Centroamericanos esperan asilo entre chinches, cucarachas y ratas

Si bien sienten alivio de vivir sin temor a la muerte a manos de los pandilleros, no han tenido acceso a una vivienda digna y batallan para encontrar empleo en Los Ángeles

La familia de refugiados de Honduras está compuesta por la pareja Joana Cardona y Marvin Ruiz, y sus hijos Emanuel, Elizabeth y Francini.

La familia de refugiados de Honduras está compuesta por la pareja Joana Cardona y Marvin Ruiz, y sus hijos Emanuel, Elizabeth y Francini. Crédito: Araceli Martínez | La Opinión

Esta primera entrega: ¡Ya llegamos a Los Ángeles!, busca reflejar los desafíos de las familias centroamericanas refugiadas.

Primer parte de una serie especial: Migrantes en Los Ángeles aún esperan asilo

Desde que comenzó la crisis por la llegada de refugiados de Centroamérica a Estados Unidos, miles de ellos terminaron en Los Ángeles. Después de una peligrosa travesía de meses y largas detenciones en los centros de migración, muchas familias de inmigrantes se sienten felices de por fin estar sanos y salvos, lejos de la violencia de sus países.

Lo que muchos no saben es que si bien ya no están en riesgo inminente de morir a manos de las pandillas, la lucha por la supervivencia en una urbe como Los Ángeles apenas comienza. La Opinión recolectó las historias de familias centroamericanas asentadas en esta ciudad, que revelan que sus mayores desafíos han sido el acceso a la vivienda y la falta de trabajo.

Indigentes

Es el caso de Joana Cardona y Marvin Ruiz, quienes tuvieron que dormir en parques, comer lo que la gente les regalaba en la calle, viajar de ‘raite’, caminar por días y pasar semanas sin asearse. La sacrificada travesía desde Honduras hasta la frontera de México con Estados la hicieron con sus tres hijos menores.

“¡Dios existe! No tuvimos ningún problema en ese viaje que nos tomó entre seis y siete meses”, dice Cardona.

Lo que nunca imaginaron es que tras llegar a la primera potencia del mundo, Estados Unidos, tendrían que vivir inundados de chinches, cucarachas y ratas de todos tamaños en un pequeño departamento en Los Ángeles, justo frente al tradicional Parque MacArthur.

Los Ruiz-Cardona vivían en Honduras con sus tres hijos Emanuel de 11 años, Elizabeth de 6 años y Francini de 2s años. Sobrevivían de lo que ganaban en un puesto en la calle en el que vendían ropa, sandalias y lentes.

Familia de Honduras
(Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

“Empecé pagando a las maras 60 dólares por semana. Después me pidieron 80 dólares. Les pagué renta por tres años. Cuando mi hija menor nació y tenía sinusitis, me salieron muchos gastos y fallé dos semanas en pagarles. Les pedí tiempo pero a ellos no les importó”, recuerda Ruiz. “Ellos llegaban al puesto, si les gustaba una gorra o lo que fuera, la agarraban y se la llevaban”.

Las maras no se anduvieron por las ramas. Ante el incumplimiento en el pago de las cuotas, enfadados, un día llegaron y sin más ni más apuñalaron a la pareja. “A mi me dieron siete puñaladas. Me perforaron un pulmón”, cuenta Cardona mientras muestra las cicatrices en su cuerpo.

Joana Cardona muestra una de las heridas más grandes que le hicieron las pandillas de las Maras en Honduras por no pagar la renta que les pedían. (Araceli Martínez/La Opinión).
Joana Cardona muestra una de las heridas más grandes que le hicieron las pandillas de las maras en Honduras por no pagar la renta que les pedían. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

Los maras mandaron a la pareja al hospital por tres meses. Incluso Cardona dice que los pandilleros acuden a preguntar a los hospitales cuántos muertos hubo ese día para cerciorarse que sus víctimas han perecido. Al ser dados de alta, decidieron dejarlo todo y escapar hacia Estados Unidos.

“Salimos huyendo. Parte del camino, las heridas me sangraban”, recuerda Cardona.

Fueron meses muy cansados. A veces nos querían robar. Nos bañábamos en ríos o a manguerazos en los parques”, explica Ruiz.

