El urinario de Marcel Duchamp: ¿arte o broma? ¿Y a quién pertenece?
Un siglo después de que un urinario se convirtiera en obra de arte, sigue el debate sobre su autoría
Tiene unos 60 centímetros de largo y 45 de alto. Data de 1917, se ha dicho que se asemeja a una Madonna o un buda y los amantes del arte hacen peregrinaciones para verlo en persona.
Ha pasado algo más de un siglo desde que Marcel Duchamp colocara un urinario boca arriba sobre un pedestal y lo llamara “La fuente”.
Al hacerlo, se convirtió en el padre del arte conceptual y apuntó hacia un futuro en el que las galerías de arte se llenarían de comentarios e interrogantes como “¡Yo puedo hacer eso!” o “¿eso es arte?”.
En 2004, un sondeo entre 500 críticos de arte declararon “La fuente” como la obra de arte más significativa del siglo XX por desafiar la naturaleza misma de lo que era el arte y lo que los artistas hacían entonces.
Duchamp fue la persona que popularizó tal enfoque con su arte readymade (listo para usarse, en español), como él mismo le contó a la BBC en 1959.
“El primero fue una rueda de bicicleta en 1913”.
“El segundo fue un secador de botellas de los que tienen en bodegas. Luego una pala de nieve, cuando llegué por primera vez a Nueva York en 1915. Una simple pala de nieve de una ferretería…”, dijo riendo.
Duchamp también mencionó un vial de agua de colonia lleno de aire de París y una pequeña jaula de pájaros con terrones de azúcar llamada “Por qué no estornudar”.
Sin embargo, no hizo alusión a “La fuente”.
El misterio que se cierne sobre el famoso urinario
La historia comienza en 1917 en Nueva York, donde la Sociedad de Artistas Independientes organizó una exposición y declaró que se exhibirían todas y cada una de las obras presentadas.
Duchamp estaba en el comité de exhibición, pero no había presentado nada propio.
Cientos de obras de arte llegaron, entre ellas un gran paquete pesado de Filadelfia que contenía el artículo sanitario. El nombre en la etiqueta de envío era R. Mutt.
El urinario fue rechazado.
Duchamp renunció en señal de protesta y, aunque nunca afirmó ser el autor, se llevó la pieza para que la fotografiaran en el estudio de Alfred Stieglitz.
Aquello fue una suerte, ya que es la única prueba de que alguna vez existió.
“La fuente” fue prácticamente olvidada hasta los años 50 y 60, cuando las ideas de Duchamp sobre el arte comenzaron a ganar popularidad.
Debido a la demanda del público de ver sus readymades en galerías, el artista autorizó que se hiciera un pequeño número de copias.
Todas las versiones exhibidas hoy en países como EEUU, Reino Unido, Francia, Canadá, Japón o Israel, son una minuciosa imitación exacta de la fotografía de Stieglitz.
Por ello, los objetos consagrados en galerías como la Tate de Londres no son urinarios comprados en una tienda: son copias perfectas de un urinal comprado en una tienda que nunca se exhibió en ninguna parte.
¿Quién era R. Mutt?
Duchamp murió en 1968, aclamado por sus teorías radicales sobre el arte.
Y el asunto quedó así hasta 1982, cuando se descubrió una carta que le escribió Duchamp a su hermana en París en 1917.
En ella, le cuenta que una amiga había enviado el urinario a la exposición bajo el seudónimo de Richard Mutt.
Aparentemente confiesa que la idea de “La fuente” no era suya. Pero ¿quién era esa misteriosa amiga? Nadie lo sabía.
En 2002, el historiador, crítico y curador de arte Julian Spalding publicó un libro en el que incluyó la versión ortodoxa de la historia de “La fuente”.
Fue entonces cuando Glyn Thompson, un estudioso de Duchamp, lo contactó y le mostró evidencia que parecía contradecir la versión del artista de cómo adquirió el urinario.
“Duchamp dijo que se emborrachó en un almuerzo, estaba caminando por la 5ª Avenida y vio una tienda que vendía accesorios de baños llamado Motts. Ahí compró el urinario y lo presentó como obra de arte”, le cuenta Spalding a la BBC.
“Thompson fue a Motts y confirmó que no era una tienda sino una sala de exposición, así que no podías comprar nada ahí, sólo encargarlo. Además sólo vendían sus propios productos, y el urinario no es de esa marca. En todo caso, revisó todos sus registros y no encontró nada que confirmara la historia de Duchamp“.
Thompson siguió investigando y descubrió que el famoso urinario había sido hecho en Filadelfia, que es el lugar del que había sido enviado a la exhibición de 1917 por esa mujer anónima… pero su identidad seguía siendo un misterio.
Hasta que una candidata fue descubierta, o más bien, redescubierta.
Mientras investigaba su libro Stranger Than We Know, John Higgs logró ponerle un nombre potencial a la amiga de Duchamp… y ¡qué nombre!: Elsa Hildegard,baronesa von Freytag-Loringhoven.
Era una mujer que no pasaba desapercibida.
“Usaba pasteles como sombreros, remolacha y estampillas como maquillaje, en esa época, durante la Primera Guerra Mundial”, le explica Higgs a la BBC.
“Era una artista considerada como la primera dadaísta estadounidense y creo que probablemente fue el primer punk de Nueva York, 60 años antes de que existieran“.
“Hacía actuaciones, era poeta, hizo collages, arte conceptual -todo antes de que existieran ese tipo de cosas- y además era escritora”, añade.
La baronesa Elsa parece haber sido borrada de la historia durante casi tres cuartos de siglo, a pesar de haber sido una figura central en los círculos de Avant garde.
