte, hoy contamos con una mejor idea de las características de estas personas.

La gran mayoría son hombres y viven en casuchas hechas de plástico, cartón y madera; también se refugian en el sistema de drenaje y debajo de puentes y pasos peatonales.

Algunos organismos sociales y activistas han apoyado a los deportados.

En cambio, la policía se ocupa de hostigarlos, deteniéndolos por no portar documentos, algo que no es obligatorio en México. Esta autoridad también ha arrasado con los campamentos del “bordo”, destruyendo los frágiles refugios y profundizandola precarización de los migrantes.

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