En busca de asilo

Al solicitar asilo a los oficiales fronterizos en la entrada por Tijuana, la pareja fue aceptada con sus hijos pero fueron separados. Mientras que a Cardona y a sus tres niños los mantuvieron bajo custodia 20 días, al padre lo retuvieron ocho meses.

“Salió libre el 29 de febrero de este año. Eso gracias a que un abogado que supo de nuestra historia pagó la fianza de migración de 5,000 dólares. Fue un verdadero acto de caridad”, cuenta.

Joana Cardona pasó tres meses en el hospital luego de que los pandilleros le dieron siete puñaladas . (Araceli Martínez/La Opinión).
Joana Cardona pasó tres meses en el hospital luego de que los pandilleros le dieron siete puñaladas. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

Al ser puesta en libertad, sin el apoyo de su marido, la madre fue entregada a una señora conectada con una iglesia que la trajo a Los Ángeles. Ahí comenzó un verdadero calvario para esta madre hondureña.

“Ella nos prestó una “traila” con dos sofas, pero solo por unos días. Después me dio un ultimátum para que abandonara el lugar”, dice.

Sin un sitio dónde ir, Cardona fue a vivir con sus hijos al Parque MacArthur donde durmieron cuatro días bajo “la buena de Dios”.

“Caminando alrededor del parque, conocí a la esposa del manager del edificio de la esquina de las calles Alvarado y 6, le pedí ayuda, le dije que tenía muchas heridas en el cuerpo, que si me dejaba bañar”, narra.

El manager le ofreció rentarle un departamento que es un solo cuarto por 700 dólares.

“Yo me puse feliz. Por primera vez iba a tener un techo para mi y mis hijos. Íbamos a poder dormir tranquilos, bañarnos”, recuerda.

Nunca imaginó que una nueva pesadilla estaba por comenzar.

“La alfombra estaba y continúa llena de chinches. Hay ratones de todos los tamaños y el departamento está invadido de cucarachas. Hemos lavado la alfombra, echado alcohol, hasta diésel y las chinches no se van. Mis hijos y yo estamos todos picados. No podemos dormir, es un verdadero infierno”, exclama Cardona desesperada.

La inmigrante hondureña Joana Cardona muestra cómo las cucarachas se meten al refrigerador del departamento que renta. (Araceli Martínez/La Opinión).
La inmigrante hondureña Joana Cardona muestra cómo las cucarachas se meten al refrigerador del departamento que renta. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

Abre la puerta del refrigerador para mostrar que tiene que tapar todos los alimentos para evitar que las cucarachas entren. “Se meten por estos orificios del refrigerador”, apunta.

Al mes, Cardona y su esposo pagan 700 dólares de renta. Muchas veces la han pagado con el dinero que les ha regalado gente que se ha apiadado de su situación.

“No sabe a cuántas iglesias he ido en busca de ayuda. Solo en una me ayudaron. Al Consulado de Honduras me cansé de ir. Nunca nos ayudaron”, expresa decepcionada.

Joana Cardona muestra las picaduras de chinches en sus brazos. (Araceli Martínez/La Opinión).
Joana Cardona muestra las picaduras de chinches en sus brazos. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

Cardona no ha querido poner una denuncia contra la administración del edificio por agradecimiento a que el manager le ofreció un techo a ella y sus hijos cuando estaban solos. “Pero no hemos dejado de pagar la renta cada mes, en ocho meses”, enfatiza.

El padre se gana la vida como jornalero afuera del Home Depot de la calle Wilshire en Los Ángeles. “Yo lo que pido es tener trabajo”, dice Ruiz, quien tiene experiencia en la construcción. Así se ha ganado la vida durante los meses que llevan en Los Ángeles. Pero hay días muy difíciles, como cuando el dinero no le alcanza y sobreviven de lo que la gente les regala para comer y completar la renta.

En cifras

La Patrulla Fronteriza de Estados Unidos reportó que en la frontera sur, en 2014 aprehendieron a 24,903 centroamericanos que venían en familia; en 2015 a 55,443; y hasta la fecha en 2016 a 51,153.

En este último año 18,226 han sido de El Salvador; de Guatemala 14,738; Honduras, 13,007 y 2,498 de México. Estas cifras son independientes de los niños no acompañados de Centroamérica.

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