Tenía llamativos hábitos como usar luces traseras de autos en sus vestidos. Trataba su propio cuerpo como una obra de arte, y fue arrestada más de una vez por vestirse de hombre o por no vestirse en absoluto.
Originaria de Alemania, su título provenía de su segundo matrimonio.
“Era 100% ella misma. Vivía en la pobreza constantemente siendo arrestada, y tenía un apartamento lleno de ratas y perros. Su vida estaba dedicada a ese espíritu creativo y ardiente que la poseía: ella no podía dejar de ser un artista expresándose, no importaba que nadie entendiera”, señala Higgs.
¿Pero también se expresó enviando un urinario a una exposición de arte?
“Muchas cosas cobraron más sentido sobre “La fuente” una vez que la baronesa Elsa entró en escena. De repente tuvimos la respuesta a este misterio que había estado rondando el mundo del arte desde principios de los 80″, confirma Higgs.
“Es absolutamente indiscutible que el urinario fue presentado por Elsa pero por razones totalmente diferentes a las que dio Duchamp”, concurre Spalding.
De ser aceptada esta versión, implicaría mucho más que un cambio de nombre y género de artista.
Un dramático cambio del significado
Según Spalding, “cuando Elsa envió el urinario a la exposición estaba furiosa porque Estados Unidos le acaba de declarar la guerra a Alemania, que era su patria”.
“Envió el urinario como símbolo de un club de caballeros, pues consideraba a EEUU como un club de caballeros. Y lo firmó R Mutt, porque, si hubiera sido aceptado en el catálogo aparecería como ‘Mutt. R’, que significa ‘madre’ [en alemán[ y es patria”.
“Lo que estaba diciendo es: “Caballeros de EEUU, no orinen sobre mi madre patria“.
Entonces ¿era un objeto repleto de significado para un artista o un objeto cuya falta de significado es su razón de ser para otro artista?
“Duchamp dijo que este trabajo era una declaración que se burlaba del arte y decía que cualquier cosa podía ser una obra de arte si un artista dice que lo era. Elsa estaba diciendo que puedes usar cualquier cosa para hacer arte“.
“Él la enterró a ella y enterró el significado de la obra”, sentencia Spalding, para quien se trató claramente de un caso de robo.
Sin embargo…
Irene Gammel fue la autora de la biografía de la baronesa Elsa que insinúa que ella podría ser la autora de “La fuente”, pero tal y como le dijo a la BBC, “yo no iría tan lejos como para decir que Duchamp se la robó a Elsa”.
“A mí siempre me pareció que fue una obra de arte colaborativa”.
Además, “ella nunca la reclamó“, subraya.
“Yo creo que la evidencia sobre la autoría de Duchamp es decisiva”, señala el filósofo y declarado fan de Duchamp Jesse Prinz, quien se enteró de la controversia al leer el libro de Gammel.
Y se puso a investigar.
Empezó por el estilo
“En primer lugar, el trabajo en sí mismo: un solo objeto mundano, readymade, sin disfraz, presentado como es“, le explica a la BBC.
Luego analizó la firma R Mutt.
“Es revelador que la firma coincida con su escritura a mano: si te fijas en pinturas que firmó en mayúsculas, las letras son claramente suyas”.
Y estudió minuciosamente fotos viejas con una lupa.
“Creo que hay evidencia circunstancial: vemos una fotografía de la época que muestra la fuente en su habitación junto con otros readymades“.
Prinz hasta escudriñó suministros de plomería.
“‘La fuente’ coincide con las que estaban disponibles en un taller de hierro de la Calle 17, que corrobora sus historias”.
Pero lo más significativo es que está de acuerdo con Gammel en que la baronesa no era una persona tímida y retraída, y si la obra hubiera sido suya, es poco probable que guardara silencio.
“Para mí lo más decisivo es que, desde la década de 1930, Duchamp reclamó la autoría diciendo que fue su mayor logro y nunca fue cuestionado; pero la baronesa Elsa nunca lo impugnó“.
Aunque a la baronesa le faltaba dinero constantemente y se quejaba amargamente de que un antiguo amante le había robado sus obras, nunca habló de “La fuente”.
“Se quejó de que Duchamp no la había conectado con amigos, o de que no le había dado apoyo financiero, así que tenía la excusa perfecta para reclamarle el crédito o chantajearlo… pero no lo hizo”, señala Prinz.
“Dada la abrumadora evidencia -su estilo, letra, el hecho de que nunca nadie más reclamó la autoría-, yo creo que no hay razón para dudar de que “La fuente“ fue su creación [de Duchamp]“, es el veredicto de Prinz.
¿Pero entonces?
Mientras haya lugar a dudas, los historiadores de arte no se pondrán de acuerdo.
Algo que a Ben Street, historiador de arte y coautor de una obra de teatro para la BBC sobre “La fuente”, no le quita el sueño.
“No fue hecha para ser una obra de arte convencional. Todo sobre ella es para subvertir lo que se entendía como arte hasta ese momento. Todo. Lo que hace el artista, lo que es su trabajo, lo que significa estar en un estudio, lo que significa hacer cosas, los títulos que les pones, cómo los exhibes… todo eso está contenido en ese gesto”.
“El urinal es como un rompehielos. Y la conversación al respecto, incluida la discusión sobre quién está detrás de la idea, es parte de la obra“.
“Lo importante de “La fuente” son las ideas que genera. El objeto en sí es interesante porque desafía la idea del autor como genio, así que preocuparse por quién está realmente detrás de eso es irse por un camino errado”.