Cuando el trabajo se acaba, que no se acabe el dinero

El debate sobre un Ingreso Básico Universal se intensifica por el desempleo, los bajos sueldos y la robotización

La idea de un ingreso básico universal empieza a ganar expacio  en los debates sobre el futuro del empleo./ Shutterstock

La idea de un ingreso básico universal empieza a ganar expacio en los debates sobre el futuro del empleo./ Shutterstock Crédito: Shutterstock

A principios de este mes los suizos votaron en referendum una medida que puede resultar chocante que incluso llegue a ser debatida: el establecimiento de un ingreso básico universal. Para todos los ciudadanos. Trabajen o no. Es decir, el estado se encarga de dar una cantidad a hombres mujeres y niños.

El 23% votó a favor de esta propuesta. Se derrotó pero el porcentaje a favor fue bastante significativo para una cuestión que lleva mucho tiempo generando polémica y que tiene defensores y detractores a ambos lados del espectro político. De hecho, no es un debate vacío sino que en áreas de Holanda y en Finlandia se van a hacer programas pilotos para verificar si dar un sueldo a universal es un arma apropiada para luchar contra la pobreza y los estragos del desempleo. Alaska, ha dado un cheque a sus ciudadanos a cargo de los beneficios del petróleo desde hace años y medidas similares con la propiedad para construir una casa se han experimentado en algunos lugares de Oriente Medio.

La idea no es nueva puesto que incluso uno de los primeros fundadores de EEUU, Thomas Paine, ya propuso dar dinero a cada americano. Economistas conservadores como Frederick Hayek y Milton Friedman lo vieron como una medida útil para luchar contra la pobreza.

El ingreso o renta básica universal tiene muchos detractores que aseguran que permitirá que mucha gente se permita no trabajar. Eso, que puede ser considerado un lujo, es, no obstante, algo que rápidamente puede cambiar. El lujo puede ser tener un trabajo.

Según avanza la robotización y la inteligencia artificial hay más trabajos en peligro. Ya no son solo blue collars u operarios de fábricas los que son sustituidos por máquinas más eficientes y baratas a largo plazo que incluso la mano de obra en países en desarrollo. También hay trabajos de cuello blanco, que van a desaparecer. Ya hay software que incluso puede escribir poesía.

Es cierto que las máquinas no van a poder sustituir todas las actividades humanas pero muchas se van a ver comprometidas.

Adicionalmente, el pleno empleo es una utopía y muchas personas que están trabajando apenas tienen ingresos suficientes como para no contar con la protección de distintas formas de welfare (ayudas al bienestar social) que cuestan dinero a los contribuyentes y solo están paliando la pobreza, no acabando con ella.

Becas, subsidios, cupones de comida, ayuda a la vivienda, al pago de la calefacción, deducciones y créditos fiscales, subvenciones a organizaciones médicas y sociales y pagos, son, entre otras, ayudas que reciben personas cuyos salarios no son suficiente o apenas han tenido una subida de sueldo en las últimas décadas. Los salarios en general no han subido, ni de lejos, al ritmo que lo ha hecho la productividad en varias décadas.

El presente y el futuro están dando alas a este debate y a los experimentos porque parte del problema es responder a las preguntas ¿cómo? y con ¿cuánto? Hace unos días Charles Murray, del conservador American Enterprise Institute y autor de un libro ya publicado hace 10 años sobre esta cuestión explicaba que una idea era dar $30,000 anuales a los ciudadanos y rebajar esta cantidad según sean sus ingresos (si los tienen) hasta un mínimo. Eso si, acabando con el resto de programas sociales.

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