‘Quise ser el jefe que nunca tuve’

Latino opera su propio restaurante luego de maltratos como empleado

NUEVA YORK.— Cuando era adolescente Farid Ali Lancheros trabajó como bus boy en un restaurante. “Era un trabajo muy duro y me dije que no quería volver a trabajar en restaurantes”, recuerda.

Estaba equivocado.

Este colombiano de 49 años es desde 2005 el co-propietario junto con George Constatinou, de Bogotá Latin Bistro, un restaurante en Brooklyn, Nueva York.

Y es un negocio muy singular en un sector en el que hay precariedad laboral, salarios mínimos y escasos beneficios (cuando los hay). En el Bogotá Latin Bistro trabajan 70 personas, y todas ellas cobran más del salario mínimo, tienen planes de pensiones (401k), vacaciones pagadas, seguro médico y se les poprorciona formación de forma regular. Apenas hay rotación de empleados.

El empresario explica que sus decisiones, en materia de recursos humanos, son su reacción a experiencias como la de ser despedido brusca e injustamente —dice— o la de ser criado por una madre sola que tuvo que usar beneficios sociales para atender, con muchas limitaciones, a sus tres hijos.

“He querido ser el jefe que nunca tuve y quiero cambiar las injusticias que he vivido. Para mi es crucial”, explica con firmeza. “Creo que para una empresa es importante tener valores y reflejarlos en la forma en la que se trabaja. No se trata de poner carteles en la pared con mensajes inspiradores sino actuar. Mis valores son estándares altos en nuestras operaciones, respeto por la diversidad, amabilidad…”

Pero ¿es bueno para el negocio? Para Bogotá Latin Bistro sí. “Tuvimos éxito casi desde el principio”. El restaurante tuvo beneficios a los seis meses de abrir y cerró el primer año con ventas de $1 millón. Ahora, Lancheros y Constantinou preparan la apertura de otro local, Miti Miti, en el mismo barrio.

La Small Business Administration premió su labor el año pasado y hace poco fueron invitados a la ceremonia en la que Barack Obama firmó una orden para ampliar el alcance de las horas extraordinarias.

La vocación empresarial para Lancheros fue una semilla que plantó su socio, y ahora marido, Constantinou. Hijo de madre costarricense, Constantinou estaba gestionando un restaurante en 2001 y no hacía más que insistir a Lancheros que tenían que abrir uno.

Entonces, Lancheros, que trabajaba en el departamento de IT de una empresa, no tenía idea de cómo montar y gestionar un negocio pero Constantinou insistía.

Pero en un momento dado, empezaron las señales que hicieron crecer la semilla.

La primera estaba en el periódico. “Yo no tenía ni tiempo ni dinero para formarme pero vi un anuncio de un curso para ser empresario por $90”, cuenta. Con la duda de que fuera una broma se decidió a hacerlo y, para su sorpresa, salió con un plan de negocio, visión, misión y previsiones financieras.

La segunda señal la vieron los dos socios mientras caminaban y pasaban por la Biblioteca Pública de Brooklyn Unos trabajadores estaban colocando un cartel que convocaba la primera competición de planes de negocio. Se presentaron más de 300 personas y ganaron ellos. Se embolsaron $20,000, la mitad en efectivo y la otra mitad en servicios para negocios. “Estábamos contentos y nos dio confianza”.

Pero cuando fueron a pedir financiación la alegría se esfumó. Todo fueron negativas.

Hasta que luego de añadir una máquina para hacer frozen margaritas se consigueron los primeros $100,000.

La alegría duró poco porque rápidamente chocaron con otro escollo. Nadie les alquilaba un local. Una tarde de lluvia y desesperación Lancheros salió a caminar para pensar y se terminó encontrando el lugar que ahora ocupan. A la cocinera que ayudó a lanzar el menú, Sonia Maldonado, la conocieron a través de un anuncio de este periódico.

“Si hay algo que he aprendido es que hay que persistir. No se puede dejar de buscar lo que se quiere”, dice el orgulloso Lancheros.

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