Después de las elecciones
El resultado de la elección presidencial en El Salvador muestra que la nación centroamericana es un país profundamente dividido. Esta es una realidad hasta más significativa a la hora de gobernar que la misma determinación oficial de quién fue el ganador de la segunda vuelta.
La victoria del candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), Salvador Sánchez Cerén, no pudo ser más ajustada. Solo 6,364 votos de diferencia entre más de tres millones de votantes marcó la derrota del candidato de la Alianza Revolucionaria Nacionalista, Norman Quijano. Esta cantidad es equivalente a casi el doble de los votos impugnados y es tres veces menor a la cifra de voto nulos.
Es normal que una elección tan cerrada se preste a controversias, a solicitudes de reconteo y a una decisión final que deje un sabor amargo en la boca del perdedor. Esa es la democracia, al final del día hay un ganador y un perdedor. El derrotado debe saber perder y el ganador debe apreciar el contexto de su victoria para gobernador.
El resultado electoral muestra que es necesario una negociación nacional para que los salvadoreños en conjunto puedan superar la inseguridad pública, el crecimiento económico y la pobreza. Medio país y medio país remando en contra solo lleva a la paralización y frustración colectiva.
Es hora de dejar atrás la retórica incendiaria. El Salvador ya sufrió demasiado en una larga y cruenta guerra civil como para alimentar el fuego y seguir cuestionando hasta el infinito la legitimidad del ganador, a pesar de las dudas. No hay que golpear las puertas a los cuarteles, los militares han dicho que respetarán el resultado electoral.
La democracia demanda tolerancia. Las elecciones muestran un país dividido entre la derecha y la izquierda, ambos le deben a los salvadoreños el esfuerzo de acercarse uno al otro para trabajar juntos con el fin de solucionar los problemas que afligen al pueblo.
