Una noche perfecta para llorar

Las revelaciones de los nuevos miembros del Salón de la Fama muestran el lado más humano de los nuevos inmortales

Jerome Bettis, excorredor de los Steelers, recibió las mayores ovaciones en una noche para recordar en Canton, Ohio.

Jerome Bettis, excorredor de los Steelers, recibió las mayores ovaciones en una noche para recordar en Canton, Ohio / Getty Images Crédito: Getty Images

Si usted vio la ceremonia del Salón de la Fama del Fútbol Americano el sábado por la noche y no se le salieron las lágrimas, usted no es un aficionado… O no tiene corazón.

La ceremonia de entronización de ocho nuevos integrantes del recinto de Canton, Ohio no fue un tributo a esos ocho grandes que forjaron brillantes carreras profesionales; fue una celebración para aquellos que hicieron posible sus triunfos: madres, padres, hermanos, amigos, entrenadores, compañeros, aficionados.

El corredor Jerome Bettis, el receptor Tim Brown, el guardia Will Shields, el ala defensiva Charles Haley, el centro Mick Tingelhoff, los directivos Bill Polian y Ron Wolf y el desaparecido linebacker Junior Seau tuvieron todos carreras fenomenales, llenas de logros, récords y campeonatos.

Pero lo del sábado no fue para recordar sus hazañas o títulos. Fue más bien una tribuna para revelar, frente a una audiencia mundial de la popular NFL, la verdadera historia que hubo detrás de los éxitos; la mano milagrosa que les dio una oportunidad cuando el futuro era incierto, la voz enérgica que les alejó del camino incorrecto o el gesto de amor que les ayudó a no claudicar.

La ceremonia del sábado fue particularmente emotiva. Hubo momentos poderosos: Haley, el temible cazador de cabezas que tiene el récord de la NFL de cinco anillos de Super Bowl (con 49ers y Cowboys), se abrió para hablar de su batalla contra el síndrome maníaco depresivo que por poco lo arruinaba a él y su familia. Tingelhoff, el centro legendario de los Vikings no dijo una sola palabra, pero las lágrimas de su exquarterback y presentador Frank Tarkenton fueron suficientes, especialmente al mencionar la espera de 37 años para ingresar al recinto.

Brown, el autor de más de 1,000 recepciones con los Raiders, recordó el día en que tuvo el mejor partido de su vida y un buscador de talentos universitario lo descubrió cuando en realidad había ido a mirar a alguien del otro equipo. Y Bettis, arropado por miles de aficionados de Pittsburgh en el estadio de Canton con todo y sus “toallas terribles”, compartió el consejo que le dio su padre cuando lo envió a la universidad: “Hijo, no tengo mucho que darte, más que un nombre honorable, así que no lo arruines”.

Pero la noche se la robó Sydney Seau, hija de uno de los más feroces y leales competidores de este deporte, Junior Seau, quien se quitó la vida en 2012 a los 43 años de edad, víctima de la depresión presuntamente causada por el daño sufrido en el cerebro por los golpes recibidos a lo largo de su carrera de 20 años.

Sydney, de 21 años de edad, evitó entrar en polémicas con la NFL y mejor celebró a su padre con una entereza admirable en el escenario, básicamente poniendo a llorar a todos.

“Tú eres la luz y no quiero otra cosa más que verte venir al escenario, dar el discurso que te tocaba, darme un abrazo y decirme que me amas una última vez, pero esa no es nuestra realidad”, dijo Sydney con una energía impresionante. “Papá, te amo, te extraño. Felicidades. Lo lograste (llegar al Salón de la Fama)”.

Lo mejor de la noche

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